A un par de calles a lo lejos, el sonido de un feroz motor de automóvil captó la atención de las personas que habían comenzando a agruparse cerca de una librería, de la que estaba siendo consumida por fuego desde dentro y propagándose por todo el sitio.
Crowley, que había salido de su guarida después de atender una llamada de Aziraphale, se sentía tan alarmado que ni siquiera se tomaba la molestia de permitirle el paso a los peatones que se disponían a cruzar a otro lado de la calle, necesitaba llegar a la librería en cuanto antes y nada ni nadie lo iba a detener.En cuanto hubo llegado, estacionó su preciado Bentley frente al dichoso local, sin importarle en lo más mínimo las advertencias ni los reproches que el equipo de bomberos le gritaran, esa era el menor de sus preocupaciones, y de haber podido los habría mandado al infierno en un solo chasquido; en su lugar, los ignoró y se encaminó hasta la entrada la cuál abrió sus puertas de par en par como si el recinto lo estuviera recibiendo con un agradable gesto, pero sabía que a ese lugar no le quedaba mucho tiempo en pie.
El humo y el ardor no tardaron en invadir sus vías nasales e irritar su garganta, por lo que cubrió la mitad de su rostro con uno de sus brazos y se deshizo de sus gafas oscuras para tratar de tener una mejor visión.
Aunque la densidad del humo le permitía ver muy poco, sabía que algunos pedazos de escombros habían comenzando a desprenderse del techo, obstruyendo gran parte del camino, por lo que se dedicó a tantear mientras buscaba con sus serpenteantes ojos a su querido ángel.—¡Aziraphale!, ¿en dónde estás? —gritó el pelirrojo sobre su brazo mientras avanzaba un par de pasos hacia adelante—. Háblame por favor, por el amor de Dio... Sat.. ¡De quien sea que esté escuchándome!
Aunque había llegado a creer en la posibilidad de que ambos bandos darían caza tras ellos después de lo ocurrido en el fallido Armageddon, creyó que el órden del todopoderoso se encargaría de ser quienes se manchasen las manos para eliminarlo a él de la faz de la tierra, pero ahí estaba la evidencia, lo que ocurría cuando alguien del bando "del bien" desobedecía el plan divino de Dios.
Una vez que logró llegar al centro tras evadir algunos escombros, se detuvo un momento para escudriñar los rincones en dónde su amado podría haberse ocultado para protegerse del fuego, pero al centrar su atención en una figura que estaba recostada y rodeada de un cúmulo de libros de los cuales sus páginas eran carcomidas por el fuego, repentinamente lo golpeó el abatimiento de tal modo que se quedó paralizado al reconocerlo por fin.
Su cuerpo sufrió de un espasmo procedente de un fuerte sollozo que escapó de su garganta, su respiración se volvió entrecortada, seguida de sus rodillas que le traicionaron y lo dejaron caer en el suelo con violencia.
Inconcientemente su cabeza comenzó a negar mientras sus labios temblaban de desesperación y rabia ante la imagen que tanto le aterraba llegar a ver desde el momento en que entabló amistad con el ángel la primera vez en el Edén.
Aziraphale se encontraba recostado boca arriba, con la mirada fija hacia adelante en ningún punto en particular, y sin la menor luz en sus ojos que indicara alguna señal de vida.
Las palmas de sus manos estaban a los costados, cubiertas de su propia sangre que había emanado en gran cantidad de una herida mortal hecha justo en su pecho, ocasionando que su cuerpo físico no soportara la pérdida de sangre y terminase muriendo desangrando.
Pero lo que más horrorizó al demonio, fue ver el color siniestro que entintaban lo que alguna vez fueron unas majestuosas alas de abundantes y envidiables plumas blancas, ahora chamuscadas por el fuego y teñidas de un cruel color oscuro, color que solo podía tener un significado por ley divino, la condena de ser un caído; pero aunque ese fuese el caso, ya no era capaz de presentir más la inconfundible calidez y dulzura del alma de su ángel, que era lo que más lo desesperaba.—No, no, ¿qué fue lo que te hicieron Aziraphale? —musitó Crowley mientras levantaba una de sus manos y acariciaba gentilmente la mejilla del ángel de una forma tan delicada, que temía que pudiese romperse ahí mismo con el ligero toque de su caricia—. ¡Bastardos!
No pudo soportarlo más y rompió en llanto ahí mismo, maldiciendo a todo el mundo, a cada ser todopoderoso que estuviese escuchando o presenciando la tragedia, y estaba totalmente seguro de que así era, a Dios le encantaba ver esa clase de espectáculos en primera fila, y vaya que estaba en fila VIP.
Una vez que su voz se quedó sin aliento para blasfemar, volvió su atención al impasible rostro del ángel y después de observarlo un largo rato, dio fin a esos 6000 años de amistad cerrando sutilmente sus párpados.
—Perdoname ángel, de verdad lo lamento, tú no... —tragó saliva en un intento por aclarar su agotada voz y continúo–. Debí venir antes en cuanto me llamaste, pero... Oh, Azira...
Crowley tomó con delicadeza el cadáver físico de Aziraphale y lo estrechó contra sí, abrazándolo y rogando que todo fuese un mal sueño, que en realidad la librería estaba en buen estado en aquella esquina, con sus miles de libros viejos acumulados en estanterías con sus páginas intactas, que Azira estaba ahí, preparándolo todo para cerrar e irse a cenar juntos al Ritz como lo tenían previsto para esa noche, que Ligur o Hastur fuesen los responsables de gastarle una broma de muy mal gusto por su irresponsabilidad en criar al pequeño anticristo, pero al sentir la rigidez y frialdad de su amante, además del intenso calor y las estridentes sirenas resonando desde afuera, lo hizo darse cuenta de que no pudo seguir engañandose a sí mismo.
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𝖀𝖓𝖆 ú𝖑𝖙𝖎𝖒𝖆 𝖈𝖆𝖓𝖈𝖎ó𝖓
Fanfic-Sigan creciendo Crowley le susurró a sus plantas mientras terminaba de regarlas con su atomizador barato, esa sería la primera y última vez que no se dedicaría a gritarles en el proceso.