Los sentimientos hacen mierda a las personas.
Las personas hacen mierda los sentimientos.
Cuál sea el orden, siempre es la misma historia, el mismo cuento, la misma fábula.
Es el "lo que sea" absoluto. Importa tanto y a la vez es tan insignificante que es despreciable.
¿No todo empieza a salir mal cuando sientes que estás en una buena racha? Que todo se irá de las manos, que se escapa por entre los dedos como arena, y que el viento salvaje y funesto precipita en una corriente voraz en un final lejano a su punto de inicio.
Todo tiende a empeorar, se acrecienta, prolifera y domina la vida sin poder darle al anfitrión la posibilidad de que pueda controlarla, dominarla y sosegarla. Es hasta cierto punto, lo único que queda, un caos devorador, y, a lo que te puedes aferrar es solo a ti mismo. La falsa convicción de fortaleza, la vida es una guerra y solo uno mismo es capaz de luchar en ella como un eterno perdedor. Y cuando caes de rodillas es cuando te pegan el golpe de gloria, el zarpazo. Con el que ni siquiera es capaz de morir, ni aunque ruegue por ello.
Los sentimientos son la condena del hombre, son su debilidad, su atributo y esencia mismos, es aquello que lo vuelve débil como la porcelana de una tacita de té al caer, es lo mismo que puede volverlo inamovible e imparable. Es la capacidad de sentir, experimentar, crecer, vivir, amar y morir. Una secuencia que no acaba. Te levantas, y todo el día se repite hasta que vuelves a dormir. En la vigilia, no hay un sentido del yo, las horas te huelen la nuca mientras pasan sin poder recuperarse. Y cuando se está solo, sin compañía, sin amigos ni familia, es fácil desesperarse. Es entonces, aún más fácil mendigar por amor. Aunque sea sencillo terminar pidiendo a gritos ahogados un algo al que sujetarse, es cuando se ha abandonado la dignidad por uno mismo en el abandono.
La mente se sacude y grita: ¡Despojo e indigno de ser humano!
Es injusto como la vida puede ser tan ingrata, ella impera siempre quitando lo que da.
En retrospectiva, todos y cada uno de nosotros acabará igual, amado o no en vida, alabado o no en vida, exitoso o no en vida, respetado, fracasado, inútil, omnipotente, rico, pobre, erudito, no importa que haya sido el ser ahora muerto en su recorrido por el reino de los vivos, siempre se tendrá el mismo destino; tres metros bajo tierra y un cajón. Es encantador, entrañable e hilarante, destinados a un cuerpo vivido y un cuerpo vivo que no será más que un cadáver pútrido. No habrá más que huesos y polvo, descomposición y putrefacción. No habrá más utilidad. No hay una búsqueda del sentido, no hay expectativas. Solo estás muerto. Nadie te juzgará y no te irás a ningún otro sitio que debajo tierra. Se permanecerá en el sepulcro, hasta que los restos sean exhumados, cremados y arrojados a una urna, eventualmente apilado entre otros cientos de desgraciados cuyos nombres se han olvidado y nadie se ha gastado la gana en reclamar. Incluso en el cementerio, no se es tan diferente a una fosa común.
¿No es acaso de conocimiento general que, en mayor o menor medida, todos somos el mismo desperdicio de carne, huesos y sangre? ¿No somos todos, desde el principio primero, imperfectos y dañinos? ¿No cedemos siempre a lo inmoral, a lo enfermo y homicida? Porque después de todo, debajo de nuestros ropajes, de la elegante camisa y corbata, o de la túnica de un clero, o de la tela de la calidad que sea, debajo del disfraz de persona es donde acechan salvajes criaturas de la más baja estofa. Despreciables animales que ceden al instinto primitivo de las emociones más funestas y trágicas. Prevalece el veneno, la cura y la enfermedad en concordia y desequilibrio, cuando lo inocuo es olvidado y sepultado.
Es de pensar, entonces, que la vida no nos va a sonreír, no nos va a bendecir, no nos dará nada gratis, y por lo tanto hay que sospechar de ella, vigilar aunque nos tome como un títere. La vida condena a vivir algo que no se pide, algo que no quieres y sobrellevarlo de todos modos con el tiempo castigador. Y la sangre anhela abandonar el cuerpo, porque la sangre odia circular y bombear donde el ser no quiere su utilidad. El puñal más filósofo podrá perforar, cortar y mutilar, estirar y desgarrar, entonces la sangre saldrá en oleadas e hilos hirvientes. Goteara la pena y el dolor, se deslizara el líquido debajo del cuerpo, dejará que la piel se enfríe, que las funciones se detengan, que el oxígeno cese y muera. Y está misma sangre, y la misma carne cruda y herida, sin dar el lujo de elección, simplemente volverá y lo traerá de entre los muertos, circulará y volverá a bombear, marchará como un motor nuevo y lleno de revoluciones. No existe entonces la mortalidad, la sanación es un castigo divino y antinatural. No existe la tierra y los huesos sepultados, no existe la nada eterna, es el infierno la vida que no se quiere llevar a punto.
Una inserción a carne viva dolería menos que conmutar el amor.
De repente el amor es el mayor ingrato y no la vida misma que jamás se pidió vivir, en solo un segundo puede elevarse y desplomarse porque sí.
¿Los sentimientos son entonces, una condena que impone la vida, o la vida una condena que impone a los sentimientos?
El odio iracundo. La soledad desdichada o la soledad anhelada. La felicidad genuina o la felicidad actuada. El amor puro, el amor genuino, el falso amor, el amor correspondido, el unilateral, el creciente, el que abandona, el que crece, el que prolifera y que se acrecienta sin aviso y que crece y crece y siente que puede explotar las costillas de tanto martillar, de tanto obligar al corazón a latir en su acelerada marcha hacia el enamoramiento no solicitado, el que jamás avisó que llegaría, el que nunca solicitó una puerta o ventana abierta, fue el escurridizo que trepó en una grita y se dejó gotear dentro hasta ser un diluvio y no gotera, Y habiendo derramado tanto líquido se volvió un aluvión que lo arrastró y desestabilizó, destruyó entonces el deseo de ser un blanco de muerte próximo. Si había y hubo un muro, lo tiró abajo.
Las gotas rezuman, se deslizan y al latir también llegan a su rostro, a las facciones duras, a las cejas anchas, a los labios fruncidos, a las arrugas y hendiduras de la mímica y carácter de la atención y seriedad, llegan a las puntas de las orejas en un bombeo y en el febril aumento corporal, se está quemando, arde y carboniza. Late tanto que duele, se acelera tanto que el rubor ya no es una sensación cálida y agradable sino una combustión instantánea y violenta.
Oh, está enamorado.
Y Steven Grant tiene la culpa.
Nota:
Hay conceptos de bioética implícitos. Cuerpo vivo y cuerpo vivido, como una persona y no como una cosa en relación al cadáver. Una conciencia de corporeidad y otras boludeces que no quiero explicar. Pregúntenle a Miguel Kottow, ah. Bueno, puede que escriba una segunda parte, ni idea.
Por otro lado, ando contento porque aprobé anatomía clinica y bioética en la universidad <3
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Contrapunto【MarcSteven】
FanficUn hombre en su introspección de la muerte y de la vida misma hasta el ingrato amor