CAPÍTULO 7

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Cuando salí de la ducha me encontré a JiMin en la piscina. Lo cierto es que vi su culo sobresaliendo del agua, mientras la atravesaba con un par de brazadas. Aquel culo que acababa de partir.
―¿Te importa? ―me dijo cuando llegó de nuevo al borde, apoyando los brazos a todo lo largo―. No he podido resistir darme un chapuzón.
Estaba delicioso. Su trasero seguía sobresaliendo del agua, como si me llamara. Por toda respuesta, dejé que la toalla de baño se escurriera por mis caderas y, tan desnudo como JiMin, me arrojé de cabeza. Salí a la superficie muy cerca de él, pero no me atreví a tocarlo. Acababa de follármelo, sin embargo éramos dos tíos y no quería andarme con mariconadas.
Aquel lugar era fantástico. La noche cerrada titilaba con las luces de los edificios, todos un poco más bajos de nosotros, por lo que la intimidad era total. Había una gran luna llena, que parecía colgar allí solo para alumbrar nuestro deseo.
―Con respecto a lo que acaba de pasar...―intentó explicarse JiMin, sin dejar de mirarme.
―Ya lo sé ―continué yo―: No tiene por qué volver a repetirse. Somos dos tíos que tienen que trabajar juntos y lo mejor es que nos olvidemos de lo que hemos hecho.
―No ―dijo muy serio―. Quiero que se repita.
Tragué saliva.
―¿Seguro?
―Después de cómo me has follado... ―JiMin se ruborizó ligeramente por lo que acababa de decir, y a mí me entraron ganas de comérmelo de nuevo―. No quiero que se termine esta noche. Serán seis días más. Es un plazo razonable. Después, muy posiblemente, no volvamos a vernos. Y si alguna vez coincidimos, será como el periodista que entrevistó a la estrella, nada más. Se quedará entre nosotros. Te lo prometo.
Me acerqué ligeramente. Lo justo para que mi polla desnuda se rozara suavemente con la suya.
―Seis días de esto ―le dije.
―¿Te desagrada?
―Me estás poniendo burro de nuevo, ¿no lo notas?

Movió las caderas para restregarse conmigo. El tacto de su piel bajo el agua era una delicia. Aquel carajo también empezaba a despertar, tan soñoliento como el mío después de la gran descarga.

―Dame cinco minutos a que recupere la respiración. Aún estoy acelerado con... joder, con lo que me has hecho ahí dentro.
Sonreí. Cinco minutos. No creí que pudiera aguantar más sin tirármelo de nuevo
―¿Cómo fue? ―le pregunté, para dejar de pensar en las cosas que quería hacer con mi polla y su cuerpo―. ¿Cómo empezaste a acostarte con otros hombres? Con ese mentor tuyo.

Se pasó la lengua por los labios. Sabía cuánto lograba excitarme, y disfrutaba con ello. Abrió las piernas, y suavemente me rodeó las caderas. Ahora yo estaba pegado a su sexo, y solo tenía que bajar un poco para tenerlo de nuevo a tiro.

―Acababa de mudarme a Los Ángeles ―empezó a contarme―. Una casa barata, la que me podía permitir. Había goteras en el techo del dormitorio, el escalón de la entrada era una trampa mortal, y la lámpara del salón se encendía y apagaba cuando quería. Pero estaba realmente bien de precio. Las reparaciones corrían por mi cuenta. Ese era el trato. Decidí empezar por el fregadero, que apenas tragaba. Lo intenté, te aseguro que lo intenté. Pero tras dejar sin agua a todo el vecindario tuve que llamar a un fontanero. El tipo vino. Parecía muy profesional. Lo arregló todo. Y así empezamos.
―¿Con él?
―Hubo un tonteo, lo reconozco. Hasta entonces nunca me habían atraído los hombres, pero aquel... no sé. La forma de chocarme la mano y sostenerla más tiempo del preciso. La manera de mantenerme la mirada. Incluso cómo se masajeaba el paquete cuando sabía que yo estaba pendiente. Era un tipo atractivo, un poco mayor que yo. Hablamos de futbol y de chicas. No se cómo lo consiguió, pero logró ponerme burro. Después se acercó a mí y me acarició la polla. Yo permanecí inmóvil en la cocina, con una mano apoyada en la encimera y una cerveza en la otra. Me dejé hacer, sin más, sin resistirme, y de aquella manera me propinó la mejor mamada de mi vida. Apenas fueron diez minutos pero me volvieron del revés. Cuando terminó, mientras yo me recuperaba, jadeante como un colegial inexperto, él se hizo una paja y se corrió en el mismo fregadero que acababa de arreglar ―sonrió al recordarlo―. Antes de marcharse me dio su tarjeta. No la de fontanero. Era una cartulina blanca con un número de teléfono privado, nada más. Hice por romperla. Por tirarla a la papelera. Lo que acabábamos de hacer debía borrarlo de mi mente. No se repetiría nunca más, ni saldría jamás de mis labios. Pero una semana más tarde lo llamé, y quedamos para vernos en un hotel de la costa.

DESEO | SAGA HOMBRES CASADOS #3 | ADAPTACIÓN Y.MDonde viven las historias. Descúbrelo ahora