Capítulo 25

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La casa de Ryan era impresionante. Todo era muy lujoso y tenía pinta de ser bastante caro. Me daba pánico sentarme en su sofá por el miedo de mancharlo o romperlo. Aunque ese miedo no estuvo muy presente la noche anterior. 

Subimos a su habitación y era preciosa, era muy él. Le pegaba tener un cuarto así. Estaba ligeramente decorado, pero tenía muchas cosas que me recordaban a él. 

Estábamos sentados en su cama, jugando a la consola, que estaba conectada en su gran televisión. Él me estaba ganando y eso no iba a consentirlo durante mucho más tiempo. Seguí concentrada en mi mando mientras me lancé sobre él, apretando todos sus botones en la caída.

—¡Pero que haces Sam! —exclamó riendo.

—¡No hago nada!

—Eso es trampa —habló mientras me empujaba, para quedar sentada en la cama como antes.

—No es trampa, ha sido un accidente —bufé.

—No sabes perder.

Pasó su mano izquierda por mis hombros, hasta llegar a mis ojos. Los tapó con una sola mano y con la otra trató de seguir jugando.

—¡Tú sí que no sabes perder!

Y efectivamente, intenté hacer muchas trampas, pero perdí de todos modos.

—Odio este juego, hagamos otra cosa —rechisté cruzándome de brazos.

—Siempre haces eso —rio él.

—¿Hacer el qué? —interrogué confusa.

—Eso, cruzar los brazos —habló mientras me señalaba con un dedo—. Siempre lo haces cuando te enfadas.

—Vete a la mierda Ryan —reí.

—Tengo una idea... —dejó un silencio, tratando de generar intriga—. Vamos a ver una peli —finalizó levantando la barbilla orgulloso.

—¿De Marvel? —pregunté, mirándole ilusionada.

— Sí, de Marvel —contestó rodando los ojos.

Pasamos el resto del día viendo películas. Una detrás de otra. Estaba demasiado feliz, había conseguido mi objetivo, engancharle a ver estas películas. Sabía que le gustarían.

Paramos su televisión sobre las cuatro de la mañana, nos habíamos comido varias bolsas de chuches, tarrinas de helado, bolsas de patatillas y cualquier cosa más que encontramos por ahí.

—Creo que ha sido suficiente —habló él.

—Suficiente, pero suficiente por hoy —dije con una sonrisa de lado a lado.

—Yo tengo suficiente como para un mes.

—Bueno, vamos a dormir, ¿no? —pregunté esperando su respuesta.

—Sí, ya va siendo hora —dijo divertido mirando el reloj—. Podemos dormir aquí los dos juntos, mi cama es grande. Aunque si estás incómoda puedo ir al sofá a dor...

—Podemos dormir juntos, si tú quieres, claro —le interrumpí.

—Vale, toma —se levantó, abrió su armario y me lanzó unos pantalones cortos negros y una camiseta verde que no le había visto nunca puesta—. Ponte esto.

Agarré la ropa y caminé hacia el cuarto de baño, me cambié y cuando volví él ya estaba tumbado en su cama.

—Te queda bien —dijo conteniendo una pequeña risa.

—Tres tallas más grandes, pero bien supongo —contesté sentándome en la cama con él.

—Puedes quedarte la camiseta si quieres —me quedé con la boca abierta, antes de que pudiese contestar volvió a hablar—. Venga, vamos a dormir.

—¿Qué lado quieres? —pregunté.

—Me da igual, así que elige tú.

—Pues tú en el lado de los monstruos, yo en la pared.

—¿Cómo que el lado de los monstruos? —preguntó soltando una carcajada.

—Pues eso, el lado de la pared es el protegido y si por la noche aparece cualquier monstruo te comerá a ti primero —contesté con una gran sonrisa.

—Gracias por sacrificarme, qué mala eres.

Me metí debajo de las sábanas con él, traté de pegarme lo máximo posible a la pared. Los dos estábamos tumbados, mirando al techo con la luz apagada.

—Buenas noches Samy —dijo girándose de perfil para mirarme.

—Buenas noches Ryan —contesté girándome yo también.

Se acercó a mí y pasó un brazo por mi espalda, yo hice lo mismo colocándolo en su cintura.

Juntamos nuestras piernas y dormimos abrazados.

Me desperté la mañana siguiente sola, en su habitación, sin entender muy bien lo que pasaba. Alterada, bajé las escaleras y caminé hacia la cocina. 

Ahí estaba él, con un delantal puesto para no mancharse. Era gracioso verle así. Él no me habia visto aún, caminé con cuidado tratando de no hacer ruido y entonces le asusté con un grito.

—¡Me vas a matar de un infarto! —contestó, girándose alterado.

—Buenos días Ryan —hablé con una sonrisa inocente.

—Sí, lo que tú digas —bufó.

—¿Qué preparas? Huele bien.

Estaba cocinando unas tortitas, ya estaba todo casi hecho. Había dos vasos con zumo que preparó él también. Desayunamos juntos fuera, en unas mesas que había al lado de su piscina.

 Olivia y Axel me llamaron mientras desayunábamos para saber como estaba, quedamos los cuatro en vernos otra vez en la playa. Esa misma noche volveríamos a casa y no me hacía ninguna ilusión. 

Volví al cuarto de Ryan, me cambié de ropa y guardé su camiseta en mi bolsa con el resto de mis cosas. Él también se cambió después y salimos en dirección a la playa otra vez, para disfrutar los cuatro juntos de nuestro último día en Miami.

Al llegar a la playa Olivia nos recibió muy emocionada, era raro verla así, estaba demasiado feliz.

—¡Ayer quedé con Ivy! —gritó emocionada, dando pequeños saltos mientras giraba sobre sí misma.

—¡Que maravilla Olivia! —corrí hacia ella y nos agarramos de las manos para empezar a saltar y chillar juntas.

—¡Vamos al agua! —interrumpió Axel, al que hicimos caso en seguida.

La hora de volver a la casa del señor y la señora Davis se acercaba, teníamos que recoger las cosas y luego ellos nos llevarían al aeropuerto. No podía despedirme de Ryan, no quería hacerlo. Estábamos de pie, mirándonos con unos metros de distancia entre nosotros.

—Te echaré de menos enana —susurró después de romper la distancia con un abrazo.

—Y yo a ti Ryan —hablé abrazándole más fuerte—. Hasta la próxima.

—Adiós Samy.

Nos separamos otra vez, alejándonos poco a poco mientras nuestras manos seguían agarrándose. A cada paso que dábamos hacia atrás, más se estiraban nuestros brazos. Hasta que terminamos alejándonos completamente. 

Echarle de menos es lo que tengo que pagar por vivir momentos maravillosos junto a él.

La estrella que no busqué | EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora