Cuando era chica quería enfermarme para faltar al colegio por una semana, me duró poco ese deseo porque solía cazar virus bastante seguido. Luego de la vez número quince que tuve que hacer reposo, desarrollé un odio absoluto al "no hacer nada".
-¡Quedate quieta un rato nena, tenés hormigas en el culo!- Decía mi abuela con una sonrisa en la cara.
No tengo hormigas, tengo un hormiguero que se llama "miedo". En uno de esos tantos reposos, me di cuenta que el tiempo seguía corriendo mientras yo miraba el techo y me pareció sumamente injusto. Estoy obsesionada con el tiempo, quiero ganarle al tiempo.
Abro los ojos y miro la hora, estoy tarde. Salgo sobresaltada de la cama y me visto con la misma ropa que ayer porque no tengo nada que esté limpio, hasta reutilizo las medias. Mientras pongo a tostar un pan viejo, corro al baño para afeitarme las piernas. Huelo humo, corro a la cocina y veo que mi tostada es más carbón que pan, no tengo tiempo de poner otra así que la como igual. Agarro las llaves y llamo al ascensor, no funciona, bajo las escaleras corriendo. Mientras cierro la puerta pienso en cuál de mis opciones de transporte conviene más, no entiendo por qué pongo eso en cuestión si siempre elijo correr. Mi facultad queda exactamente a 12 cuadras y media de mi departamento, supuestamente me demoraría 25 minutos en llegar pero si cruzo por la mitad de la vereda, esquivo perfectamente a todos los ancianos que se me crucen, salto las baldosas flojas y no le doy importancia a los semáforos, puedo acortar 7 minutos al tiempo estimativo.
Estoy a 4 cuadras, mi frente no para de gotear, me estoy quedando sin aire pero sigo corriendo. De repente siento un dolor agudo que me recorre la pierna derecha, un niño en monopatín impactó justo en mi rodilla, lo miro abriendo mucho los ojos y el niño se retira sin pedirme perdón, sigo corriendo. Cuando estoy llegando a la esquina siento que algo chorrea sobre mi muslo y golpea mi pié, miro para abajo y es sangre, ya no sé si me corté afeitándome o me lastimó el niño en monopatín, evito darle importancia. Llego al hall de la facultad, de repente las escaleras de la entrada parecen ser mucho más inclinadas de lo que recordaba, subo como puedo mientras intento secarme la frente. Cien metros más y llego al salón. La clase ya empezó, dejo mi mochila en un costado y miro a mis compañeros.
-Caminen por el espacio- dice mi profesor.
Intento sumarme al grupo pero algo me lo impide, mientras tanto continúo mirando fijamente a mis compañeros.
-Caminen un poco más rápido
Mis compañeros obedecen, intento moverme y no puedo, los miro.
-Más rápido.
Sus pies se deslizan veloces sobre el piso, no puedo moverme ni dejar de mirarlos.
-Rápido.
Mis pies están pegados al suelo y mi mirada fija a los pies veloces de ellos.
-¡Rápido!.
Siento que se detienen pero no es así, siento que el salón se oscurece pero no es así, siento mis pies clavados en el piso de madera pero no es así. Caigo como un tronco pero sigo mirándolos, solo puedo pensar en lo bien que caminan esas personas, no entiendo por qué caminan tan bien.
Tengo miedo al tiempo parado, a que se me pare el tiempo, al tiempo congelado. El tiempo no es un helado, no se lo puede conservar frizado.
Con un paso pasa el tiempo en pasado, tiempo pisado.
ESTÁS LEYENDO
No recuerdo el último abrazo que dí
De TodoHistorias cortas que se unen, cuentos cocidos con aguja e hilo...de alguna forma es mi diario intimo fantástico.