Capítulo 1. El nuevo Rey Mago

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El suave tintineo de las yemas de unos dedos contra la superficie de una barandilla era lo único que se escuchaba entre la penumbra de la noche, además de unos animales desubicados que probablemente estaban emigrando por el cambio de estación.

El sol iba a salir pronto, aunque aún el cielo estaba oscuro, y la luna llena lo coronaba, como si quisiera protegerlo con su luz. Las estrellas brillaban con fulgor, como siempre hacían, alejadas de la muchedumbre y la luz artificial de la gran ciudad.

La brisa soplaba con lentitud, moviendo con cautela las copas de los árboles y sus hojas, y haciendo que algunas se desprendieran hasta caer al suelo sin remedio.

Asta miró hacia el cielo estrellado de la noche. Probablemente, esa sería la última ocasión que pudiera observarlo de forma tan directa y brillante durante mucho tiempo y, aunque llevaba soñando años completos con ese momento, el sentimiento que más pesaba en su corazón era el de nostalgia.

Por fin, tras más de una década intentando escalar hasta el puesto de Rey Mago del Reino del Trébol, lo había conseguido. En unas pocas horas, se llevaría a cabo su coronación y su vida cambiaría por completo; mucho más que cuando recibió su extraño grimorio y se unió a los Toros Negros con apenas quince años.

Pensaba que, cuando recibiera la noticia de que al fin lo había logrado, se sentiría mucho más feliz. Y en realidad sí que lo estaba, pero le producía un sentimiento de tristeza enorme el pensar que debía abandonar el hogar que lo había visto crecer durante tanto tiempo para siempre.

Al menos, sabía que sus compañeros de orden —su familia, en definitiva— siempre lo seguirían apoyando y que Noelle y sus hijos estarían con él. Su propósito era cambiar la sociedad del reino, que prosperara aceptando a todos y cada uno de sus habitantes, pero no pensaba desatender ni a su esposa ni a Aren y Ayla, que además por ese entonces aún eran muy pequeños.

La sede de los Toros Negros había cambiado mucho con el transcurso de los años, pues habían nacido varios niños y necesitaban tener más espacio. No fue un verdadero problema en realidad, porque la fueron ampliando y remodelando cuando era necesario.

El pasado se veía como un lugar cobijado y reconfortante, porque la juventud da una especie de arrojo, seguridad y confianza que se va perdiendo con el paso de los años. Y Asta apenas tenía treinta años y seguía siendo un enano ruidoso según su capitán, pero su carácter era algo más sosegado, aunque su esencia seguía intacta en cierto modo.

Ahora que conseguía tener una vista panorámica del pasado, se daba cuenta de que jamás habría logrado ninguno de sus objetivos sin dos personas que fueron fundamentales en su vida: Yami Sukehiro, que fue el único capitán que decidió aceptarlo en su orden, y Noelle Silva, quien siempre lo había alentado, de manera directa o indirecta, a que fuera superándose y creciendo constantemente, como Caballero Mágico y también como persona.

Todavía podía vislumbrar con una claridad diáfana el recuerdo de sus labios temblorosos confesándole lo enamorada que estaba de él. En esa época, ambos tenían veinte años, pero se sintió como una declaración adolescente, debido a su nerviosismo y su inquietud.

Asta, al oír aquellas palabras, se quedó totalmente desconcertado. No entendía cómo era posible que Noelle, su compañera, su mejor amiga, la novata que se unió a la orden el mismo año que él, la persona en la que más confiaba, lo amara. Su actitud nunca se lo había revelado, según su escasa percepción, por supuesto, así que su sorpresa fue enorme al principio.

Le pidió un tiempo para pensar ante su mirada desilusionada. Y verla así, con sus ojos rosáceos brillando con desamparo, fue un instante muy duro de procesar. Pero Noelle supo disimular bien, así que simplemente sonrió y asintió para marcharse después, dejándole en la garganta una sensación pesada, asfixiante y que no le gustó en absoluto.

Presunción de inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora