Capítulo 2

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Las lluvias pasaron y Dios le regaló a una parte de la humanidad 6 inviernos más y Eulalia aún buscaba una respuesta para el "mal de agua" (así nombrado por ella misma) que acongojaba a su madre.
Desesperada por encontrar un remedio, fue con su mejor amiga Beatriz al caer la tarde.
Ya que le había explicado la situación de lo que le pasaba a su madre idearon un plan juntas para hacer que a Carmen le gustará la lluvia.
-Ay, Beatriz... Vine a tu casa buscando un remedio y ya lo encontré, o, por lo menos eso espero ¿Tú crees que sirva?- expresó Eulalia con el corazón en la garganta, poniendo toda su esperanza en el buen juicio de su amiga.
-Pues yo digo que sí va a servirle... Tú tranquila, Lalia, que todo va a salir bien-
Ella se fue de la casa de su amiga rogándole a Dios que hiciera que a su madre le gustara más la lluvia para que pudieran compartir ese momento de alegría juntas.

Ella se imaginaba bailando con ella y dejando que el frío se apoderara de su sangre y cayera como agua de manantial el cariño que sentían una por la otra.
Después de eso, entrarían a la casa y con la adrenalina por quitarse el frío dejarían sus cuerpos desnudos expuestos al fuego de la chimenea que presenciaría una plática de horas sobre todo lo qué pasó, lo qué pasa y lo que pasará con ellas.
Estaba ansiosa por salir a comprar cosas para hacer comida mientras hablaba con su madre frente al fuego.
Tomó una canasta, se puso un sombrero café y amarró su cabello con un listón tan rojo como la sangre.
El sol iluminaba su cara y se tomaba el sombrero con gracia para evitar que se cayera.
Los rizos de miel se le movían con el viento y se mostraba contenta de saber que ese día, ese momento, ese lugar le pertenecían a ella.
Le encantaba salir al mercado, tocar la fruta, olerla. Meter las manos en las semillas y correr antes de que el vendedor le lanzara un pedazo de pan y le gritara "¡Niña, deja de meter tus manos mocosas a mi producto!".
Ella era libre, joven y bella, llena de amor y alegría para dar a cualquiera que se le pusiera enfrente, incluso si fuese su mayor enemigo.
Mientras corría para escapar, se tropezó con una cara extraña que se llenó de color al sentir una

mano en la pierna que trataba de levantarse con todas sus fuerzas.
El vestido blanco de Eulalia y sus medias se mancharon de lodo y un quejido salió de su garganta solamente para llegar a los oídos de aquella cara colorada que se agachaba para extenderle la mano a Eulalia.
-¿Estás bien niña?- preguntó la voz que salía de aquella máscara roja.
Eulalia se tocó la frente y asintió dando las gracias.
Se dispuso a mirar hacia arriba y vió al hombre que, ella pensaba, podría ser su primer amor.
Por un momento, salió de su cuerpo y recordó la historia que una vez su madre le contó.
-Pero, ¿por qué mariposas en el estómago?- preguntó Eulalia.
-Porque cuando te emocionas te da una sensación de qué hay algo dentro que revolotea y acaricia tu estómago. ¿Nunca te has dado cuenta?
-Claro que me he dado cuenta, pero a mí no me pasa. Yo no creo en eso de que las mariposas estén en el estómago, yo creo que más bien están en tu corazón. ¿Qué no has sentido cómo el ritmo de tu corazón va que vuela cuando te emocionas?- replanteó Eulalia.
-Tienes razón, tal vez estén allí, o tal vez viajen por todo el cuerpo y cuando estás triste, por ejemplo, se confunden y no saben si salir por tu

boca o consolarte en la mente, así se hacen los nudos en la garganta.
-También se hacen nudos en la garganta cuando te emocionas, todas las mariposas se juntan y vuelan con alegría por tu cuerpo.
-Eres muy lista, mi niña.- dijo Carmen con la sonrisa hasta el infinito.
Eulalia regresó a su cuerpo cuando su hombro fué tocado por el hombre de máscara roja en la cara.
-Disculpe, señorita, ¿quién es usted?- preguntó el señor.
-Me llamo Eulalia, soy la hija de la señorita Carmen de Lacunza, la señorita de la Casa Blanca con tejas rojas de la esquina y- Eulalia fue interrumpida por aquel hombre.
-¡Ah, ya sé quien eres. Eres La Niña que le canta a la luna, siempre abro mi ventana a las doce para escucharte. Me da gusto conocerte!- exclamó con alegría.
Eulalia sintió que las mariposas de su cuerpo despertaban y la llenaban de gozo, pero no era el mismo que le llenaba cuando se emocionaba al mojarse de lluvia o al aprender algo nuevo.
Eran mariposas que -se imaginaba- eran de colores diferentes, variados, alegres. Mariposas que habían comido muchos turrones la noche anterior y despertaron con la energía al cien por ciento.

El conticinio Where stories live. Discover now