Quiero con tu padrino

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Quiero con tu padrino





Draco quería morirse... no, eso era demasiado drástico y Potter no se lo merecía, mucho menos cuando lo veía devorar su helado como si no hubiera dicho las palabras más escalofriantes de su vida, estaba seguro que esa manera de comer era una maña contagiada de su amigo Ronald, así que mejor cerró los ojos respirando hondo, deseando con el alma que al abrirlos se encontrara aún en su cama y nada de eso había sucedido.


Pero no... cuando volvió a mirar hacia enfrente, Harry continuaba disfrutando su helado de nuez con crema batida y abundante jarabe de chocolate.


— Dime, por favor... No, ¡te ordeno que me digas que escuché mal!

— Si me dices qué escuchaste te diré si oíste bien o mal. —respondió Harry sonriendo marcadamente.

— Tan sólo repite lo que dijiste. —pidió haciendo su cuerpo hacia atrás, en una actitud que parecía suponer que temía que cada palabra fuera un dardo filoso.

— Bien, dije... "Me gusta tu padrino y quiero todo con él"


Draco frunció el ceño, arrepentido de haber pedido que repitiera esa frase que le provocaría pesadillas por el resto de su vida.


— ¿Qué quieres decir con eso? —preguntó a sabiendas que cometía un grave error.

— ¿De verdad quieres que te lo explique? —cuestionó Harry ya en franca carcajada.

— No estoy seguro ya ni de mi nombre.

— Bien, lo diré. —dijo inclinándose hacia el rubio, dejando de reír para adoptar un tono más confidencial y evitar que los demás comensales de la heladería pudieran escucharlo—. Quiero ir a la cama con tu padrino... con Severus Snape, te lo aclaro, por si tienes más padrinos circulando por la vida. Y quiero que me folle y que...

— ¡Basta!


Draco se tapó las orejas con ambas manos. Harry sonrió complaciente, y burlándose, tomó una servilleta y su varita mágica.


— Puedo hacerte dibujos si quieres algo más explícito.

— ¡Dije Basta! —gruñó arrebatándole el pedazo de papel mientras se aseguraba que nadie les estuviese prestando atención—. ¿Te estás burlando de mí?

— Un poco, pero de que quiero a tu padrino jodiéndome hasta que ya no pueda más ¡sí quiero!

— ¡¿Y porqué demonios vienes y me lo dices?!

— Porque necesito ayuda, y ya que apareciste por acá, pues fue como si el destino te pusiera en mi camino.


"Maldito destino" Pensó Draco, y aún más maldita la hora en que quiso dar ese paseo por el callejón Diagon, y maldito el momento en que su cerebro sufrió una avería creyendo que no sucedería nada malo si se sentaba con Potter, y mucho más maldita era la descarada sonrisa del ojiverde que parecía divertirse mucho con verlo así. Él debió haberse presentado a la junta de su empresa, aquello le traería muchos menos dolores de cabeza. Pero no, quiso ir ahí, y ya no quería ni pensar porqué.


— ¿Para qué necesitas ayuda?


Draco no entendía porqué no se paraba y se iba dejando al salvador del mundo mágico con sus calenturientas ideas, no, su maldita curiosidad le instaba a seguir preguntando y preguntando... ¿Es que acaso no había entendido en siete años que cada vez que metía sus narizotas en algún asunto de Potter corría el riesgo de terminar muerto o herido?... Odiaba su vida. Quizá debió haberse declarado culpable de villanías como mortífago, una temporada en Azkaban prometía menos problemas.


— Porque tu padrino parece que no siente lo mismo, aunque nuestra relación puede ser más cordial cuando hablamos de temas triviales, pero en cuanto quiero ir tanteando terreno, surge algo que consigue que terminemos discutiendo como en los mejores tiempos del colegio.

— Obvio, jamás te toleró.

— Eso quien sabe. —respondió frunciendo el ceño a disgusto con esa idea.

— ¿Porqué no le pides ayuda a tu amigo la comadreja y me dejas libre de esto?

— ¿A Ron?... bueno, en primer lugar, porque quiero seguir teniendo un mejor amigo. —río—. Sé que un infarto reduce mucho el promedio de vida. Y en segundo lugar, recuerda que Ron tardó siete años ¡siete largos años! en darse cuenta de lo que sentía por Hermione, así que dudo mucho que pueda darme consejos sobre cómo acelerar el proceso de ir a la cama con nadie.

— En eso tienes razón, pero... ¿yo?

— Ya sé que no hemos sido los mejores amigos del mundo... ¡pero Snape es tu padrino! Debes de saber cómo llegarle.

— Es que ni siquiera creo que ustedes hagan buena pareja.

— ¿Y porqué no? —refutó indignado.

— ¡Porque no parecen tener nada en común, ni siquiera pueden vivir sin discutir, tú mismo lo has dicho!

— ¿Y eso qué? —cuestionó encogiéndose de hombros—. Además, yo no dije que siempre discutamos, hay veces que tenemos charlas muy amenas.

— ¿Ustedes?


Draco rió incrédulo, no podía imaginarse a su padrino y a Harry juntos en una misma habitación sin riesgo a que uno de ellos saliera herido o víctima de desagradables maldiciones.


— Aunque no lo creas, es así... ¿o qué crees que estoy haciendo en esta heladería un sábado por la mañana y no durmiendo?

— ¿Porqué? —preguntó volviendo a su odiada curiosidad.

— Estoy esperándole, nos vemos aquí cada sábado desde hace dos meses. —respondió sonriente y enfatizando sus palabras como si eso fuera una hazaña mucho más importante que haber podido derrotar al mago más tenebroso de todos los tiempos—. Y más te vale que cuando llegue te esfumes, no quiero chaperones.


El rubio abrió la boca para decir algo pero no pudo hacerlo, la mirada embobada de Harry le dejó sin palabras, jamás le había visto así y no pudo asombrarse más cuando éste empezó a confesarle de sus entrevistas con Snape sin que le hubiera preguntado.


Flash back


Harry no ocultó un enorme bostezo, odiaba levantarse temprano los sábados y Dumbledore continuaba empecinado en realizar juntas en el momento en que le llegara la inspiración, y ese día los convocó de urgencia a todos los profesores. Ninguno de ellos reprimió su disgusto al saber que la prioridad para verlos era organizar los paseos para Hogsmeade.


El sueño le hizo ir por una de las tazas de café que los elfos habían colocado en una de las mesitas de la sala de Profesores, pero con el primer trago terminó escupiéndolo por completo.


— Tan maleducado como siempre, Potter. —susurró una voz a sus espaldas.

— Tan entrometido como nunca, Snape. —respondió alzando la barbilla con orgullo.


Miró por detrás del Profesor, ya Dumbledore se había retirado luego de elegir a los "voluntarios" para actuar de vigilantes durante los paseos. Harry se alegró de no haber sido uno de los elegidos, y no le importaba que fuera debido al recordatorio de Snape de su habilidad para meterse en problemas. También el resto del profesorado se marchaba ya.


"Si Potter cuidará que los alumnos no se metan en problemas... ¿quién le cuidará a él?" Ese había sido la frase que usara Snape.


"Si Snape cuidará que los alumnos no se metan en problemas... ¿porqué les adosamos el mayor de ellos?" Había respondido Harry en venganza.


Ambas miradas se cruzaron, desafiantes y al mismo tiempo disfrutando de su supuesto triunfo, el hecho es que al final ninguno de los dos fue elegido por mayoría de votos.


— Creo que esto ha terminado y...


Snape no continuó lo que decía porque en ese momento era él quien terminaba escupiendo el café del que se había atrevido a dar un trago.


— ¡Esto es espantoso! —gruñó haciendo desaparecer el contenido de su taza.

— Lo sé... pero conozco un sitio en el callejón Diagon donde lo preparan estupendo, y además hay los mejores helados que he probado.

— Obviemos los helados. Muéstreme ese lugar y comprobaremos si realmente es tan bueno el café como menciona.


Harry asintió y como si fuera lo más normal del mundo, salió del salón acompañado por su ex Profesor con rumbo hacia Diagon. Aquella primera vez Snape no hizo ningún comentario sobre el sabor del café, pero en cuanto lo terminó, se puso de pie y luego de liquidar la cuenta suya y la de Harry, tan sólo dijo...


"El próximo sábado a la misma hora, y no me haga esperar, Potter"


A partir de entonces aquello se volvió una costumbre que para Harry fue haciéndose más inquietante. Iba sorprendiéndose de cuanto esperaba la llegada del sábado, y de cuan vacío se sentía al momento de despedirse. A pesar de que continuaban viéndose entre semana en el colegio, Snape nunca le dirigió la palabra, tan sólo lo hacía esos sábados... esa hora que duraba su encuentro era el único momento en que el Profesor parecía acordarse de su existencia.


Fin del flash back


— ¿Seguro que no has estado soñando de más, Potter? —cuestionó Draco, aún sin poder imaginarse que aquello realmente hubiese sucedido.

— Créeme, he soñado cosas mucho más atrevidas que eso, pero desafortunadamente la realidad se queda en que tomamos café y platicamos un poco... Sólo eso, y desesperantemente nada más ha ocurrido.

— Pues no sé qué decir.

— Tan sólo dame una idea de qué es lo que busca en un hombre... porque sí busca un hombre ¿verdad? —preguntó de repente preocupado.

— ¡Potter, yo qué voy a saber!

— ¡Pero es tu padrino!

— ¡Pero jamás he platicado de eso con él!


Harry miró hacia la calle por el ventanal, tal vez no había sido tan buena idea pensar que el hurón sirviera para algo. Su desanimo no pasó desapercibido por el rubio quien a cada segundo iba confundiéndose más por lo que le había tocado vivir aquel día. Nuevamente pensó que debió haber ido a esa odiosa junta.


— Será mejor que me vaya. —dijo intentando ponerse de pie, pero Harry le retuvo nuevamente.

— Espera un poco, por lo menos debes saber decirme qué le gusta... quizá pueda hacerle un regalo que me deje acercarme un poco más.

— ¿Un regalo? Pues eso me parece absurdo, mi padrino no es de los que se dejan impresionar.

— No pretendo eso, sólo quiero que lo que haya entre nosotros deje de ser tan impersonal.

— Bueno, si insistes, supongo que un libro sería un obsequio muy bueno. Él aprecia mucho la lectura y más si de Pociones se trata.

— No es buena idea, la semana pasada consiguió el libro que le interesaba y anduvo buscando por dos años... ¡debí haber averiguado antes eso!

— Bien, entonces no será un libro. Puedes darle instrumentos para Pociones o ingredientes.

— Tampoco. —negó frustrado—. Él dice que prefiere elegirlos personalmente pues no confía en que nadie tenga la suficiente capacidad e interés en conseguir lo mejor de lo mejor... además, pues él es el experto ¿no? —concluyó sonriendo soñadoramente.

— ¿Una prenda? —cuestionó Draco ya sin saber qué más decir—. No sé, puede ser una camisa o una túnica nueva.

— No, mala idea. —respondió chasqueando los labios mientras el rubio casi se daba de topes contra la mesa—. Snape comentó una vez que los que hacen ese tipo de regalos son gente que busca algo más y jamás se molestan en saber si lo que regalan es del gusto de quien recibe y no de quien lo obsequia.

— Potter, creo que conoces más a mi padrino que yo.


Harry sonrió ante ese comentario que sonó fríamente sincero. Tenía que reconocer que en esos dos meses casi se había grabado sus conversaciones de memoria, no tenía nada qué hacer mientras lo observaba hablar, era fascinante ver como sus labios se movían pronunciando cada palabra, y como su rostro, aparentemente indiferente, realizaba casi imperceptibles muecas cuando algo le afectaba.


Adoraba las pequeñas arruguitas que aparecían en la punta de su nariz si hablaba de algún tema que le desagradara. Y le enternecía la brillantez en el fondo de los pozos oscuros que eran sus ojos si mencionaba la palabra Pociones.


Y la manera en que pronunciaba la "T", podía morir viendo la punta de su lengua chocar contra sus dientes mientras una exhalación brusca de aliento golpeaba directo a su corazón. Ahí había entendido aquellos extraños estremecimientos cada vez que decía su apellido... "Potter". ¡Si tan sólo de recordarlo ya sentía su entrepierna congestionarse dolorosamente!


— ¿Sigues aquí? —preguntó Draco moviendo su mano frente a la embobada cara de Harry.

— Sí... aunque quisiera estar bajo tu padrino, o arriba, me acomodo fácilmente.

— ¿Porqué eres tan vulgarmente directo? –farfulló molesto.

— Dime, Malfoy... —dijo inclinándose hacia él, ignorando su comentario—... ¿tú crees que le guste estar arriba o abajo?

— ¡Deja de hacerme esos cuestionamientos! —ordenó ruborizado—. ¡Yo no tengo porqué saber nada de eso!

— No me estás ayudando mucho. —gruñó frunciendo la nariz.

— Por si no te habías dado cuenta, no tengo mucho interés en ayudarte.

— Bien, no importa, tan sólo respóndeme una última pregunta.

— ¿Y ahora cuál?

— ¿Crees que yo sea su tipo?

— ¡¿Es que acaso estoy hablando en chino?! —gritó ya sin poder contener su exasperación—. ¡Ya te dije que no lo sé!

— Pero... tu padre y él fueron amigos, intenta recordar si alguna vez escuchaste alguna conversación entre ellos que hiciera ver los gustos de Snape.

— Para serte sincero, ellos hablan poco, tan sólo de Pociones o negocios o cosas más prácticas. Creo que si lo vemos por ese lado, mi padrino incluso hasta podría ser virgen.


Draco estalló en carcajadas ante su comentario, pero los ojos de Harry relucieron como nunca. Esa posibilidad le dejó con la boca abierta, y casi babeando de antojo.


"Virgen" repitió mentalmente... eso no lo había considerado jamás, siendo un hombre tan apasionante y delirantemente erótico no creyó que no hubiera habido alguien que no lo notara.


Justo en ese momento un hombre alto apareció en la puerta del establecimiento. Harry sintió su corazón retumbar, se sentía como animal en celo a punto de lanzarse a devorarlo frente a todos. Pero era demasiado joven para morir.


Severus Snape entornó los ojos al ver a Harry en compañía de su ahijado. Cautelosamente se fue acercando, convencido de que una reunión entre esos dos no podía augurar nada bueno. Además, esa mirada del ojiverde tampoco era normal, algo tramaba, estaba seguro de eso y de que él sería una víctima potencial de sus maquinaciones... pero no se dejaría intimidar, o se dejaba de llamar Severus Tobías Snape Prince.


— ¿Qué está pasando aquí? —preguntó luego de sentarse entre ellos.

— Nada, padrino. —aseguró Draco sonriéndole animoso—. Me alegra poder saludarte, hace tiempo que no nos veíamos.

— Algo... ¿y qué hacen ustedes dos juntos?

— Nada, tan sólo paseaba por aquí cuando ví a Potter y me acerqué a saludarlo.


Severus no dijo nada, pero aquella respuesta le pareció absurda, ¿desde cuándo Draco se acercaría a Harry sin tener una varita apuntándose mutuamente?. Pero ya no quiso darle más importancia, lo que le inquietaba era que el ojiverde no dejaba de observarle fijamente.


— ¿Y a usted qué le sucede, Potter? ¿Acaso ese helado le ha paralizado el cerebro?

— Creo que se me paralizó otra cosa.


Draco escupió la bebida que probaba ante la suspirada respuesta del ojiverde, de plano a su contemporáneo de estudios tan sólo le faltaba arrojarle los calzoncillos a la cara a su padrino para hacerle saber lo que quería. Y sin embargo, lo más sorprendente no era eso, sino que Severus Snape, hábil e inteligente doble espía en la guerra más tirana y peligrosa en el mundo... ¡ni siquiera se daba cuenta!


Así es, Severus inclinó la cabeza en forma de interrogación por la extraña respuesta de su ex alumno.


— ¿Qué le paralizó?... ¿la lengua o qué?

— No, Profesor, nada... ¡ya olvídelo! —exclamó Harry con hastío mientras llamaba a una de las meseras—. Dos café irlandés, por favor.


Draco miró a su padrino en espera de alguna protesta de su parte por el hecho de que Harry hubiese ordenado sin siquiera pedirle su opinión, pero para su sorpresa, el mago no pronunció ni una palabra al respecto.


— ¿Y no tenías una junta, Malfoy? —preguntó Harry enfáticamente, con toda la intención de echarlo de ahí a la brevedad posible.

— Ya no, seguramente cuando vieron que no aparecía la suspendieron. —dijo malicioso al darse cuenta de la ansiedad de Harry por quedarse a solas con el Profesor.

— Bueno, pero seguramente alguien con tantos negocios como tú tendrá algo más en qué ocuparse.

— Decidí darme el día libre, no te preocupes.


Harry contuvo un gruñido cuando Draco bebió de su café sin ninguna muestra de querer levantarse, más bien lucía muy cómodo en su lugar.


— ¿Acaso no recuerdas lo que estábamos hablando? —preguntó Harry entre dientes—. Dijiste que tenías que hacer unas compras y que te irías de inmediato cuando Snape apareciera... Así que no te entretenemos más, puedes irte ya.

— Potter, déjelo tranquilo, cada quien tiene el derecho de tomarse el tiempo libre que quiera... ¿acaso no lo hacemos nosotros también?


Harry miró al Profesor... ¡adoraba que su apellido tuviera dos "T", y adoraba ver la puntita de esa lengua acariciándole sus dientes!... Pero no era el momento de pensar en eso, debía deshacerse de Malfoy.


— Sí, pero él dijo que...

— Ya, ya, ya me voy. —intervino Draco—. Y descuida, padrino, ya sabes como son los Gryffindor de maleducados.


En lugar de sentirse ofendido por aquel comentario, Harry enfatizó su sonrisa al ver que el rubio finalmente se ponía de pie para irse. Sin embargo, el gusto no le duró mucho. Justo detrás del rubio podía vislumbrarse la puerta de entrada y por ésta apareció quien jamás se imaginó... su padrino, Sirius Black.


Al girar para marcharse, Draco se quedó nuevamente estático, frente a él tenía a quien durante los últimos meses había sido el causante de los sueños húmedos más exquisitamente frustrantes de su vida. Fue entonces que recordó el motivo de decidir no ir a su junta de trabajo, aquel rumor de que Potter acostumbraba entrevistarse con un hombre moreno.


Quiso averiguarlo por sí mismo, quiso comprobar si era Sirius Black de quien hablaban, aunque le parecía algo ilógico pues Harry y su padrino vivían ahora juntos, alquilando un departamento en el Londres muggle, no tenían porqué salir juntos también. Ahora sabía que no era al animago a quien Harry esperaba, pero también sabía que ya no quería irse de aquel lugar.


Sirius Black sonreía a sabiendas de que era objeto de miradas femeninas, y una que otra masculina. Disfrutaba de la sensación de saberse admirado y no había nadie que le ganara a eso... nadie, excepto Draco Malfoy, a quien de pronto vio de pie cerca de él.


Ambas miradas grises se cruzaron, ambas altivas, ambas cautivadoras. Draco no mostró en ningún momento lo que sentía más debajo de su anatomía al mirar al apuesto moreno. Desde su rescate del velo parecía haber rejuvenecido más de diez años, su musculatura era firme y se dejaba entrever sobre la fina camisa de seda roja que llevaba.


Sirius caminó hacia ellos, ya había localizado también a su ahijado, y no le pareció muy agradable la compañía con la que lo encontró.


— ¿Qué haces aquí, Sirius? —preguntó Harry cuando éste llegó a su mesa, mirando de reojo al rubio, un poco más bajo que él.

— Hacía unas compras y quise tomar un café, parece que he llegado a tiempo para salvarte de estas serpientitas.

— Yo mejor me voy. —comentó Severus poniéndose de pie, sin dejar de mostrar su antipatía por el animago.

— ¡No! —negó Harry maldiciendo en su interior—. Eso no es necesario, Snape, Sirius también ya se iba, como Malfoy.

— En realidad creo que tengo un poco más de tiempo y afuera hace demasiado calor. —respondió Draco volviendo a ocupar su lugar, indiferente por la mirada asesina del chico Gryffindor.

— Yo también me quedo.


Sirius se sentó cerca del rubio pero ignorando su presencia, o probablemente, aparentando ignorarla. Severus sacó dinero de su túnica y la puso sobre la mesa antes de dirigirse a la salida, Harry no se quedó ahí y fue tras de él alcanzándole en la puerta.


— ¿Me hizo esperar y ahora se va así nada más?

— Siento haberle hecho perder el tiempo, Potter, pero no volverá a suceder. —refutó mirándole enfadado.

— No, espere, no quise decirle eso. Pero... ¿no puede reconsiderar el marcharse ahora? Tal vez podamos ir a tomar el café a otro lugar.

— No, ya es tarde, tengo que volver al colegio.

— ¿Vendrá el próximo sábado?

— No lo sé... no me agrada la presencia de su padrino.

— Él no va a estar, lo prometo... ¿vendrá?

— Ya le dije que no sé ¿y porqué está tan interesado? ¿Qué pretende?

— ¡Nada, santo cielo! ¡Sólo dígame si me va a dejar plantado o no!

— Esto no son citas, Potter, no tiene porqué esperarme... tome su café como yo lo tomaría si usted no llegara.


Severus se marchó sin darse cuenta de la frustración de Harry. Al quedarse solo, el ojiverde miró hacia la mesa, donde Sirius y Draco se miraban retadoramente... su propia mirada se tornó de furia contra quienes habían provocado aquello. Para la próxima, se aseguraría de dejarlos bien encadenados en alguna isla desierta, sólo así se aseguraría de que sus entrevistas con Snape no terminaran en otra discusión.





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Quiero con tu padrinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora