Prólogo.

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Supo que había regresado en cuánto un suave roce entró en contacto con su hombro. Él sonrió.

Arrodíllate - Dijo aún de espaldas, con los ojos entrecerrados, hablando calmado, con ese aire rasposo que tanto la cautivaba y le causaba temor.

Se arrodilló.

- Discúlpame, Edén, te amo y no quiero perderte por mis impulsos.

Discúlpate como se debe - La tomó de la barbilla y ella, pequeña, sumisa, cabizbaja, asintió.

Discúlpame, ¡por favor! Yo te necesito, eres todo lo que tengo y no soporto que te enojes conmigo - Se atrevió a decir, mientras la voz se le cortaba como el corazón y lo sentía vuelto agua, al igual que sus pequeños orbes.

- ¿Y por qué te disculpas? ¿Qué es lo que hiciste?

- Pensé que podía ser más lista que tú; pensé que, podí...

El rió sin ganas, con ironía, le tomó un mechón y acercándose a su rostro, hincado, gruñó interrumpiendo:

¿Tú pensaste que podías hacer tus estupideces sin que me diera cuenta? - Reprochó aún con gracia en su voz, que aventaba palabras como dagas, y, escuchando un "no" en un susurro, siguió: - Si sabías que me enteraría, ¿Por qué lo hiciste?

No lo sé... ¡NO LO SÉ! ¡NO LO SÉ! EDÉN, DISCULPAME, ¡JAMÁS VOLVERÉ A HACERLO!, seré juiciosa, seré una buena novia... La que tú mereces, pero no me dejes - Estaba colapsando, a su merced, como siempre.

Gánatelo - la miró de forma fiera - gánate cada beso antes de que cumpla mi promesa, y te dejé, como tú antes intentaste conmigo.

Ella asintió, ella también lo tenía donde quería, en punto de ceder, de no dejarla, porque aunque le gritara que estaba harta de sus palabras hirientes y desplantes, se sentía atada y atraída, atraída por su forma tan dulce y decidida, su carácter noble y agresivo.

A ella le gustaban sus arranques, cuando era ella quien lo dejaba y él la buscaba a punto de sutiles palabras que irradiaban lo suicida; a ella le gustaban sus celos, su amor y su tristeza.

Entonces ¿Quién era el malo? ¿Quién era el bueno?

Ambos se tenían como los dos querían: necesitando las migas de ese ácido amor, porque ella era todo lo que él tenía, y él era todo lo que ella necesitaba.

Y en medio de la tempestad y la soledad que habían sembrado, sabían que incluso con toda la voluntad de dios, jamás podrían separarse, porque estaban destinados por el diablo.

La fractura de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora