Zoe y Elías parecían tener el matrimonio perfecto, unidos por el amor y bendecidos con dos hijos preadolescentes. Pero bajo la aparente calma, una tormenta de desafíos maritales se avecinaba, amenazando con desgarrar el tejido de su familia. Mientra...
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Los pasos se intensificaban, transformándose en una carrera frenética. Con cada zancada, las lágrimas brotaban de sus ojos azulados, mientras la imagen de la mujer de su juventud inundaba su mente. En ese instante, comprendió que era culpable de la situación que atravesaba.
Justo cuando pensaba que había perdido el fuego de su primer amor, la memoria de ella resurgió con fuerza, despertando en su corazón una urgencia insaciable de correr hacia ella.
Estaba ciego, pero ahora veía.
Entendió cuán vasto era el amor y el poder que este encerraba. Su amor estaba vivo, siempre había permanecido oculto en lo más profundo de su ser.
En aquel entonces, no se percató de lo tonto que había sido.
Se preguntaba si ya era demasiado tarde.
Pensaba que, por su culpa, la vida de su amada se había desmoronado. En ese momento, un oscuro deseo de desaparecer lo invadió.
El dolor que sentía en el pecho lo detuvo.
Fue en ese instante que descubrió cuánto la amaba, dándose cuenta de que, al mismo tiempo, la había lastimado de manera irreversible.
El miedo a perderla se apoderó de él. No quería perder a aquella mujer a la que amaba con todo su ser.
Al recordar lo fuerte que tuvo que ser ella para soportar los días oscuros que él había provocado con su pasado, estalló en llanto. Sus lágrimas caían al suelo, mientras el aire en su pecho se iba acortando cada vez más.
Jadeando, se agachó, abrumado por el dolor.
Comprendió lo cruel que había sido con ella y recordó el instante en que la destruyó por completo.
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—¡Me tienes harto, largo de aquí! —gritaba Elías, mientras ella permanecía de pie ante él, inmóvil.
Elías arrojaba un par de objetos por la habitación, su furia desbordándose, mientras ella quedaba estática, sin saber cómo calmarlo. Jamás lo había visto tan violento, y eso le partía el corazón en mil pedazos. No entendía qué estaba haciendo mal; aquel hombre que alguna vez le había declarado su amor, ahora la repudiaba.
