CAPITULO I

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La lluvia ya cae,
yo soy libre al fin
para despertar al hermano
que entre tinieblas—

–Ugh... Qué fastidio, nunca consigo recordar ese verso. –Murmuraba Iris con la mirada fija en ninguna parte mientras dejaba mecer su cuerpo a lomos de una nube semejante al algodón.

Era una bonita y calurosa mañana de verano en las Tierras del Cielo. Tan pronto asomaba la luz del día, ángeles, arcángeles y demás variedades de seres celestiales se encontraban enfrascados en sus respectivas tareas y responsabilidades cotidianas.
De hecho, aquella era la época más laboriosa y llena de expectación de todo el año, puesto que sólo faltaba un mes para celebrar La Fiesta Luna, un evento muy peculiar. Según las leyendas de las Tierras del Cielo, llegaría un día en que una enorme luna de fuego se cerniría en lo más alto de la bóveda celeste, anunciando así tiempos de caos, guerra y desdicha no sólo para las Tierras del Cielo, sino para toda la inmensidad de Zona VIII.
De esta forma, sólo "el elegido" sería capaz de restablecer la paz y de guiar a toda la Zona hacia un futuro más próspero y pacífico, tal y como siempre había sido antes del presagio.

La Fiesta Luna sería el día en que la Torre de Luz escogería al elegido, pero aquella torre jamás había dado respuesta alguna. Es por eso que los residentes de las Tierras del Cielo decidieron ser pacientes y esperar una señal mientras celebraban la fuerza y protección que la Torre les otorgaba mediante una festividad de siete días de duración repleta de competiciones y diversión de todo tipo, entre las que destacaban los Juegos Olímpicos presididos por la mismísima diosa Olimpia. El ganador de tales juegos era considerado el ser angélico más capacitado para escoltar al elegido cuando la profecía se cumpliese, y hasta que ese momento llegase pasaba a ser, junto con los campeones de años anteriores, parte de las Fuerzas Armadas Celestiales. Los ganadores de estos Juegos Olímpicos solían ser siempre arcángeles, por sus dotes naturales con las armas y su forma física excelente.

Iris, por el contrario, tenía un defecto de atrofia en una de sus alas, lo cual resulta muy limitante para un ser angelical con capacidad de volar. De hecho, ella provenía de una familia de ángeles guardianes, pero al tener esta discapacidad, a Iris no le era posible seguir esos mismos pasos; ni ingresar en la academia de preparación para ángeles de la guarda o "custodios" ni mucho menos participar en los Juegos Olímpicos de La Fiesta Luna. Es por eso que la mejor función que podía desempeñar era la del pastoreo de nubes, en la cual no es preciso utilizar las alas para llevarla a cabo.

Iris Ravize continuaba organizando y supervisando sus nubes hasta que una mano cálida y firme se posó sobre su hombro derecho.

–Iris.
–¿Ismael? –Iris giró la cabeza hacia aquel ángel y al hacer contacto visual esbozó una sonrisa genuina e infantil.

–¿Ismael? –Iris giró la cabeza hacia aquel ángel y al hacer contacto visual esbozó una sonrisa genuina e infantil

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–Yo me ocupo de las nubes. –prosiguió el joven–Rem precisa hablar contigo.

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