III Un visitante misterioso

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Trece años pasaron desde la llegada de Merina a la granja de sus padres adoptivos. En ese tiempo la guerra civil de Valdovia encrudeció, sin que alguno de los dos bandos pudiera resultar vencedor. El conflicto llegó a gran parte de la nación de los dos leones, que se deterioró a medida que la contienda escalaba. La violencia de los agentes del "usurpador" recrudeció en contra de los seguidores del joven príncipe Nomar, que a pesar de continuar en el exilio seguía teniendo el apoyo de los que luchaban en su nombre. El heredero al trono había cumplido la edad apropiada para tomar el cargo de su padre, pero se veía lejos el día en que pudiera regresar a su tierra para continuar con el legado de su familia

A pesar de estar una zona alejada del foco de la guerra civil, el deterioro también llegó a la región de las montañas nubladas. La poca importancia estratégica que tenía esa posición le había aislado de las batallas que sucedían en otros territorios, sin embargo, ese aislamiento había provocado bajas ventas en los productos que ahí se producían, pues los visitantes que en ocasiones subían a las montañas ya no lo hacían tan a menudo, así como los riesgos en los valles provocaba que los productores de las zonas altas decidieran no bajar a las planicies. Los caminos eran inseguros porque bandas de ladrones se habían organizado ante la falta de una autoridad que los pusiera en cintura. El mismo santuario, que en algún tiempo había recibido a peregrinos venidos de poblaciones cercanas, empezaba a sufrir los embates del deterioro y el abandono. El "usurpador" había prohibido todos los ritos religiosos, por lo que la veneración a la luz todavía se realizaba en el pueblo de Monjause, aunque de forma clandestina. Todos los cultos se pretendían remplazar con el culto a la personalidad del "usurpador" como un ser divino, pero muy poca gente se hizo adepta a esas ceremonias.

Afortunadamente, el aislamiento que experimentaba la villa de Monjause y la región de las montañas nubladas en general habían permitido que Merina creciera pacíficamente en la casa de sus padres adoptivos. Cuando llegó a sus trece años era una muchacha de estatura promedio, de cabellos castaños y piel blanca. Ya era bien conocida entre la comarca, sobre todo por sus ojos negros, que destacaban entre las jovencitas de su edad que por lo regular tenían los ojos claros. Todas las mañanas se despertaba al salir el sol por el oriente para comenzar las labores del pastoreo que su padre adoptivo le había encargado. Llevaba a las ovejas colina abajo para que se alimentaran de los pastos del valle, que era más ricos que los que estaban sobre las colinas. Tomaba el camino en dirección opuesta a la villa de Monjause. Llevaba un rebaño nutrido de ganado, que de pronto se distraían en el camino comiendo la pastura que se encontrarían al lado de la vía.

Durante un mañana habitual de un verano ocurrió un hecho peculiar que cambiaría su vida. A lo lejos vio a un bólido subir el camino en su dirección. A la distancia se observaba un brillo reflejado por la luz del sol que la encegueció. Detrás de aquel destello una nube de polvo se levantaba dejando una estela por detrás. Muchas veces había visto a los jinetes correr por esa ruta, pero este en particular le llamó la atención por la velocidad a la que subía. Conforme se fue acercando pudo ver más de cerca al jinete que cabalgaba con rapidez. Su rostro estaba cubierto con una capucha que le impedía a Merina verlo mejor, pero pudo ver un mechón de cabello castaño muy claro caer sobre su hombro derecho. Debajo de la capucha parecía llevar una túnica ceñida por un cinturón de cuero. Sobre las piernas llevaba un pantalón y unas botas largas, con espuelas para apresurar a su caballo, que era una animal grande, fuerte y rápido, de pelo corto blanco, pero con una cola y piernas tupidas. El corcel parecía reflejar la luz del sol por lo claro de su pelo.

El jinete ralentizó su cabalgata a medida que se acercaba a Merina. Cuando estuvo muy cerca desaceleró por completo y hasta detener su caballo. Se acercó a la pastora para preguntarle.

— ¡Buenos días doncella! ¿Sabe si voy en la dirección apropiada a la villa de Monjause? — preguntó el jinete que tenía una voz femenina.

— Siga este camino hasta llegar al puente sobre el río Durmerio. Después continúe por otro trecho y llegará a la villa de Monjause — respondió Merina.

Los viajes de MerinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora