Intervención

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A meses de haber despachado a Milazzo a Kabul, Mario pensó que quizá debería hallarse más en calma. Todo lo contrario, su mente no tenía calma alguna.

Paseó su vista por la habitación en penumbra. La misma pesadilla una y otra vez, quizá con leves cambios, al parecer su subconsciente adoraba atormentarlo. Podía tener el control sobre muchas cosas, pero el cómo funcionaba su psiquis no era una de ellas. Le resultaba imposible deshacerse de los sueños perturbadores y las imágenes que estos dejaban en su mente. Había recurrido a tés herbales, incluso a los consejos de abuela que Medina le había dado, pero nada funcionaba. Las pastillas para dormir eran un último recurso para momentos de desesperación, Santos prefería no usarlas, incluso si eso significaba perder noches enteras de sueño.

Turbado como se hallaba, el impulso irracional de asegurarse de que sus compañeros estuvieran a salvo lo invadió. Siendo las dos y media de la mañana, descartó la posibilidad. Los preocuparía sin razón, y eso era lo último que quería.

Como si lo hubiera invocado, su celular sonó con el característico timbre, la pantalla se iluminó con el nombre de Ravenna. El miedo absurdo lo invadió, sabiendo que si algo le había sucedido al actor estando al otro lado del mundo, todavía de viaje, era imposible ayudarlo directamente. Aunque podía hacer uso de sus contactos y favores desperdigados por otros continentes. Con su mente ya trabajando en múltiples problemas y sus soluciones, atendió con más premura de la necesaria, nervioso ante la posibilidad de recibir malas noticias.
Como sea, Ravenna sonaba bastante sano, incluso más contento de lo que recordaba en los últimos meses de trabajo juntos. Con cinco horas de diferencia horaria, a veces era difícil coincidir para hablar. El actor le relató sus andanzas de las últimas semanas, algunos sitios que había conocido, cosas para hacer, gente que le había resultado interesante.

Aunque lo negaran a muerte, todos se extrañaban y tenían diferentes maneras de exteriorizarlo. Los meses de separación empezaban a pesarles, pese a que la medida temporal de no verse había sido una decisión grupal.

—Che Santos, ando por París— la melancolía lo atacó de golpe, en conjunto con cierta euforia. Tenía muchos buenos recuerdos de aquella ciudad— ¿Tenés algún lugar para recomendarme? De esos que no me puedo perder —

Con mucho gusto enunció cafés y teatros, y otros sitios que podían llegar a parecerle interesantes. También le confirmó al actor que valía la pena visitar las catacumbas, aunque no especificó acerca de sus propias andanzas. Seguramente a su regreso, Ravenna le insistiría hasta el cansancio para que hablara, era perceptivo con algunas cosas en particular.

— Tené cuidado con los parisinos, Ravenna—
— Los parisinos tienen que tener cuidado conmigo —

Emilio prometió mandarle una carta o traerle un souvenir cuando volviera, dejando terminantemente pactado que apenas regresará a Argentina debían juntarse. No le objetó nada, sería inútil.

Al terminar la llamada, se dispuso a volver a dormir, añorando recuerdos y sucesos que habían quedado atrás hace tiempo.

Soñó, por supuesto, pero no tuvo el placer de una noche de sueño completa. Los sueños mezclados con recuerdos del tiempo que estudió en París pronto se transformaron en otra pesadilla, más cruenta y vívida que la anterior.

Esta vez al despertar, fue incapaz de racionalizar la situación. La tos lo estremeció, o quizá era el miedo, mientras buscaba desesperadamente el número. No sabía si el aire helado era lo que le causaba escalofríos, o si se estaba enfermando.
Estaba a punto de retractarse y cortar, pero al tercer timbre, la llamada fue atendida.

—¿Santos?— la voz preocupada de Loyola lo recibió, ocasionando que las imágenes de la pesadilla horriblemente vívida regresaran con mayor intensidad — ¿Pasó algo? ¿Necesitas ayuda?— el oficial de policía se escuchaba bastante despierto, y sobre todo, vivo. Intentó concentrarse en eso en lugar de sus pensamientos enturbiados o el malestar que lo recorría por completo.

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