“Yo no busco los problemas. Ellos vienen a mi por sí solos”
Alaska
— Alaska me estás escuchando —inquirió con rostro preocupado la segunda persona en la pequeña consulta.
— Emm...sí, sí claro —mentí sin dejar de jugar con el bolígrafo rosa chicle entre los dedos, observando un punto fijo en la pared.
— Entonces podrías decirme alguna palabra de las que dije durante los últimos veinte minutos —auchh, eso sí que no me lo esperaba. Me revolví en la silla reclinable y observé a la joven mujer del otro lado del escritorio de brazos cruzados ansiosa por escuchar mi respuesta.
—Me has ganado, no tengo idea. Estaba en otra parte, lo siento Ana —confesé agachando la cabeza. La psicóloga no parecía molestarse con mi comportamiento, pero yo no tenía la culpa de sentirme incómoda contando mis problemas a una desconocida.
— Ese es el problema Alaska, siempre estás en otra parte. ¿Por qué no empiezas por decirme a dónde te trasladas exactamente? —estaba claro que no se daría por vencida y encima todavía quedaba media hora para terminar la sesión.
Evitaba a toda costa asistir a las sesiones con Ana y no porque fuera mala persona, al contrario me infundía confianza, el problema era yo. Ana escudriñaba mi postura con sus profundos ojos marrones buscando las respuestas que yo no le daba. Cuando la conocí me pregunté como alguien tan joven podía ser psicóloga, aparentaba unos veinti pocos años, veititrés tal vez. Cabello negro a la altura de los hombros, piel morena, mediana estatura con un cuerpo curvilíneo, el rostro era lo más parecido a un ángel que había visto y tampoco es que hubiera visto alguno solo lo imaginaba como tal. Te inspiraba tranquilidad, sin embargo no había podido retribuirle nada en ninguna de nuestras sesiones.
Dejé el boígrafo sobre la madera oscura del escritorio, inspiré hondo dispuesta a organizar el desastre que se tejía en mi cabeza y expresarlo con palabaras, Ana me hizo señas para que hablara como si leyera mis expresiones corporales.
— No se por dond...
—Disculpe doctora, no tenía idea de que estaba en medio de una sesión —interrumpió una voz masculina haciendo acto de presencia en la consulta.
Nunca antes había visto a la psicóloga furiosa o bueno su expresión era lo más parecido a estarlo. Se dirigió con reproche al chico.
— ¿Cuántas veces te he dicho que debes tocar antes de entrar Milán?. No puedes aparecer así como así en medio de mis consultas —sentenció y yo me giré para ver quién era el tal Milán responsable de salvarme.
—Lo siento no volverá a pasar doctora. Es que tengo algo muy imporatnte para decirle —contestó el chico de pie junto a la puerta haciendo un puchero.
Lucía como un personaje bohemio, alto y delgado de rasgos afinados. El cabello corto color zanahoria lo llevaba recogido en una coleta y para rematar sus ojos era sorprendentemente extraños, eran como la miel con destellos naranja. Al notar que lo observaba sonrío mostrando una perfecta dentadura y me hizo un gesto con la mano a modo de saludo. Imité su expresión confundida.
— Siempre usas la misma excusa Milán, ahora será mejor que me dejes terminar con la sesión luego me cuentas que es eso tan importante —le indicó Ana con total serenidad. La efusividad en el rostro se le esfumó por un segundo, al instante estuvo igual de eufórico.
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NO NECESITO SU LÁSTIMA ©
Teen Fiction" Tres personas pueden guardar un secreto, pero solo si dos de ellos están muertos " ¿Qué harías si pierdes a tu familia por el efímero trayecto de una bala? ¿Y qué harías si tu madre y hermano pequeño son las víctimas a manos del hombre que conocía...