Capítulo 2

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Esa misma mañana me puse a investigar un poco. A Caroline le cayó una maceta a la cabeza por el descuido de una de las criadas de la mansión, la cual fue evidentemente depedida, y estuvo en cama sin despertar al rededor de dos semanas. Cuando me desperté resultó que la verdadera Caroline se había despertado tres días antes y fue por eso que a Silvia le pareció algo muy raro mi comportamiento. Tras ponerme al día conmigo misma terminé de prepararme, más bien Silvia terminó de prepararme. Salimos de la habitación para dirigirnos en dirección a donde los archiduques.

Me encontraba en el Gran comedor con los padres de Caroline, el archiduque Roland Roché, su  esposa Tatyan Roché, el hermano mayor de Caroline Matheo Roché y la concubina de Roland, Carmelia Rolesforv. En la novela, esta última, era odiada por todos en la mansión. Su personalidad iba más allá de la maldad. Al principio de la novela, intentó matar a Tatyan  echándole veneno a su té. En aquel entonces, se encontraban en una de las fiestas de té de sus majestades los De Vera. Gracias a que los guardias pudieron ver que la sustancia estaba por diluirse haciendo el té bicolor, dando por hecho que eso no solo era té, pudieron salvar a la archiduquesa de ser envenenada. Nadie se dió cuenta de que la culpable siempre fue y será Carmelia.

En algún punto de la historia, Caroline se compincha con Carmelia, para persuadir a los De Vera y hacer que Eduard, hijo único y heredero al trono, se comprometiera con Caroline para así obtener todas las ganancias y fortuna que consiguieron tras la rotunda victoria por la que pelearon en el pasado contra lo enemigos del inframundo.

-Caroline, mi niña, no has tocado tu comida, ¿Te encuentras bien? o ¿Acaso no te gusta el entrecôte? Le diré al cocinero que no lo prepare nunca más. Si quieres pide otra cosa, haré que las criadas se lo lleven en seguida.- Habló Roland interrumpiendo mis pensamientos. A simple vista parecía un amargado y grosero, pero era un gran hombre de  buen corazón y era una pena que en la novela Caroline fuera tan mala hija que todos acabaran siendo ejecutados tras sus terribles actos. Por lo tanto, quería que la familia fuera feliz, y no tuviera un final tan trágico.

-Emm, no. Todo bien, no tengo hambre. Me iré a mi habitación, con permiso. - Dije para levantarme, hacer una reverencia, dejar la servilleta en la mesa e irme directo al cuarto. Todo esto acompañada de Silvia.

· · ·

- Tatyan, querida... Dime que lo que acabamos de ver no es una ilusión. ¿Acaba de levantarse sin gritar y sin tirar su comida? - Se preguntó consternado aún mirando hacia la puerta en la que salí. - Ni siquiera le ha gritado al personal o ha pedido traer al cocinero para insultarle. Creo que se encuentra mal de verdad. ¿ Que hacemos querida?- Se quedó pensativo. - ¿Sabes que? Llamaré al médico de la familia para que la revise.- Dijo el archiduque determinado. Su esposa lo miraba desconcertada, le sacudió el brazo haciendo que el hombre saliera del trance.

- Cariño... Creo que nuestra hija, está aprendiendo a ser considerada y amable, tal y como deseábamos. Y no solo eso, sino que ha sido educada antes de salir, ha dicho "con permiso " .- La mujer todavía estaba estupefacta sacudiendo el brazo de su esposo, por otro lado, la amante se encontraba comiendo su filete sin decir una sola palabra. Cuando terminó su último bocado de comida, se aclaró la garganta y habló.

- Puede ser. Aunque tal vez, el golpe que se ha dado es más fuerte de lo que se creía y se le habrá soltado algún que otro tornillo. En cambio mi hijo siempre ha sido así, y nunca ha necesitado de un golpe para ser perfecto. - Dijo la mujer con tono arrogante mostrando una sonrisa victoriosa.

-Claro...- Roland susurró de forma irónica dirigiéndose a Tatyan.  Los adultos siguieron comiendo y la sala se inundó de silencio.

. . .

Después de escuchar la conversación caminé lentamente por el pasillo. Cuando por fin asimilé lo que ocurrió eché a correr.

- ¡Señorita! ¡No corra por favor, se va a lastimar lastimar!- Me gritaba Silvia mientras me seguía a paso ligero. De un momento a otro, mis pies dejaron de sentir el suelo y salí volando al tropezarme con un pliegue de la alfombra golpeándome contra un mueble robusto que se encontraba al final del pasillo. Todo se tornó negro y dejé de escuchar los gritos de Silvia.

Vestidos Ensangrentados (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora