III

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Después de colocarse la ropa asignada, se le dio de alta del improvisado hospital pasados un par de días más.

Pronto, Lorian se dispuso a ir al centro de mando en busca de su única posesión. Camino ahí se notaba un ambiente jovial, propio de una victoria. Entre gritos y vítores, soldados eufóricos bailan, cantan, algunos gritan de felicidad, otros se ponen de rodillas y empiezan a orar, bebiendo licor y disparando sus armas al aire. Se escuchaba música a todo volumen en la radio de la tropa, hasta ese momento solo usada para reproducir casetes de música traídos de forma clandestina.

Sin inmutarse demasiado, siguió su camino hasta el centro de mando, un eufemismo en ese puesto militar para referirse a esa antigua oficina de un aserradero del tiempo de la preguerra, buenamente reconstruido con los materiales a mano, tratando de tapar los huecos o simplemente dejándolo operativo para su nueva función.

Incluso los guardias del lugar se habían unido a la celebración, por lo que simplemente pasó de largo, buscando el salón correcto.

Abriendo una vieja puerta de madera se encontraba aquel general, apoyado en una demacrada silla giratoria. Apenas hicieron contacto y parecieron escanearse con la mirada. Ese ojeroso hombre de no más de 40 años, barba mal rasurada, voz ronca, con cabellos ya en su mayoría grises por el estrés vivido los últimos años de su vida, altura considerable pero posiblemente la única persona correctamente vestida de todo el lugar, con el característico polo blanco reluciente, pantalón color verde azulado oscuro correctamente planchado y botas totalmente limpias y pulidas, una anomalía total, desentonando completamente con el resto de la tropa, quienes apenas parecían vestir de la misma manera, salvo por alguna prenda con un tono ligeramente parecido al del pantalón del general, camisas, polos, pantalones, incluido algunos simplemente se amarraban un trozo de tela a la frente o en un brazo, después de eso simplemente se vestían como podían. Aun así, su perfecta aura de líder parecía manchada por la aparición del misterioso joven de quien apenas sabía su nombre.

— ¿Sabes? — Dijo mientras sacaba una cajetilla de su bolsillo, a la par que alcanzaba un usado encendedor tirado en la mesa y alcanzaba a ponerse uno de aquellos cigarrillos post guerra en la boca, más parecido a tabaco envuelto en papel reciclado — Tienes que cambiar esa mirada, espantarás a todos si los sigues viendo así.

— Es la única que tengo, lamento la incomodidad — inquirió tranquilamente Lorian — ¿Me puede dar mi arma por favor?

La gentileza del chico sorprendió gratamente al viejo general, acostumbrado a tratar con soldados que apenas pueden hablar el idioma sin enredarse con sus propias lenguas.

Abriendo un cajón del escritorio sacó el arma de aquel peculiar muchacho, dejándola a su disposición. También aprovechó para sacar un par de vasos y de uno de los cajones de un viejo archivador puesto alado de su escritorio, aprovechó para sacar una botella de vino. Mientras el chico examinaba cada detalle del arma, el viejo general aprovechó para servir ambos vasos cuidadosamente, mientras dejaba su cigarrillo en un pequeño cenicero de cerámica. Acercándole uno de los vasos al joven, prosiguió.

— De cierta manera, todo esto es gracias a ti, aunque solo quedaste tú bastó para asegurar la zona y hacer retroceder a la Junta Americana Unida como nunca lo habíamos hecho hasta ahora — dijo levantado su vaso esperando que el joven haga lo mismo — Por la victoria.

— Por la victoria — respondió el muchacho chocando su vaso con el suyo, dejando por un momento el arma en el escritorio.

— Esos muchachos no lo saben, pero te deben mucho, un día de descanso y relajo después de todos los horrores que han visto les quita más carga de la que crees — dijo mientras servía su segundo vaso y se paraba a asomarse por la ventana de su despacho — Pero bueno, no nos desconcentremos, acabemos rápido para unirnos a la fiesta — sentenció mientras volvía a sentarse y recoger su cigarrillo.

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