IRENE
Las turbulencias del avión al aterrizar hicieron que me despertara. Después de haber estado viendo películas y haber probado todos los juegos de la pantallita del avión, me había quedado dormida. Un poco desorientada y somnolienta aún, salí del avión y cogí mi equipaje de la cinta transportadora. Hacía bastante calor para ser finales de agosto. Se notaba que esto era Barcelona y no Nueva York.
Me dirigí hacia la salida y me senté en un banco a la espera de que llegase mi hermano. Me quité la chaqueta vaquera que llevaba e intenté recogerme el pelo en una coleta, aunque como siempre algún mechón rebelde escapó de la goma y se me vino hacia delante. Saqué el móvil dispuesta a mandarle un mensaje al tardón de mi hermano cuando unas manos envolvieron mis ojos.
- Adivina quién soy, sirenita - fui incapaz de reprimir una sonrisa.
- ¿Quién me llamaría sirenita sino el idiota de mi hermano? - pregunté a modo de respuesta.
Sin previo aviso me di la vuelta y me lancé a sus brazos. Encontrarme de nuevo con él tras once años sin vernos... la emoción me pudo. Casi sin darme cuenta unas tímidas lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas. Diga lo que se diga hablar por internet es distinto de que por fin pudiera verle.
- ¿Estás llorando sirenita? - preguntó mi hermano con incredulidad.
- No. - contesté con la cara roja de vergüenza. - Se me ha metido algo en los ojos.
Mi hermano soltó una carcajada, pero antes de que pudiese decir nada alargué mi mano hacia su cabeza, y le revolví ese pelo castaño claro que tenía. Sus ojos color miel y su cuerpo de atleta indicaban que se había llevado la parte agraciada de la familia.
- Quietas las manos sirenita. Que tengo unas tijeras en el coche. Si no quieres que tu bonita cabellera desaparezca, será mejor que no toques mi pelo.
- Lo que tú digas hermanito. - contesté con sorna, pero por si acaso decidí dejarle en paz.
- Y ahora vamos que quiero comer en casa. Además quiero enseñarte mi coche nuevo. - Dicho esto cogió mi equipaje y se dirigió a los ascensores para bajar a los garajes.
- ¿Tu coche nuevo? ¿Acaso has venido sólo? - interrogué con curiosidad.
- Sí. He pensado que al menos por hoy, Roberto podría tomarse un descanso. El trabajo de mayordomo no es fácil. Y lleva toda la semana trabajando con Beatriz para limpiar y ordenar tu habitación.
- ¡Vaya! Siguen siendo tan cuidadosos y minuciosos como siem... - mis palabras se cortaron al ver un precioso Peugeot RCZ blanco y negro que estaba aparcado enfrente de nosotros. Mi hermano sacó las llaves y guardó mi equipaje mientras yo seguí embobada contemplando esa maravilla.
- ¿Cuándo te has comprado este coche?
- No me le he comprado. Me le ha regalado el tío Ángel. - respondió sonriendo con superioridad.
- ¡Yo también quiero conducirlo!
- Sí, cuando cumplas los dieciocho. Recuerda que ahora estás en España y aún te queda bastante para ser mayor de edad.
Puse los ojos en blanco y subí al coche refunfuñando. Por mucho que me enfadase mi hermano tenía razón, en España seguía siendo menor de edad y había cosas que no podía hacer aún. Bueno al menos el lado positivo era que me sería pan comido sacarme el carnet.
Tenía pensado mantenerme despierta durante el trayecto, pero el cansancio pudo conmigo y al final me quedé dormida.
1 HORA DESPUÉS
- ¡Irene! Despierta que ya hemos llegado. ¿Quieres que te deje en el coche? - amenazó mi hermano.
Abrí los ojos lentamente y me desperecé estirando un poco. Tenía ganas de seguir durmiendo, pero tampoco quería quedarme encerrada en un coche para ello. Bajé torpemente del coche y por poco me caí. Lo único que me lo impidió fueron los fuertes brazos de mi antigua nodriza.
- ¡Irene! ¿Estás bien? Por poco te caes. ¡Pero qué mayor te has hecho mi niña! - me dejé abrazar por aquella que me había criado desde que era una recién nacida hasta los siete años.
Sentí cómo las lágrimas volvían a agolparse tras mis ojos, por lo que con una excusa me deshice del abrazo de Beatriz y di un abrazo rápido a Roberto para desparecer por las escaleras.
- Me conozco el camino. Ah, y no me molestéis por favor. Que me voy a duchar y luego me echaré una siestecita. Bajaré a la hora de cenar.
Me sentí mal por dejar así a todos, pero realmente me encontraba fatal y no me gustaba que me viesen llorar. Ya en mi habitación, eché el pestillo y me tumbé en la cama. Abrí los ojos e intenté contener las lágrimas. El esfuerzo fue en vano. Creí que volver tras tanto tiempo fuera sería distinto.
Cuando mis padres murieron en un accidente de tráfico dejándonos huérfanos a mí y a mi hermano de 12 años, mi vida pareció derrumbarse. Me vi obligada a abandonar España para irme a vivir a Nueva York con mis abuelos maternos quienes me cuidaron y educaron con esmero. En cambio mi hermano Andrés se quedó en Barcelona con mis tíos, aunque siguió viviendo a la casa de nuestros padres. Miré a mi alrededor y sentí cómo esos sentimientos de rabia e impotencia volvían a inundarme.
Había abandonado mi hogar con tan sólo siete años para escapar de un gran sufrimiento, y ahora once años después, había vuelto a ese hogar para huir de otra experiencia llena de dolor. ¿Acaso eso era mi vida? ¿Huir una y otra vez de aquello que me dañaba? No. No podía ni quería que fuese así, pero tampoco sabía cómo evitarlo. Era una cobarde, pero no estaba dispuesta a permitirlo por mucho tiempo. Iba a terminar 2º de bachillerato con todas las de la ley y no iba a permitir que nada ni nadie más desmoronase mi vida.
Entré al baño para ducharme y tranquilizarme un poco. Ser una niña rica con una mansión y un baño propio en tu propia habitación tenía sus ventajas.
Abrí el grifo y dejé que el agua caliente recorriese mi piel, llevándose toda la suciedad exterior... y también la interior. Todos aquellos sentimientos que me hacían daño. Mis lágrimas se mezclaron con el agua y el bajito sonido de mi llanto fue ocultado por el fuerte de la ducha.
Me prometí a mí misma que no volvería a llorar nunca más. Como alguien dijo una vez, nadie merece tus lágrimas. Y quien las merece jamás permitiría que las derramaras.
Salí de la ducha con una sonrisa. Con nuevas metas que cumplir y el orgullo más alto que nunca. Mi vida era mía, y no permitiría que nadie volviese a destrozarla. Me miré al espejo y contemplé el reflejo de una chica morena de ojos grises que sonreía con suficiencia y valentía. La antigua Irene, la chica cobarde e indefensa había desaparecido.
¿Para siempre? No lo sabía.
Hola gente! Espero no volveros locos con esto. Es que el antiguo capítulo uno no me gustaba nada, por lo que decidí editarlo. Aquí tenéis el nuevo. Gracias a quienes me leéis, y perdonad si soy muy tardona subiendo capítulos, es que me lo pienso mil veces antes de hacerlo. Un besazo y muchas gracias a quienes me leeis. Este capítulo va dirigido a una estupendísima escritora y amiga @Thynti
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In Thousand Pieces
Teen FictionCon el corazón roto pero decidida a rehacer su vida, Irene vuelve a Barcelona para terminar el bachillerato. Intentará superar la horrible experiencia que la impulsó a abandonar su hogar. Encontrará nuevos amigos, se topará con nuevos retos, nuevas...