CAPÍTULO 9. NO ES PAÍS PARA MATONES

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 —¡Tú primero!

—¡No, mejor tú!

—¡Si es que no sé ni por dónde empezar!

—¿Pero tantas cosas han pasado en un día?

—Bueno, no tantas, pero muyyyy fuertes.

—Nooooo.

Así se pasaron los primeros minutos Berta y Daniel en su puesta al día sobre todo lo acontecido durante aquel curioso primer día de clase a mitad de curso que se veían obligados a experimentar por segunda vez ese año debido a las trágicas circunstancias que los habían dejado, literalmente, en la calle. Daniel estaba deseando de contar a su amiga sus primeras impresiones en San Honorato, aunque todavía dudaba de si relatar o no aquel primer encuentro con Trevor, porque, pese a la confianza que tenía con ella, aun se ruborizaba al recordar ese anormal, a la par que sensual, momento en el vestuario. Por otra parte, Berta necesitaba desahogarse cual plañidera acerca de su experiencia en el que, hasta ese momento, siempre había sido el colegio rival del Azcona, ya fuera en competiciones deportivas o ferias de ciencias, el I.E.S. Alberti. Tumbados cada uno sobre sus respectivas camas, empuñaban el teléfono móvil con la determinación necesaria para no perder detalle alguno de las revelaciones que estaban a punto de confesarse.

—Vale, empiezo yo —resolvió Berta para no prolongar más aquella inútil espera —. Nada más llegar nos repartieron en grupos y nos metieron directamente en clase, así, sin más. Quisiera que hubieras visto cómo nos miraban los del Alberti, ¡como si fuéramos extraterrestres!

—Para alienígenas los de San Honorato. Si hubieras visto el circo que han montado para recibirnos. Patético.

—Anda ya, ¿os han recitado un salmo o algo así?

—Más o menos, pero sigue.

—Pues eso. Como si fuéramos unos apestados. Pero luego guay, me sentaron junto a una chica muy enrollada, Mina se llama, por Guillermina, imagino, no se lo he preguntado. Ya nos hemos dados los whatsapps y todo. ¿Tú has hecho ya algún amigo?

—Bueno... amigo, amigo, no...

—Si es que deben de ser todos unos raritos, todo el día rezando y confesándose...

—No te creas, tampoco son unos santos. De hecho —vaciló por un momento si seguir o no—, hay un chico...

—¡¿Cómo que un chico?! ¿Te refieres a un chico sin más o a un "chico"? —insistió Berta enfatizando el segundo sustantivo que hacía referencia a individuos de género masculino.

—No sé a qué te refieres, Berta, un chico, ya está —replicó Daniel sabiendo perfectamente a qué se refería su amiga al distinguir chico de "chico".

—No te hagas el tonto conmigo, Dani, me refiero a un chico que te haga "tu shushi tatakis" —aclaró la joven soltando una carcajada al tiempo que retozaba en su cama.

—Ni shushi ni hostias, no te flipes.

Berta seguía dando rienda suelta a su risotada. Le encantaba picar a su amigo, especialmente sobre asuntos amorosos, que tan nervioso le seguían poniendo. A esas alturas, Daniel ya se había arrepentido de sugerir lo más mínimo acerca de Trevor, y optó por aplazar la conversación para más adelante, y siempre y cuando el alumno estrella de San Honorato protagonizara alguna otra situación que mereciera la pena ser narrada a su confesora.

—Por cierto, hay otra cosa de la que me he enterado que te puede interesar —soltó entonces Berta cambiando el registro de su voz a uno que denotaba cierta gravedad.

Premonitoriamente, Daniel pensó que le revelaría algo relacionado con el incidente sufrido en el instituto, lo cual le generaba una ansiedad mucho mayor a la de contar su experiencia de sumisión homoerótica con el cabecilla del comité de festejos de San Honorato. Y, efectivamente, así era.

Centinelas y SoñadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora