PRÓLOGO
- Siempre te creí salvavidas y, sin embargo, ¡¡¡fuiste un puto huracán!!! –grité con todas mis fuerzas mientras las lágrimas no paraban de bañar mis mejillas, sonrosadas a causa de la rabia.
Leo me miró intentado transmitirme cuánto lo sentía. Parecía realmente arrepentido de su comportamiento, pero ya no había vuelta atrás. Ahora me daba igual. Se habían acabado las confesiones leídas desde nuestros propios ojos; solo quedaban las miradas cargadas de pena y dolor. Y todo por su culpa. Se lo había cargado todo y yo no me veía capaz de perdonarlo una vez más.
- No sé dejar de hacerte daño. – soltó de repente, en un intento de voz lastimera.
Lo miré con odio. Con verdadero odio. ¿Cómo pude alguna vez haberlo hecho con amor? No se merecía nada de mí, ni siquiera que yo estuviera allí escuchándole mientras la lluvia me calaba los huesos y, una vez más, él me rompía el corazón en mil pedazos. Pedazos que luego yo tendría que volver a unir...
- Para ello, tendrías que cambiar, y tú no cambias. – dije escupiendo cada una de las palabras y alejándome todavía más de él. No podía soportar tenerlo cerca, me quemaba por dentro tener que compartir el mismo aire.
Leo trató de cogerme del brazo para acercarme más a él, pero me solté de inmediato. El tacto de sus dedos en mi piel me provocaba náuseas. Y pensar que aquel mismo gesto solía provocar en mí mariposas...
Al fin, desistió y dejó de intentar acercarse, pero se agachó hasta quedar a mi altura y poder mirarme a los ojos tan fija y penetrantemente, como solo él sabía hacer.
- Exacto. Yo no cambio por nadie. – me aseguró. - Simplemente no sé hacerlo. – soltó encogiéndose de hombros y cortando el contacto visual al instante.
¿En serio me estaba soltando toda esa mierda? Decidí hacer acopio de todo mi autocontrol para dejar de llorar. No quería derramar ni una lágrima más por semejante gilipollas.
- Mira, ¿sabes? Yo siempre he sido fiel defensora de que una persona puede cambiar de verdad. Claro está, si se lo propone. Normalmente el incentivo suele ser ese alguien. Esa chispa que prende la llama es esa persona especial que llega a nuestras vidas y a la cual queremos mantener a nuestro lado por encima de todas las cosas. Por eso, decidimos esforzarnos y dar más que el máximo de nosotros mismos, día tras día. Porque, por muy cansados que estemos, siempre sacamos fuerzas para esa persona especial. Y tú eras la mía, ¿entiendes? Pero yo nunca fui la tuya... Quizás la vaya a ser Úrsula, o la fuera Aura, Jimena o incluso Abril. Quien sabe, la lista es interminable. Pero, ya te digo yo que, cuando llegue el momento, te acordarás de estas palabras mientras sonríes como un bobo mirando a la mujer de tu vida. Y esa, no soy yo. – solté con verdadera calma. No había sabido cuanta falta me hacía decirle aquello hasta que lo había soltado.
Leo abrió los ojos, impresionado ante mis palabras. ¿Es que acaso esperaba que le suplicara o algo para que volviéramos a estar como antes del huracán? Jamás, ni una vez más.
- Yo... No sé qué decir, la verdad. Solo que lo siento, Olimpia. – apretó los labios con fuerza a la vez que me miraba con pena y escondía las manos en los bolsillos de los pantalones, un gesto muy suyo. – Eres una tía increíble, pero...
Lo corté al instante:
- No esperaba más de ti, puedes estar tranquilo. No hace falta que me digas ahora todas las palabras bonitas que nunca te has dignado a dedicarme. No es conmigo con quien tienes q gastar saliva. Ya encontrarás a esa tía increíble.
Habíamos terminado.
ESTÁS LEYENDO
☺︎︎ 𝐶𝑎𝑜𝑠 ☹︎
RomanceOlimpia siempre ha tratado de ser perfecta. Odia la espontaneidad y solo es capaz de actuar si antes hay un plan trazado. Leo es el típico chico impulsivo que jamás piensa antes de actuar y nunca se arrepiente de sus actos. "Quién tenga miedo a mori...