Luimelia 1977: Como una vez lo fue

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LUIMELIA 1977:

Las peleas siempre son malas. Aunque más lo son cuando son con la persona que más amas en esta vida. Aquella por la que descubriste una parte de ti y aquella por la que ahora ves un rayo de sol, incluso en los días más nublados. Porque cuando una pelea ocurre, tu corazón se destroza y sientes que algo se apodera de ti, una sensación de vacío que sabes que solo lo llenará el saber que estás de bien con ella otra vez.

Amelia y yo nos dijimos cosas muy feas aquel día.

Quizás habían sido la constante presión de Amelia porque no nos pillaran, mis ganas de querer gritar a los cuatro vientos que estaba con ella o yo que sé. Solo sé, que aquel día la situación explotó y entrando en El Hotel la Estrella queriendo vivir uno de esos pocos momentos que teníamos juntas, salí con el corazón destrozado.

No podía dormir y, tendida en la cama, solo sentía que quería hablar con Amelia. Que quería arreglar las cosas. No podía esperar al día siguiente, quería ahora. Y, aunque fuera un impuso tonto que podía esperar hasta mañana, no podía. Por lo que, levantándome y haciendo el mínimo de ruido posible, bajo a la Plaza de los Frutos y pienso las maneras de entrar hasta el cuarto de Amelia para hablar con ella. Sabía que Natalia no iba a estar. Literalmente, la visita del día había sido por lo mismo, para aprovechar que ella no estaba. Sin embargo, ¿cómo llegar?

La puerta de servicio.

Era las tres de la mañana. Sabía perfectamente que no habría nadie vigilando la puerta. Jesús estaría en recepción por lo que pudieran querer los huéspedes a media noche y no habría nadie vigilando. Por probar suerte, que no quedara.

Entrando lentamente, sentía el corazón a punto de salirse del pecho. Nunca lo había notado latiendo tan rápido dentro de mí. Quizás por el miedo de ser pillada o por que fuera pillada y, además, se enterara mi madre. Sin embargo, algo dentro de mí no podía dejar de pensar en Amelia, en la disputa y quería correr el riesgo.

Los pasillos están vacíos, asique, entro rápidamente, sin mirar atrás. Paso ligero y buscando rápidamente la habitación de Amelia.

Cuando llego, siento que voy a vomitar, pero necesitaba hacerlo.

Llamo:

-Amelia- intento no gritar mucho- ¿Amelia?

No se escucha nada. Miro a un lado, a otro. No podía quedarme mucho tiempo allí fuera, asique, abriendo poco a poco, me encuentro la puerta sin cerrar y una Amelia que duerme de espaldas a la puerta.

Suelto un gran resoplo y me cuesta tragar.

Cerrando tras de mí, entro lentamente y me acerco a su cama. Las palabras no me salen en ese momento y estoy muy nerviosa:

-¿Amelia?- consigo llamarla, pero no hay respuesta.

Me quito el chaquetón y las zapatillas, adentrándome en la cama. Amelia ni se inmuta, lo que es raro, ya que es de sueño ligero y en nada se despierta. Raro o que simplemente, seguía enfadada conmigo.

Echada sobre la cama, las palabras no me salen y los pensamientos se alborotan en mi cabeza. Siento que voy a vomitar de nuevo. La miro, suspiro, volviéndome hacia ella.

-Lo siento...-murmuro, esperando que fuera verdad que solo me ignorara y no le estuviera hablando a una Amelia dormida- No debí de empujarte de la manera en la que estaba haciéndolo. No debí hacerlo. Debía de haberte entendido, esperar. Sin embargo...- me callo, tomo mi tiempo- Es la primera vez que estoy sintiendo algo así, Amelia. Encima... por una mujer. Nunca en mi vida me había sentido de esta manera. Antes solo eran caprichos, pero ahora, ahora es diferente. Nunca en mi vida había estado volando en una nube y en un mundo de fantasías que me rodea... Porque es que me haces sentir así- alzando mi mano, la coloco sobre su cintura, Amelia sigue sin moverse- Contigo quiero estar siempre y aunque digan que estamos enfermas, que deberíamos estar en la cárcel o las barbaridades que quieran... No me importa. Porque si sentirse así de feliz, sentirse volando en una nube es estar enferma... Entonces no quiero ponerme sana nunca. Porque si estoy enferma... lo estoy. Enferma de amor... y por ti...

La mano me tiembla en aquel momento. Aquel discurso me había salido de lo más profundo de mi cabeza y de mi corazón y, sinceramente, me había dejado indefensa por un momento.

De repente, Amelia se mueve. Su mano se posa sobre la que tengo reposando en su cintura y me indica para que me acerque a ella y la abrace más. Todo mi ser tiembla en ese momento, pero con una pequeña sonrisa, me acerco y la abrazo por detrás. Sonrío, puesto a que eso era todo lo que quería.

-Te amo, Amelia...- susurro una vez más.

-Yo también te amo, Luisita...- su voz suena media dormida.

Sin embargo, cuando se torna y me mira, ha estado bien despierta todo este tiempo. La veo sonreír, sus manos me agarran y la beso.

Casi 500Donde viven las historias. Descúbrelo ahora