Capítulo 3.

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Sólo bastaba leer un poco más del universo para conocer el miedo más irracional de aquellos curiosos.

La idea de un remolino espacial capaz de devorar planetas en menos de un segundo, y que dependiendo de su tamaño podía atraer a cualquier cosa de la infinidad cercana hacia su interior asustaba.

Pero Valentina tenía una de sus metáforas favoritas basadas en de aquellos monstruos espaciales.

Ella decía que Juliana tenía un agujero negro en su corazón.

Y es que la menor amaba todo, todo lo almacenaba en su corazón, y siempre tenía espacio para amar más, todo lo amaba en pocos segundos y como si pudiera atraer todo para darle amor, era normal que se le acercaran animalitos y que se dejaran acariciar sin problemas, también niños y bebés o las personas adultas.

Y podía tener infinitos ejemplos de que todo era atraído por el agujero negro en el corazón de su amada.

Lo que ambas siempre recordaban con una sonrisa era cuando una tarde de primavera, en el parque, como todo había empezado con una mariposa que habían visto en una de las flores, que automáticamente Juliana acercó su mano hacia ella, y el pequeño ser alado se posó en esta, caminando en su mano.

En ese momento Juliana estaba sonriendo de forma amplia, mostrando sus dientes en una adorable sonrisa en sus ojos sus estrellas brillaban.

Pero fue cuestión de minutos para que más y más mariposas se posaran en ella, en sus brazos, sus hombros y sobre su cabeza, llamando la atención de los pocos y tranquilos peatones, sonriendo por la chica cubierta en mariposas.

—Val... ya quítamelas —pidió, algo asustada por tantos delicados y hermosos bichos en su cuerpo.

La mayor se encogió de hombros, con una sonrisa recta.

—¿Qué quieres que haga? —Valentina se acercó a ella, mirando los pequeños seres—. Pequeñas maripositas, ¿Quieren soltar a mí linda novia, por favor? Lo siento, pero no la comparto.

—Val~~ no se van —Juliana sonó como si estuviera a punto de llorar.

—Juls, claro que no se iban a ir, estaba bromeando.

—Tengo una en la nariz —Juliana cerró sus ojos con fuerza.

—La habrá confundido con una rama.

Juliana estornudó, haciendo que Valentina se apartara de ella de un salto y las mariposas volaran lejos, sus brillantes ojos las miraron marcharse.

—Problema resuelto —dijo la mayor con una sonrisa divertida.

—¿Qué dijiste de mí nariz? —murmuró la menor, tomando esta con sus manos, escondiendo la de la vista.

—Que la amo —respondió la mayor, tomó sus muñecas para bajar sus manos y dejar un beso sobre la nariz de la pequeña pelinegra.

Ese quizás había sido la experiencia más rara con los animales siendo atraídos por la linda Juliana, pero como eso podrían hablar de que se le acercaban ardillas y hasta los pájaros cantaba cuando la veían pasar.

Y con otros humanos, en una ocasión Juliana terminó haciéndose amiga de todos los ancianos que estaban jugando ajedrez en una plaza, tanto cariño que las señoras mayores terminaron besando y marcando con pintalabios rojo sus mejillas y cuello, para luego reír cuando Valentina dramatizó que la estaba engañando con unas encantadoras señoritas.

Era común que, cuando salían a lugares más concurridos, los niños pequeños se le acercaran para jugar con ella, a los bebés más llorones los podía calmar en segundos y la imagen de Juliana con un bebé en brazos hacia a Valentina estrujarse por dentro, y la menor lo notaba porque brillaba con más fuerza.

Y Juliana amaba todo aquello y a cada uno de esos animales y esas adorables personas.

Pero lo que más amaba era a Valentina, y el agujero negro de su corazón era capaz de almacenar todos los gestos cursis de la mayor, incluso cuando se ponía muy empalagosa, a Juliana no le molestaba ni un poco.

A Valentina le gustaba besar todo su cuerpo, incluso podría decir que le gustaba más que tener sexo, era más suave, y podía escuchar la linda risa de niña de su novia cuando besaba su vientre provocando cosquillas, o los jadeos cuando succionaba la piel de su cuello, o sus gemidos cuando besaba en sus partes más íntimas.

Le gustaba abrazarla cuando estaban desnudas, así sentía el cómodo calor de su piel contra la propia, dejar caricias en su suave cuerpo.

Lo había hecho muchas veces, nunca le perdía el gusto a esas muestras de cariño, ya conocía el cuerpo de Juliana de memoria, y nunca se cansaría de este.

Fue en uno de sus abrazos íntimos, luego de haber hecho el amor un par de veces, ya que Juliana estaba bastante caliente esos últimos días, que la menor hizo aquella extraña pregunta.

—Valentina, ¿Crees en la vida en ... fuera de la tierra?

—Sería muy raro que estuviéramos solos en un universo tan grande —dijo—. Así que supongo que sí creo.

—Y... ¿Crees que haya seres en la tierra de... otros lados?

Valentina frunció sus labios.

—Eso lo dudo bastante... digo, hay más lugares interesantes para perder el tiempo que en la tierra.

Juliana suspiró.

—¿Y si están aquí? Y ... más cerca de lo que crees...

—Juliana... ¿A qué viene esta pregunta?

La menor negó.

—Tú... sabes que soy rara.

—Eres normal, Juliana, lo normal es ser diferente, así que eres normal, como todos.

Juliana rio.

—Soy rara en otro sentido —alzó sus ojos repletos de estrellas hacia Valentina—. Val, yo... no soy como tú, no soy humana, no soy de aquí.

𝐒𝐰𝐞𝐞𝐭 𝐒𝐭𝐚𝐫; 𝐉𝐲𝐕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora