Cinco horas antes de la rueda de prensa
María entró en la oficina de su jefe.
—¿Me buscaba? —Le preguntó.
—Sí, tenemos una situación y tienes que informar que todo está bien, que ya tenemos la cura —le dijo al tiempo que le entregaba el documento en el que se detallaba todo lo que tenía que decir.
Sin leer el documento, María se negó.
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—No puedo. No puedo mentir más. Tienen que decir la verdad —respondió la doctora con autoridad.
—Mira, María... Te puedo tutear, ¿verdad? —Preguntó el funcionario. María asintió con la cabeza y mantuvo los dientes apretados, desafiando a su jefe. —Van a declarar toque de queda en el país, van a aislar a todos y van a separar a los menores de sus padres. Los van a enviar a un refugio, probablemente nunca más los vuelvan a ver. Eso es muy triste, ¿no crees? —Su mirada denotaba poder. —Tenemos que proteger el futuro de la humanidad —dijo con sarcasmo.
María cambió su postura rígida por una espalda encogida. Ante las entrelíneas de su jefe, no pudo evitar hacerse diminuta. Sintió el mazo del poder en su cabeza. Ella sabía por dónde venía el golpe.
—Tu hijo se llama Luis, ¿cierto? —Le preguntó su jefe.
Un gélido escalofrío le recorrió la espalda al escucharlo.
—Sí —le respondió con un hilo de voz.
—No te escuché —la presión del secretario se hacía inminente.
—¡Sí, maldito! —Le respondió María llorando.
—¡Excelente! Entonces ya sabes que tienes que hacer.
Con el discurso en sus manos, María salió de la habitación y se refugió en los pasillos para llorar como nunca antes lo había hecho. Tenía que decidir entre la vida de su hijo y su honestidad.
Cuando llegó a la entrevista, ella sabía que la realidad era otra, que no se tenía ni idea de la enfermedad y mucho menos cómo revertir una situación como esa; pero tenía que mentir. El Gobierno no quería provocar caos en el mundo, ya que eso podría afectar sus intereses económicos. La muerte de millones podía ser un precio que estaban dispuestos a pagar con tal de mantener la gobernabilidad en el mundo y María la vida de su hijo. Cuando vio el mensaje que venía en el correo a través del cual le habían enviado los archivos con el discurso, hubo algo que la dejó fría. <<¡No se molestaron en quitar nada, desgraciados!>> Pensó en voz alta. <<La disminución de la población en el mundo es necesaria>>, decía el mensaje.
Al terminar la entrevista, fue a buscar a Luis, su hijo. No podía perder el tiempo, ya sabía lo que se venía y el intercambio de favores no duraría por mucho tiempo; nada obligaba al jefe de María a cumplir con su palabra. <<Debo actuar rápido>>, dijo en voz alta.
Cuando llegó, estacionó el coche frente a la casa y le envió un mensaje de texto a Fernando: <<¡Necesito que salgas! Estoy afuera y tenemos que hablar...>> No quería alarmar a su hijo. Una vez lo tuvo frente a frente, solo le dijo lo esencial, pero lo más importante de todo era que tenía que confiar en ella. <<Es necesario huir de la ciudad porque se va a declarar toque de queda después de las nueve de la noche, y no sé que pueda pasar>>. María tuvo que mentirle porque lo importante era sacar a Luis y ponerlo a salvo. Fernando le preguntó: <<¿La humanidad está en peligro?>> Pero ella se limitó a bajar la cabeza y a cubrir su rostro con ambas manos. Llorando, le respondió: <<¡No se!>>
Después de ver la reacción de María, Fernando no necesitó más; lo entendió todo. Preparó lo esencial: ropa, víveres y medicamentos. <<Llévate mi auto. Es un vehículo oficial y pensarán que soy yo. Te servirá para que no te detengan>>, le dijo María. <<En la cajuela hay un radio satelital con Internet. Nos servirá para estar comunicados. Los quiero mucho...>>, fueron las palabras con las que María se despidió de Luis mientras Fernando lo llevaba dormido en sus brazos, rumbo al refugio. La casa estaba a ciento cincuenta kilómetros, escondida en la zona montañosa del país, lo que la convertía en un escondite ideal. María pudo despedirse de su hijo a través de la radio cuando el pequeño despertó. Le prometió que todo estaría bien y que muy pronto se volverían a ver. Le dijo a Fernando que no podía decirle a nadie más acerca de esto. No podían arriesgar la oportunidad de escapar. Poner a salvo a su hijo era la prioridad. Tuvo que ser dura con Fernando porque sabía que, con el corazón que tenía, querría salvar a sus padres, a quienes les marcó solo para decirles lo mucho que los quería. Al escucharlo, sus padres le preguntaron si todo estaba bien. Fernando intentó responder, pero la llamada se cortó. El teléfono había perdido la señal. El principio del fin había comenzado...
Una vez instalados en el refugio, Fernando y Luis no supieron nada de María hasta el dieciséis de julio de dos mil veinticinco, cuando se comunicó con ellos por videollamada. El tono de María denotaba estrés. La situación social estaba tensa. <<El gobierno quiere que siga mintiendo. Eso me mata, Fernando>>. Su enojo traspasaba la pantalla. Tenía que desahogarse con alguien. No podía quejarse ni decir nada; el Gobierno sabía dónde estaba su familia porque la radio emitía una segunda señal que conectaba con Seguridad Nacional. En su momento, ella no lo supo, y ahora no podía pedirle que se deshiciera de la única forma que tenía para saber de ellos. Una vocecita detrás de Fernando preguntó: <<¡¿Es mamá?!!>> A pesar de la distante vida entre el crío y su progenitora, Luis siempre reconocía la voz chillona de María. Ni la distancia ni el tiempo habían podido destruir esa conexión madre e hijo. María le pidió que se acercara: <<¡Hola, mi vida! ¿Cómo estás?>> Cuando finalmente lo vio de cerca, notó que Luis tenía una gran palidez y un tono amarillento en los ojos.
—¿Te sientes bien, mi amor? —Le preguntó con una sonrisa para no asustarlo, Aunque quien estaba realmente aterrada era ella. <<¿Será el hígado?>> Se preguntó.
—¿Qué sucede? —Intervino Fernando, quien si en algo era malo, era en diagnosticar una enfermedad. Normal, era arquitecto.
—Nada de qué preocuparse. Falta de vitaminas, pero este lunes paso con el equipo para tomarle muestras a Luis. Solo para descartar algo serio —respondió María.
<<Pero Luis no presentaba ningún otro malestar>>, observó María, quien no hizo más comentarios al respecto. Quería primero tomar las muestras y tener toda la información en vez de simplemente aventurarse a especular, lo cual solo la estresaría más. Además, quería evitar alarmarlos.
—Mañana paso a visitarlos y le tomo un par de muestras a Luis —Le explicó a Fernando, —Llego a esta misma hora —dijo antes de concluir la llamada.
Al día siguiente, María llegó y estacionó frente a la casa. Bajó con un equipo especial para obtener la muestra, pero al acercarse a la casa, notó que la puerta estaba abierta, María soltó todo lo que tenía en las manos y entró a la casa corriendo. Cosas terribles comenzaron a desfilar por su mente a toda velocidad. <<¡El Gobierno me traicionó! ¡Fernando!>>, el espeluznante grito salió de sus entrañas. El miedo de no encontrar a Luis creció cuando un silencio cruel fue el único que le respondió. Se llevó las manos a la cabeza, preguntándose: <<¡¿Dónde estarán?!>>.
Fernando logró escuchar los gritos de María aunque se encontraba a doscientos metros de la casa con su hijo en brazos, convulsionando. María observó en su hijo la misma reacción que presentaron los animales, lo que le hizo pensar que el virus había mutado. Fernando corrió con el cuerpo de su hijo hacia donde se encontraba María. <<Tenemos que llevarlo al hospital>>, gritó Fernando en shock. María estaba acostumbrada a este tipo de situaciones. De modo que actuó con rapidez. Subieron al auto y salieron rumbo al hospital, con la esperanza de salvar la vida de Luis, pero ella, como profesional, sabía que el estado de su hijo era crítico y que no había muchas esperanzas.
Luis fue el paciente cero...
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Bitacora 16,342
Science FictionEn esta historia conoceremos a Maria Guadalupe Salas Ortiz y su obsesión por encontrar la cura del virus que podría borrar a los hombres del mundo. Las razones por querer encontrar la vacuna no solo serán profesionales lo personal jugara mucha relev...