Cruzando líneas

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Me concentro. Me concentro con todas mis fuerzas en entender y respetar los deseos de Chanel: que no vuelva a ocurrir nada entre nosotras.

Pero realmente es muy complicado, sobre todo porque lleva más de una semana pegada a mí, cogiéndome de la mano por la calle y apartando a culazos a todo el que se siente a mi lado en el autobús.

Lleva ocho putos días diciéndome "mi amor", robándome la comida del plato en el desayuno y mirándome luego con esa carita inocente que me moja las bragas.

Ocho días que nos pasamos pegadas veinte horas al día, en el estadio, en el hotel, en los ensayos y en los camerinos. Ocho días que me abraza, me besa en la mejilla, me acaricia el pelo y me mira mordiéndose el labio cuando se me ve más piel de la que acostumbro a enseñar.

Hoy, y como novedad en esta batería de pruebas de aguante que me pone la vida, se ha empeñado en sentarse a mi lado en maquillaje, en bragas y sujetador, mientras habla con su novio por Whatsapp y se recoloca el top.

Y yo tengo un aguante, pero no soy de piedra.

A estas alturas empiezo a tener claro que la conversación que tuvimos el otro día no ha tenido el mismo efecto en las dos. Claramente para ella significó un punto y final, un "borrón y cuenta nueva", y se lo tomó muy, muy en serio: tiene memoria a corto plazo.

Yo no corro la misma suerte, y por desgracia mi memoria fotográfica es sublime, por eso no puedo evitar recordar sus curvas desnudas cada vez que me meto en la cama y cierro los ojos.

Y también en la ducha, para que nos vamos a engañar.

Rubén Mármol, nuestro estilista, me mira con la ceja alzada cuando me pilla mirándola de reojo a través del espejo, y yo bajo la cabeza azorada, suspirando un poco.

—¿Un día largo, mi reina?

—Qué va. —Sonrío, con mi mejor sonrisa. —Es un día emocionante.

Hoy es la segunda semifinal, donde pondrán un trozo de nuestra actuación, y asistiremos a la gala desde la Green Room.

—¿Vienen tus papis al final?

—Sí, de hecho creo que llegan mañana por la mañana, a ver si me da tiempo a verlos un poco...

—¿Vienen desde Madrid? —Pregunta Chanel, girándose hacia nosotros con su clásico vaso con pajita rosa en la mano. Probablemente esté bebiendo agua caliente con jengibre.

El otro día se me ocurrió probar un poco de lo que contenía y casi lo escupo.

—No, desde Sevilla, encontraron al final un vuelo que estaba bien hasta Milán.

—Es que es una locura lo que valen hasta Turín, eh... —Replica Rubén, que me ondeaba las puntas con la plancha.

—¡Ay, Bastián también viene mañana! —Dice mirando el móvil. —Llega a eso de las 12 a Milán. —Me miró. —¡Igual se cruza con tus papis!

—¡Ah pues igual! —Sonrío forzada.

Rubén para lo que está haciendo y mira a Chanel, confuso.

—¿Pero se conocen?

—No. —Decimos al unísono.

Rubén hace un gesto que no sé descifrar y continúa dándole forma a mi pelo.

—¡Ay, qué ilusión! —Chanel parece una niña pequeña, dando saltitos en la silla de maquillaje mientras bebe esa guarrada de jengibre. —Tengo unas ganas de verle...

—Sí, se ha notado que lo has echado de menos estos días. —Lanza Rubén, mirándola con una mirada inquisitiva.

Chanel ni se inmuta, y sigue escribiendo en su WhatsApp con cara de cumpleaños. Rubén me mira, suspirando y negando con la cabeza, y yo me encojo de hombros haciéndome la inocente.

Tiempo muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora