La Vida en el Palacio

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Con catorce años tenía mucho que hacer

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Con catorce años tenía mucho que hacer.
Todos los niños éramos llevados con nuestros respectivos maestros para practicar, estudiar y formarse dentro de las reglas de la Corte.

Las mujeres íbamos al ala del Norte y los hombres a la del Este.

A mí me habían asignado al grupo liderado por una mujer llamada Paulette. Severa, aburrida y quisquillosa.
Nunca reía y a todas nos caía como patada en el estómago. Era la jefa de comunicación de las institutrices, empleadas y doncellas.
Era difícil saber su edad. Podía rondar los cuarenta, pero se vestía con colores tan grises y peinaba su cabello tan apretado que era difícil saber si era una mujer joven con apariencia de anciana o una anciana que lucía joven.

Los que se formaban para soldados eran llevados a las montañas en Antigua Calamay, que colindaban con el Distrito de los Bosques y el desierto de Tormenta, así que a Chen no volví a verlo hasta varios años después. Además, que solo se podía llegar a las montañas en helicóptero. Nos escribíamos, pero conforme pasó el tiempo se hizo más difícil la comunicación.

En mi estadía me enseñaron idiomas, baile, etiqueta y a llevar vestidos según la ocasión. A veces eran holgados y livianos, y otras, cargaba con corsés o monturas extrañas que los hacían más abultados. Incluso me colocaban pelucas o antifaces en los bailes. Arreglaron mi pelo, mis uñas y mi piel con ungüentos extraños.
Al finalizar la temporada ya no lucía tan desteñida.

Tuve que aprender a utilizar los cuarenta tenedores y cuchillos para cada comida, hablar con propiedad, saber cuándo mirar al rey y cuando no, y en especial saber en qué momento pedir la palabra. Caminaba todo el día con tres o cuatro libros sobre la cabeza para mantener mi espalda erguida; me enseñaron a maquillar y a cuidar mi piel y nos obligaban a estar en forma y tomar un sinfín de vitaminas para que nuestra salud no decayera. Pero, por, sobre todo, una de las reglas mayoritarias como empleados era nunca, pero nunca, cruzar palabra con Nikolás. El príncipe. A no ser que él se dirigiera directamente a nosotros.
No porque fuera un pecado hablarle, sino, porque el tipo se distraía con facilidad de sus labores si le metían conversación, y los reyes lo necesitaban enfocado.

El muchachito tenía diecisiete años y todas andaban loquitas por él, desde las criadas hasta las profesionales, pero sobre todo Alyanna, una de las chicas de la Costa de los Ciervos y que provenía de una familia dueña de una flota de cruceros. La muchacha era una heredera y todos la conocían porque se había hecho fama con su propia marca de zapatos. Había sido elegida como asistente de mercadotecnia para los negocios privados de la reina. Era guapísima, pero un verdadero limón. Odiosa como ninguna, creída, engreída, narcisista y petulante.

Por eso se transformó en mi amiga.

O, tal vez, porque yo era la única que no le besaba los pies.

Era una chica que me pasaba por una cabeza, de piel oscura y brillante. Tenía el pelo negro como el ónix, liso y lustroso, y unas curvas que me hacían odiar mis propios atributos. Además, como andaba loquita por Nikolás y a mí poco me importaba el engreído, le encantaba venirme con los chismes. De vez en cuando sospechaba que su interés por ser mi amiga tenía que ver porque era la pianista personal de la reina y era la única que en las fiestas privadas podía ver a Nikolás de cerca.

En fin. Así fueron pasando los años. Yo tocaba para las fiestas o para las cenas de la reina. Me levantaba al alba y me acostaba temprano. Les escribía a mis familiares o los llamaba por teléfono y me dejaban visitarlos tres veces al año, para mi cumpleaños, navidad y año nuevo. A excepción de alguna urgencia o si ocurría algo con la salud de algún familiar.
Tenía a mi servicio dos chicas que trabajaban como criadas, Lottie y Cienna, y que, como yo, habíamos postulado al mismo tiempo. La Corte también necesitaba servidumbre. En general, quienes eran elegidos para esos roles eran los niños de Monte Cortado, donde vivía la población con menor ingreso económico y cuyas profesiones se centraban en recogedores de basura, asesoras de limpieza y jardineros. A la corona siempre le venía bien que postularan del Monte. Era el modo fácil de contratar criadas, estableros, granjeros y mayordomos.

Las chicas que me atendían tenían mi edad, y me sentaba terrible que su preparación consistiera en vestirme, bañarme y atenderme como una princesa. Pero, a diferencia de Alyanna, que se aprovechaba de las suyas, yo a las mías las había hecho mis amigas. Y fue un alivio. Tener amigos cercanos en quienes apoyarte era lo mejor para mantener la cordura a flote y no desmoronarte de soledad detrás de aquellas paredes.

Así comenzó a transcurrir mi vida detrás de las altas murallas que protegían al palacio. Tocaba el piano varias veces al día, desayunaba, cenaba, hacía mis ejercicios, tomaba clases para perfeccionarme en el protocolo real y luego a dormir. Con suerte teníamos un par de minutos de esparcimiento para tener contacto con otros elegidos, casi ni podía escribirme con Chen y mis padres.

La vida en el palacio era monocorde. Estaba rodeada de lujos, pero la verdad era que se sentía más como una prisión muy decorada. En especial porque no teníamos siquiera derecho a opinar, a decir lo que deseábamos. Todo pasaba por permisos reales, incluso las salidas del país.

Sí, vivía en el palacio, pero, para una niña que solo quería darles una mejor vida a sus padres, o, que en algún momento pensó que sería un verdadero lujo codearse con la realeza, las cosas eran mucho más aburridas y fútiles de lo que me había imaginado.
Mi vida se había reducido a ser un mero adorno, una compañía invisible. Una melodía que se escapaba por debajo de los rincones de aquellas paredes con arabescos y tapices de diseñador.

Mi vida era una pintura. Se contemplaba pero no se tocaba. Y si era poco memorable, con el tiempo sería olvidada.
Comenzaba a arrepentirme de haber postulado.

Comenzaba a arrepentirme de haber postulado

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Notas

Como verán, nuestra protagonista ya está comenzando a mostrar incomodidad al respecto. No lleva ni un par de meses y ya lo detesta.
¿Qué ocurrirá cuando se cruce con Nikolás?
¡Leo sus comentarios!

Kate.

Kate

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