Capítulo 1

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Blanco.

Ese era el color de las paredes, la decoración también lo era. En el centro de aquella cama una mujer dormía, una mujer que ante los ojos azules de aquel doctor era un ángel, un ángel que había llegado a salvarlo de su soledad a pesar de solo estar presente así, dormida.

—¿Cúanto tiempo más tiene que pasar para que despiertes?—le dio un sorbo a su taza de café para luego sentarse a su lado en una esquina de la cama—Ya estás bien ¿por qué no despiertas?—su voz era suave, llevó una de sus manos al cabello de la mujer y comenzó a acariciarlo lentamente—Me muero por ver el color de tus ojos, tu sonrisa—con la mano que tenía libre, tomó una de la mujer—Tú has sido mi única compañía estos meses Elisa, necesito que despiertes.

Un leve suspiro acompañado de un suave apretón de manos le confirmó que tal vez la posibilidad de que ella despertara estaba más cerca que nunca.

Lentamente la mujer comenzó a abrir los ojos detallando cada rincón de ese lugar. La expresión del hombre no pudo haber sido más dulce al verla despertar al fin.


Verdes, ese era el color de sus ojos, esos ojos que había añorado tanto conocer, pero a pesar de ser tan hermosos había tanta angustia y dolor reflejado en ellos.

Ella observó a su lado, estaba conectada a un suministro de suero vía intravenosa por lo que había una aguja enterrada en su mano izquierda por donde el líquido pasaba, luego sus ojos exploraron el lugar.

—¿Dónde estoy?—preguntó al darse cuenta que ese lugar no era precisamente un hospital.

—Tranquila, estás en mi casa ¿Cómo te sientes?—preguntó preocupado el ojiazul.

—No lo sé, me siento muy confundida—susurró.

—Es normal que te sientas confundida, sufriste una herida de bala en la cabeza, la verdad no creí que podrías sobrevivir...esto es como un milagro—sus ojos brillaron.

Ella trató de decir algo pero él la detuvo.

—Por favor, no te esfuerces—acomodó un mechón de su cabello detrás de la bufanda que ella traía cubriéndole parte del rostro—Voy a buscarte un poco de agua ¿ok?, enseguida regreso.

Ella asintió y apenas vio al hombre salir comenzó a incorporarse poco a poco en el colchón y se sobó la cabeza. Quitó la sábana que había sobre ella y bajó de la cama hasta que sus desnudos pies tocaron el frío suelo causándole un tambaleo.

A pasos lentos comenzó a caminar hasta la puerta para poder salir pero la aguja estaba enterrada en su mano hizo que se detuviera, sin mucho éxito se la quitó y gimió a sus adentros por el dolor que aquello le causó. Abrió la puerta al llegar y salió de la habitación, habían tres habitaciones más repartidas en el largo pasillo desolado.

Decidió salir y cuando apenas llevaba tres pasos escuchó una voz detrás de si.

—¡Dios mío! Despertaste.

Esa voz, ella conocía esa voz pero en lugar de voltearse, comenzó a correr hasta llegar a las escaleras de la gran mansión.

—¡Espera!—él gritó, pero ella ya iba escaleras abajo hasta que logró abrir la puerta principal—¡Detente!

Miró por encima de su hombro, el hombre iba corriendo justo detrás de ella. Él estaba cerca, era mucho más rápido por lo que sus posibilidades de escape eran muy bajas pero aún así tenía que intentarlo.

Ella se estremeció al sentir la brisa fría impactar contra su cuerpo, después de todo la bata de hospital y la pequeña bufanda no ayudaban mucho a controlar el frío que reinaba afuera. Su labio inferior tembló mientras corría.

—¡Hey!

Ella no se molestó en mirar atrás, su respiración ya era un desastre.

—¡Elisa!

Se paralizó ante esa mención cuando sus pies se detuvieron, descalzos en el pavimento de la fría carretera. Un trueno retumbó en el cielo.

—Elisa—murmuró mientras se abrazaba a sí misma.

Al oír los pasos del hombre comenzó a zigzaguear para confundirlo, aunque eso no era de mucha ayuda. De repente un brazo caliente se enlazó alrededor de su cintura deteniéndola, en ese momento ella gritó y trató de soltarse.

—¡Suéltame! ¡Déjame ir!—le dijo jadeando, ya no tenía fuerzas para continuar.

—¡Por dios! ¡Cálmate ya!—gritó esa voz.

—¡Ayuda!—él le tapó la boca con su mano libre.

—¿Te puedes calmar?, no te voy a matar—él le dio la vuelta sosteniéndola entre sus brazos. Los ojos de la mujer se encontraron con los del hombre y su pecho se elevaba arriba y abajo por su respiración rápida, entre tanto forcejeo, a ella se le cayó la bufanda que le cubría parte de su mejilla izquierda dejando al descubierto su rostro.

En ese momento la mirada de aquel hombre se quedó clavada en ella, precisamente en su mejilla izquierda la cuál estaba casi totalmente cubierta por una cicatriz. Por un impulso él llevó su manos hasta aquel lugar provocando que la mujer se estremeciera ante aquel toque como si sus pulmones no funcionaran bien y paseó su mirada de alerta y desconfianza alrededor del hombre. Por un momento él sintió su dolor, quizás era la primera vez que sentía un poco de compasión, o tal vez culpa, jamás lo sabría pero de lo único que estaba totalmente seguro era de que a pesar de esa cicatriz, ella seguía siendo la más mujer más hermosa de todas las que había conocido.

Ella dio un paso atrás y le quitó las manos de su rostro para luego llevarse una de las suyas al mismo lugar donde él la había tocado.

Y ahí sintió la diferencia en su piel, sus dedos quemaron mientras recorrían aquella muestra de lo que había sido el comienzo de su tortura, el comienzo del fin, donde lo perdió todo, donde se perdió a sí misma. Pero nada de eso podía recordarlo, todo se había borrado, su mente era un lienzo en blanco esperando que le dieran colores o que simplemente se quedara así, sin colores, sin vida, abandonado para siempre.

—¿Quién eres tú?—fue lo único que salió de sus labios.

Él la miró desconcertado con esos ojos profundos y el ceño ligeramente fruncido.

—¿Acaso no me recuerdas?—sus ojos no paraban de observarla, ella por un momento se mareó.

—Mi cabeza...—murmuró suavemente, él la levantó para cargarla en sus brazos. Ella miró hacia arriba para ver la mitad de su barbilla y su nariz, por alguna razón ese hombre la asustaba y cuando ella bajó la mirada se congeló, una sustancia carmesí salió de su nariz.

Sangre.

La mujer levantó sus manos manchadas de esa sustancia. El olor hizo que su estómago se retorciera, efectivamente, era sangre. Imágenes confusas vinieron a su mente y cuando no pudo más se desmayó en los brazos de aquel hombre misterioso que ella desconocía pero sus sentidos sabían perfectamente de quien se trataba. Ahora solo tenía que esperar que su mente recordara y rezar porque cuando eso ocurriera no fuera demasiado tarde.

Y ese lienzo en blanco en que se había convertido su mente se comenzó a pintar, el color carmesí como detonante estaría presente en cada momento de su nueva vida.

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