ONÍRICO
CITA
Contemplarlo parece ser lo único que he hecho durante eones.
Ni siquiera consigo recordar el punto desde el cual nuestro matrimonio inició su descenso abismal.
Cada día, mientras lo observo recorrer la casa como un animal enjaulado, rememoro cada detalle de nuestra vida en común hasta donde mi memoria alcanza.
Eso es como intentar caminar al interior de una inmensa lavadora funcionando y repleta: onírico.
Como los sueños.
Buscar la lógica en imágenes del subconsciente es tarea de psicólogos, no de médicos como yo. Solía serlo un largo tiempo atrás, doctora, quiero decir. Tampoco soy capaz de recordar cómo me despegué (o me alejaron) de aquello. Más, no olvido lo mucho que amaba mi trabajo en el hospital público. La cronología del tiempo se confunde en la perennidad del encierro, de las horas y los días iguales en un constante perseguir propósitos inventados, para no ver la realidad. No importa que los objetivos prácticos estén presentes aún en la cotidianeidad, no llenan como antes la totalidad de nuestra agenda. Yo, en especial, no aporto mucho (algo que me repito a mí misma a menudo). No contribuyo al matrimonio, quiero decir. A mi hogar, a nuestro hogar.
Veo que estoy confundiendo este relato de manera similar a la que yo misma me hundo en brumas de la consciencia.
Si usted me tiene paciencia se lo explicaré. Por ejemplo, ahora mismo veo a mi marido ignorar a 'Capitán', como éste me desconoce a mí. El pequeño y viejo perro corgi galés lo sigue con sus ojitos inteligentes, portando su pelota de goma entre sus dientes, a la espera del juego anhelado. Él, por supuesto, no lo sabe. Pasa sonámbulo junto al animal y no lo pisa de milagro; continúa embebido en aquel letargo ya característico de él. El corgi baja su cabeza, derrotado, dejando escapar la bola de sus fauces. Se me parte el corazón por ambas soledades, sin poder remediar ninguna, la mía mucho menos. La tristeza me sobrepasa y llamo a mi pequeño 'Cap', silbo como solía hacer (eso nunca fallaba, 'Cap' estaba condicionado) y sufro la misma indiferencia que el perro experimentó recién. Se retira a su cama afelpada de la sala cargando su juguete, y luego deja caer la bola de su hocico entre las almohadas, pero falla y ésta rueda unos metros.
Me aproximo al juguete abandonado e intento alzarlo: es como si yo tratara de elevar una pesa de cien kilos.
Sudo un océano y las arrugas marcan mi frente al concentrarme. Como con todo lo demás, ese esfuerzo es excesivo, la vida entera se me va en tareas como esa.
Depresión, dirían mis colegas 'loqueros'.
Elevo la pelota (¡al fin!) y vuelvo a silbar para invitar a mi pequeño a jugar conmigo. 'Cap' parece no oírlo y yo me frustro. Un gruñido ronco gutural se me escapa y ahí sí que 'Cap' me mira, asustado. Sonrío y le muestro la pelota.
-Capitán, ¡tráela!
Con enorme esfuerzo, arrojo la pelota al otro extremo de la sala. Ésta golpea el sillón de cuero, rebota y se detiene entre la pared y la lámpara de pie.
-¡Tráela, Cap!- insisto, haciendo ruiditos con mi boca fruncida, como besos.
Apenas me mira de reojo, desconfiado, como si lo estuviera regañando. No era así antes, rara vez lo regañé y jamás con violencia. Más, 'Cap' parece temerme todo el tiempo ahora. No sale de su cama acolchada, al contrario, se refugia entre sus viejas mantas y cojines, gimiendo.
La bola se burla de mí desde el otro lado de mi sala. Tal vez yo sólo esté paranoica. Quizá 'Cap' y yo compartimos la misma tristeza del abandono. Vivo en el castillo de la bestia del cuento, un lugar repleto de objetos encantados que, en vez de obtener vida del embrujo, la han perdido. Las cosas de nuestra casa han ganado emociones: están cargadas de desesperanza y dolor, impregnadas de sentimientos pesados y lúgubres, igual que estos días que vivimos.
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ONÍRICO
ParanormalLa casa de Simona y Francisco no es lo que parece, ni lo que solía ser. La pandemia ha transformado su ambiente y a sus integrantes, los ha obligado a convertirse en algo diferente. El enclaustramiento reflotará lo que existe en su interior, tras la...