- Hay muchas coreos, pero ninguna te explica bien los pasos.
Berta deslizaba los dedos por la pantalla de su móvil a través de aquella aplicación de vídeos recién descargada y de la que se decía que era lo último en redes sociales de contenido audiovisual. Ya llevaba más de cinco minutos pasando de un vídeo a otro en busca de la coreografía que estaba de moda en todo el mundo y, más importante aún, en su instituto. Tumbada sobre aquel mantel de flores, no le convencía ninguna de las actuaciones que los millones de seguidores de Rosaura se habían atrevido a interpretar para lograr el challenge que su artista favorita les propuso en una publicación que se hizo viral en cuestión de segundos.
- En esta parece que van paso a paso.
Le sugirió Daniel irrumpiendo con su dedo sobre la pantalla de cristal para impedir que su amiga continuara con aquel vertiginoso devenir de videoclips amateurs y escapar así de un bucle catódico que parecía no tener fin. Tumbado sobre el mismo paño primaveral que Berta había traído de casa para echar juntos la tarde en el descampado del barrio, contribuía a ser de algún modo el filtro al torrente desbocado de ideas pizpiretas que su compañera dejaba fluir cada vez que abría las compuertas de su creativa mente. Daniel admiraba la manera en que Berta se dejaba llevar por cualquier pensamiento que le resultara mínimamente innovador. Él carecía de aquella inercia y sentía que algún tipo de corsé subcutáneo lo constreñía y le impedía respirar con normalidad en situaciones que consideraba estar fuera de su zona de confianza.
- Vamos, ponte en pie.
Berta animó a su amigo a desperezarse y seguirla en aquel reto que estaba dispuesta a superar. Apoyó su teléfono móvil sobre el esférico altavoz bluetooth que pudo comprarse en el bazar del barrio con los pocos ahorros que consiguió juntar como repartidora de publicidad de la hamburguesería de sus titos los fines de semana. No era el trabajo de sus sueños, pero a Berta no le costaba mucho darse unas cuantas vueltas por el barrio dejando folletos en los buzones o en los limpiaparabrisas de los coches, además de que no encontraría a su edad otro empleo que le permitiera cubrir sus inevitables gastos de adolescente consumista neoliberal. Daniel se levantó con cierta reticencia, no porque le disgustara bailar, sino por temor a que alguno de sus convecinos lo pillara en un acto de dudosa masculinidad para los cánones de aquel suburbio poligonero.
- ¿Te da vergüenza?
- No, qué va. Es que aquí...
- Vamos, si no viene nadie por aquí a estas horas.
Aquel descampado situado por detrás del edificio de Berta era un lugar habitualmente desolado pero que a ciertas horas, sobre todo de la noche, se convertía en lugar de congregación de público muy variado, sobre todo juvenil, a causa de la falta de zonas verdes en un barrio que se había expandido a base de palustre de cemento y comisiones en cubierto. El rectángulo de arena, piedras y matorrales estacionales superviviente a la urbanización descontrolada, era refugio de botellones clandestinos, comercio de cogollos, encuentros apasionados y algún que otro intento de güija; y que al día siguiente se atestiguaba con la presencia de vasos de plástico, colillas, condones usados y velas derretidas en aquel yacimiento arqueológico post-modernista que había dejado el Homo guarrus a su paso.
- Hazlo por Rosaura – le rogaba Berta haciendo pucheros con la cara e imitando a algo así como a un adorable gatito en busca de atención.
Daniel aceptó sus súplicas y se puso en pie ayudado por la mano de su amiga, la cual le tendió con el fin de darle el último empujón que necesitaba para, según ella, saltar al estrellato. Si situaron frente al móvil y activaron el vídeo seleccionado. Un tipo de música entre trap y reguetón golpeaba rítmicamente el altavoz sobre el que descansaba el teléfono, en cuya pantalla un joven de edad similar a los dos amigos explicaba lentamente los pasos de la coreografía más popular de esa semana. Primero un par de pasos hacia delante, después manos a la cadera, movimiento de trasero circular, manos al cuello, meneo de cabeza, medio giro...
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Centinelas y Soñadores
Teen FictionNos pasamos la mitad de nuestra vida soñando, y la otra mitad intentando que se cumplan nuestros sueños. Daniel podría ser un adolescente como tú o como yo en plena edad del pavo, pero, por avatares del destino, su vida nunca ha resultado ser un cam...