Prólogo

81 16 4
                                    

La tenue luz que colgaba de un bombillo en el techo era lo único que alumbraba la sombría habitación. El calor se concentraba en el recinto y los dos hombres que conversaban de forma confidencial tenían las manos húmedas y las frentes empapadas en sudor. En aquel lugar no había nada más que un escritorio repleto de papeles contra una esquina de la pared y un viejo cuadro cubierto de polvo que no se podía distinguir lo que estaba representado en él.

—¿Entonces, todo salió como quisiste?—inquirió el más joven al otro lado del escritorio, allí donde solía sentarse cada vez que ambos tenían sus reuniones secretas.

—¿Tú que crees?—preguntó el señor que, en ese momento, con mucha agilidad resolvía un cubo de Rubik, había un toque de diversión bajo su profunda voz—No pudo haber salido mejor.

—Eso me alivia, porque después de todo lo que tuvimos que hacer para conseguirlo, que algo resultara mal sería terrible.

—Necesito que estés tranquilo, aunque las cosas fallen—le exigió el señor—Si quieres seguir siendo mi hombre de confianza no puedes andar por ahí con los nervios a flor de piel. Recuerda que la paciencia es amarga pero sus frutos son dulces.

—No te preocupes, siempre lo recuerdo—aseveró el hombre—.Pero dime, ¿crees que lleguen a sospechar algo?

El señor se tomó un minuto para pensar y recargó el torso en el espaldar de la silla aún sin apartar la mirada del cubo, ese tipo de juegos lograban fascinarlo, así como cualquier cosa que representara un reto, un enigma. Todo misterio lograba atraerlo de una forma muy especial.

—Nadie sospechará nada—aclaró con una notable satisfacción—La mayor prueba de ello ya sabes cual es...

—Él la acompañaba siempre, quizás...

—Él ya no existe—interrumpió—Yo mismo me encargué de eliminarlo—sonrió—No existe rincón del mundo donde yo no vea lo que sucede, todo acto tiene una consecuencia, a veces mala, a veces buena pero consecuencia al fin y al cabo y la traición se paga muy cara.

El joven decidió ignorar aquellas palabras.

—Por cierto, hablé con Sacarías y me dijo que si querías disponer de su apoyo total en las elecciones debes triplicarle la oferta—informó

El hombre no se inmutó.

—Ofrécele lo que te pide y asunto resuelto.

—¿Estás seguro? Siempre dices que no es bueno gastar de esa forma.

—Por ahora no me preocupo, tengo muchísimo dinero y si esto resulta tendré mucho más. Las cosas están marchando tal y como lo deseo, de hecho, se han puesto muchísimo mejor.

—¿Y que pasó con ella?

El señor dejó a un lado el cubo de Rubik perfectamente armado para luego enfocarse en el joven.

—¿Elisa? Ella está en coma.

RENACERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora