Capítulo 1: Ritual

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"La luz es fácil de amar.
Ahora quiero conocer la oscuridad"

Harry frunció el ceño y soltó un bufido exasperado antes de levantarse de golpe de la cama y arrojar con frustración el libro a su cama, haciendo que rebotara en el colchón y se quedara innerte allí.

Pasó una de sus manos por su rebelde cabello azabache sintiendo entre sus dedos la contextura suave de sus indomables mechones revueltos, se detuvo frente a la ventana mirando con desgana el mismo paisaje tan común y corriente que presentaban las vastas calles de Privet Drive. Hizo una ligera mueca y se cruzó de brazos luciendo como el crio enfurruñado que era, con la mirada perdida en algún punto del desolado paisaje frente a él.

Soltó un profundo suspiro y miró a todos lados buscando que algo lo distrayera del estúpido debate mental que tenía actualmente.

Su pequeña habitación seguía siendo tan raida, vana y apagada como de costumbre, estaba un poco oscurecido ya que era de noche y el bombillo de la luz que había sobre el techo estaba en malas condiciones y su luz opaca a penas alcanzaba a iluminar la habitación decentemente para que Harry pudiera ver lo que había a su alrededor y evitara estrellarse contra su cama. Harry extrañaba su baúl ya que en él estaban todas sus cosas de Hogwarts y aquello que le recordaba al Mundo Mágico, aquello que le recordaba que él no era ningún fenómeno como a cada rato su adorada familia se lo recordaba gentilmente.

A Harry le hubiese encantado poder leer sus libros escolares para aprender un poco más, o le hubiese gustado adelantar un poco de sus deberes para hacer algo útil y no tener que hacerlo a última hora en Hogwarts. Al menos le gustaría sacar un poco de su ropa escolar para evitar usar aquella ropa ridículamente grande que Dudley le había dado porque ya no la quería o ya no le quedaba. O tan siquiera quería poder tener su varita en la mano ya que le daba una sensación de seguridad a pesar de que no podía usarla, pero no, tio Vernon le había confiscado su baúl desde que regresó de Hogwarts y lo había encerrado bajo llave en el armario bajo las escaleras donde había sido su dormitorio durante los últimos 11 años.

Harry sabía bien que a su familia le aterraba tanto la idea de la magia, que habían hecho todo lo posible para que Harry tuviera el menor acceso posible a ella.

Fue una suerte de que le dejaran conservar a su fiel y hermosa Hedwig junto a él, pero eso en realidad fue porque la preciosa lechuza nivea no dejó de chillar cuando tio Vernon quizo agarrar su jaula para llevarsela, y para evitar que los vecinos escucharan el escándalo de la irritada lechuza, Vernon a regañadientes dejó que el ave continuara junto a Harry, con la condición de que el animal solo podría salir a cazar de noche cuando nadie la veia. En esos momentos Hedwig estaba de cazería, la ventana estaba abierta y la jaula vacía.

A Harry le dolía tener que mantener encerrada a su fiel y bella compañera magica, por esa razón la dejaba volar toda la noche y ella volvía al amanecer para quedarse junto a él durante el día.

Harry se frotó los ojos luego de quitarse sus anticuados y horribles anteojos rendondos, abrió lentamente sus ojos parpadeando dejando ver un siniestro brillo incandecente de un verde escalofriante del mismo color que la Maldición Asesina. A simple vista parecía que aquella noche el Avada Kedavra no le hubiese rebotado si no que fue absorvido y reflejado en sus ojos.

Harry se enteró el año pasado de todo lo relacionado con el Mundo Mágico. Resulta que no era un 'bastardo', ni un 'monstruo', ni un 'maldito perdedor' como le hicieron creer por años, en el grandioso Mundo Mágico Harry Potter era el Niño Dorado, el Héroe del Mundo Mágico. Harry aún estaba aturdido cada vez que pasaba delante de alguien que desconocía y la gente al verlo se le acercaba como si él fuera algún tipo de mesías que había bajado del cielo para traerles salvación.

El demonio de HarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora