CAPÍTULO 6. VER, OÍR Y CALLAR

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Todo a su alrededor era destrucción. Paredes derruidas, cañerías contorsionadas hasta el extremo, enlosados hollados, socavones anegados, cables retorcidos y pelados chispeando entre las salpicaduras de las fugas de agua. El paso del monstruo por aquel complejo de edificios de arquitectura setentera había transfigurado tanto su anatomía estructural, que apenas podían reconocerse los detalles que le conferían su original autenticidad, al igual que una roca metamórfica borra cualquier indicio del sedimento primitivo que la formó cuando es sometida a valores extremos de presión y temperatura.

Cualquier periodista que hubiera inmortalizado el momento con su objetivo, podría haber asegurado en la redacción que se trataba de algún país en pleno conflicto bélico, aunque los cuerpos que despuntaban por aquí y por allá en principio no se trataban de cadáveres reales. Más de setecientas personas seguían yaciendo inconscientes desperdigadas por todos los recovecos de aquella escombrera, salvo dos, que, con dificultad, intentaban abrirse paso entre las ruinas.

- ¿Qué ha pasado, Dani?

Preguntó Berta avanzando torpemente sin soltar a su amigo, al cual ayudaba a mantenerse en pie apoyando su brazo sobre sus hombros, y que todavía seguía bastante maltrecho tras el enfrentamiento con la criatura.

- Ni yo mismo lo sé.

Declaró el joven malherido intentando poner algo de orden en el sinfín de imágenes que intentaba encajar en su mente, como las piezas de un rocambolesco puzzle que no parecía tener sentido alguno.

- Pero tú has visto lo mismo que yo, ¿no? No estoy loca, ¿verdad?

- Si tú estás loca, entonces yo también debo estarlo.

- No sé si eso me deja más tranquila.

- Al menos tú no estás poseída.

Berta se detuvo en seco y giró sobre sí misma para otear a su amigo en busca de una explicación.

- ¿A qué te refieres?

- Vamos, Berta, lo has visto tan bien como yo. Ese... bicho se ha metido dentro de mí, no sé ni cómo ni por qué, pero lo he sentido introducirse en mi cuerpo y posiblemente siga ahí.

- ...

- ¡Joder, di algo!

- ¡Sí, sí, lo he visto! ¿¡Y qué quieres que haga!?¡¿Llamo a un exorcista?!

- ¿Para qué quiero un exorcista?

- ¡No sé! Eso parecía más un demonio que un animal, ¿y quién se encarga de sacar demonios? ¡Los exorcistas!

- ... bueno, eso puede tener algún sentido. ¿Conoces alguno?

- Sí, claro, seguro que entre mis contactos de Instagram tengo alguno – soltó sarcástica-. ¡¿Dónde voy a conocer a un exorcista?!

- ¡Vale, vale! Pues espero que cuando me empiece a dar vueltas la cabeza mientras hago el pino puente, no sea demasiado tarde.

- Tranquilo, si eso ocurre ya me encargaré yo de subir la story para dejar constancia – espetó a su amigo con una media sonrisa en su boca con el fin de rebajar la tensión del debate-. Agárrate a mí y salgamos a buscar ayuda.

La joven volvió a pasar el brazo de su amigo alrededor de su cuello y se dispusieron a avanzar en dirección a la salida del edificio, que se escondía por algún lugar de entre las ruinas. Observaban a su paso los cuerpos de sus compañeros que, posiblemente, habrían sido vapuleados de un lado para otro durante el trasiego de la bestia; de otra forma, no se explicaba cómo había tantos sujetos en las zonas comunes a una hora en la que todos deberían haberse encontrado en sus respectivas aulas. Esperaban para sus adentros que solo se tratara de una traslación de alumnado y que ninguno hubiera sufrido daños mayores por el tejemaneje de la endiablada criatura.

Centinelas y SoñadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora