Cuando Hindley acudió a las exequias de su padre, traía una mujer con él,lo que asombró a todos los vecinos. Nunca nos dijo quién era su esposa nidónde había nacido. Debía carecer de fortuna y de nombre distinguido,porque Hindley hubiese anunciado a su padre su casamiento en casocontrario.
La recién llegada no causó muchas molestias en casa. Se mostrabaencantada de cuanto veía allí, excepto lo atañente al entierro. Viéndola comoobraba durante la ceremonia, juzgué que era medio tonta. Me hizoacompañarla a su habitación, a pesar de que yo tenía que vestir a los niños, yse sentó, temblando, y apretando los puños. No hacía más que repetir:
—¿Se han ido ya?Y empezó a explicar como una histérica el efecto que le producía tantoluto. Viéndola estremecerse y llorar, le pregunté que qué le pasaba, y mecontestó que temía morir. Me pareció que tan expuesta estaba a morir comoyo. Era delgada, pero tenía la piel fresca y juvenil, y sus ojos brillaban comodos diamantes. Noté, sin embargo, que cualquier ruido inesperado lasobresaltaba, y que tosía de vez en cuando, pero yo no sabía lo que talessíntomas pronosticaban, y no sentía, además, simpatía alguna hacia ella. Enesta tierra simpatizamos poco con los que vienen de fuera, a no ser que ellosnos muestren simpatía primero.
Hindley parecía otro. Estaba más delgado y más pálido, y vestía y hablabade un modo muy diferente. El mismo día que llegó, nos dijo a José y a míque debíamos limitarnos a la cocina, dejándole el salón para su usoexclusivo. Al principio pensó en acomodar para saloncito una estanciainterior, empapelándola y acondicionándola, pero tanto le gustó a su mujer elsalón con su suelo blanco, su enorme chimenea, su aparador y sus platos, ytanto la satisfizo el desahogo de que se disfrutaba allí, que prefirieron utilizaraquella habitación como gabinete.
Los primeros días, la mujer de Hindley se manifestó satisfecha de ver a sucuñada. Andaba con ella por la casa, jugaban juntas, la besaba y le hacíaobsequios, pero pronto se cansó, y a medida que disminuía en sus muestrasde cariño, Hindley se volvía más déspota. Cualquier palabra de su mujer que indicase desafecto hacia Heathcliff despertaba en él sus antiguos odiosinfantiles. Le hizo instalar en compañía de los criados y le mandó que seaplicase a las mismas faenas agrícolas que los otros mozos.
Al principio, Heathcliff toleró bastante resignadamente su nuevo estado.Catalina le enseñaba lo que ella aprendía, trabajaba en el campo con él yjugaban juntos. Los dos iban creciendo en un abandono completo, y el jovenamo no se preocupaba para nada de lo que hacían, con tal de que no leestorbaran. Ni siquiera se ocupaba de que fueran a la iglesia los domingos.
Cada vez que los chicos se escapaban y José o el cura le censuraban sudescuido, se limitaba a mandar que pegasen a Heathcliff y que castigasen sincomer a Catalina. Ellos no conocían mejor diversión que escaparse a lospantanos, y cuando se les castigaba por hacerlo lo tomaban a risa. Aunque elcura marcase a Catalina cuantos capítulos se le antojaran para que losaprendiera de memoria, y aunque José pegase a Heathcliff, hasta dolerle elbrazo, los muchachos lo olvidaban todo en cuanto volvían a estar juntos. Yolloré más de una vez a solas, viéndolos hacerse más traviesos cada día, perono me atrevía a decirles nada, por temor a perder el poco influjo que aúnconservaba sobre las pobres criaturas. Un domingo por la tarde, les hicieronsalir del salón en virtud de alguna travesura que habían cometido, y cuandofui a buscarles no les encontré. Registramos la casa, el patio y el establo sinhallar huella de ellos. Finalmente, Hindley, indignado, mandó cerrar lapuerta con cerrojo y prohibió que nadie les abriese si volvían por la noche.
Todos se acostaron, menos yo, que me quedé en la ventana, aunque llovía,con objeto de abrirles, si llegaban, a pesar de la prohibición del amo. Notardé en oír pisadas y vi brillar una luz al otro lado de la verja. Me puse unpañuelo a la cabeza y me apresuré a salir, a fin de que no llamasen ydespertaran al señor. El recién llegado era Heathcliff, y el corazón me dio unsalto al verle solo.
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Cumbres borrascosas - Emily Brontë
DiversosLa épica historia de Catherine y Heathcliff, situada en los sombríos y desolados páramos de Yorkshire, constituye una asombrosa visión metafísica del destino, la obsesión, la pasión y la venganza. Publicada por primera vez en 1847, un año antes de m...