Dos jóvenes amigos habían cometido la mayor locura de sus vidas, habían decidido escaparse de la peor manera posible, huyendo de eso que les acaparaba el futuro. Los dos corrían, no tenían nada, algo de dinero encima para poder pasar la noche en alguna posada y llevarse algo de comida a la boca, pero nada más. Tendrían que empezar a trabajar.
- ¿Me puedes explicar por qué te estoy ayudando en esto?- preguntó el joven rubio con ojos azules mirando exhausto a su amigo, sus piernas no le permitían correr más.
- Bueno, teniendo en cuenta de que supuestamente me has pegado un tiro en un duelo a muerte por el amor de una mujer, y que además mi cadáver mágicamente no se encuentra en el campo de tiro... Supongo que es mejor que huyas- declaró el pelinegro parándose en seco y dejándose caer sobre sus rodillas cansado.
El rubio tan solo soltó una carcajada y se dispuso a seguir acompañando a su amigo, pero esta vez a un ritmo más lento, estaba seguro que ya se encontraban a las afueras de la ciudad.
Alcanzó al pelinegro que tan solo se encontraba a unos escasos pasos de diferencia, le pasó su brazo por encima del brazo y le dijo vacilón:
- ¿Sabes qué Samuel?- el mencionado levantó su mirada expectante- Al menos no iré a la cárcel y es más... Todas las chicas de España suspiraran por mi al haber matado al futuro...- antes de que pudiera continuar la frase Samuel le tapó la boca impidiéndole hablar, no quería volver a escuchar el título que le pertenecía en el resto de su existencia.
- Guzmán, sé un poco más sensato por Dios, aquí hasta las hierbas tienen oídos- le reprochó con la mirada.
El rubio tan solo se limitó a asentir y a seguir el ritmo de su compañero, algo disgustado. No entendía el porqué de todo ese embrollo, si él fuera Samuel... todo sería diferente. Pero por otra parte lo entendía, eran tan solo mozos de 20 años.
Samuel tan solo podía pensar en las ganas que tenía de llegar a su destino, eso sí que lo tenía planeado. Quería alejarse y esconderse de su familia, de su ciudad natal, de esos recuerdos que lo perseguían y de sus obligaciones.
Mientras tanto en otro lugar...
- De nuevo en casa- suspiró una chica de ojos esmeralda, y de cabellos rubios y largos que caían en sus hombros como hilos de oro.
- Así es Carla, espero que te adaptes correctamente. Podrás asistir a esas clases de música que tanto ansiabas y estar cerca de Lucrecia, sé de primera mano que la echabas de menos- dijo un hombre de porte elegante, ayudando a bajar a su amada hija del carruaje que les había facilitado el viaje.
- Muchas gracias por haber hecho todo esto por mi padre, no aguantaba más estar en ese lugar en el que me sometió madre- agradeció Carla sintiendo como se quitaba un peso de encima, pero sin embargo, algo preocupada por haber sacado el tema de su madre delante de él, de su padre. Sabía de sobra que no habían sido el mejor matrimonio, ni mucho menos los mejores padres. Es por ello que en la última pelea que hubo, su madre decidió inscribirla en una escuela de señoritas para así evitar escuchar los gritos y las peleas que inundaban su casa.
- Es cierto que tu madre no hizo cosas de las que estemos especialmente orgullosos, pero todo se acabó. Ahora ella está lejos y debemos pasar página- respondió Theodoro dándole un beso en la frente a su hija e invitándola a que entrara de nuevo al portal de su añorada casa,
Carla notaba algo de tristeza en los ojos de su padre, imaginaba que el divorcio no había sido del todo placentero para él, aunque lo tuviera fácil gracias a que su padre era un magnífico abogado. Theodoro trabajaba en la comisaría de la ciudad, estudiando casos de algunos de los presos e intentando bajarle los años de cárcel a cada uno de ellos. Es por eso que Carla admiraba a su padre, conocía sus buenas intenciones.
- ¿Puedo ir a casa de Lu?- preguntó la rubia impaciente por la respuesta de su padre.
- Claro que sí, pero después de haber dejado todo tu equipaje en tu habitación y ordenarlo a tu gusto--- respondió abriendo la puerta de su hogar.
Carla y Lu eran amigas desde que las dos tenían memoria, sus padres tenían una fuerte amistad debido a que eran vecinos de edificio y las dos familias vivían en el mismo piso. Tenían la puerta de sus respectivas casas una en frente de la otra.
- ¿Ya no está en casa Leonor?-preguntó extrañada sobre el paradero de la criada de casa, al no verla recibiéndolos. Ya entendía porque debía de ordenar su habitación ella misma.
- Leonor se fue con tu madre, eran muy amigas así que le di la libertad de irse si ella lo quería de esa manera. Tendremos que preguntar en el altillo si ha llegado alguna nueva criada o al menos alguien para poder atendernos- habló su padre dirigiéndose a su despacho con algunos documentos en su mano- Si necesitas algo ya sabes donde estoy.
Carla le sonrió y entró a su habitación. Miles de recuerdos divagaron en su mente, noche de chicas con Lucrecia; jugando con Polo, el hijo de la dueña del Restaurante Al Gusto. En el que había comido tantas veces en familia y el que se encontraba justo en frente de su ventana, sin duda mañana iría a visitarlo junto a su amiga Lucrecia para rencontrarse con su amigo de la infancia.
La chica dejó a un lado la nostalgia y se apresuró a ordenar todo antes de que cayera la noche, temía que su padre no la dejara salir a esas horas.
Esa noche dos muchachos llegaron a la ciudad fatigados por el viaje a pie y buscando algo de cobijo esa noche, los dos observaron que en el restaurante Al Gusto, los empleados estaban recogiendo dispuestos a cerrar. Pero antes de que eso sucediera los dos se acercaron algo tímidos buscando algo de comida para aliviar el antojo que tenían.
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LA SEÑORITA Y EL MAYORDOMO
DragosteEn el año 1903 Carla, una bella señorita se encuentra haciendo el papel de investigadora para descubrir el secreto que esconde su mayordomo, Samuel. ¿Surgirá algo entre ellos dos? ¿Podrá Carla sacar a la luz , por fin la verdad? Pero no se encuentra...