Día 3: Antojos

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Allí se encontraban, bajándose del autobús con el tren inferior completamente entumecido. El par, luego de tomar sus bolsos y asegurarse de que no dejaban nada atrás, comenzaron a encaminarse hacia el primer destino.

—¿Debería comprarle algo a tu madre? — preguntó al aire Himejima, sin detener su paso —¿Pasamos por una pastelería?

El más bajo meditó sobre aquello unos segundos, dándole luz verde al asentir con su cabeza —recuerda, nada de cosas excesivamente dulces ni nada-

—De maní, ¿cierto? — completó la oración soltando una risilla entre dientes —no tienes que preocuparte, recuerdo bastante bien que se repugnan fácilmente con lo dulce y que son alérgicos al maní— continuó hablando con cierto orgullo en su voz, mirando de reojo a Sanemi el cual rio en respuesta.

—Correcto— afirmó con una sonrisa en labios, era realmente agradable que el contrario recordara esas nimiedades. Aunque eso podría ser "normal", esos pequeños detalles eran realmente apreciados por el albino.

El crepúsculo vespertino les estaba pisando los talones. El firmamento pintado de nubes amarillas y naranjas mientras el sol de a poco se escondía a la distancia era una vista bastante nostálgica para la pareja, inconscientemente ambos recordaron alguna que otra vivencia relacionada con esa hora del día.

Luego de visitar unos pocos lugares y comprar cosas para así no llegar con las manos vacías a sus respectivos hogares, tomaron un taxi y por fin se dirigieron a la residencia Shinazugawa.

Toc, toc.

Dos golpecitos en la puerta eran suficiente para que alguien al otro lado de la puerta respondiera con un "ya voy". Se escuchó el seguro abrirse y seguidamente una persona estaba enfrente.

—¿Si, qué dese-? ¡Aaaaah! ¡Mi bebé! — sin tiempo siquiera para reaccionar, unos brazos rodearon el cuello de Sanemi y una mujer, prácticamente, se le abalanzó encima —¡Qué bueno que ya estás aquí! ¡Waaa, mamá te ha extrañado tanto! — después de un fuerte abrazo, la fémina de oscuros cabellos acunó el rostro de su hijo y besó sus mejillas con notable alegría, tanta que incluso era contagiosa.

El peliblanco tan solo se dejó hacer, correspondiendo el abrazote de su progenitora para luego separarse unos segundos —Estoy en casa— fue lo que pudo pronunciar al tener sus mejillas apretadas por las manos de la mayor, la cual rápidamente centró su atención en la persona que estaba detrás.

—¡Gyomei! ¿Por qué tan callado, hijo mío? Ven, pasa pasa, estás en tu casa— igualmente como lo hizo con su hijo, le recibió con un cálido abrazo y un par de besos en sus cachetes para así dejarles pasar.

Pero antes de poder dar un paso dentro de la casa, dos jóvenes corrieron a su encuentro, extendiendo sus brazos para así atraparlo sin darle posibilidad de escapar. El par se lanzó encima del hombre, uno optó por agarrarse de su cuello mientras que la otra abrazó su cintura.

—¡Ugh! — el aire escapó de su boca al sentir ambos pesos arriba de él; por fortuna, está dotado de rápidos reflejos y bastante fuerza, gracias a ello pudo evitar la caída asegurada que tenía —¡Oi! ¡Par de bribones, así no se saluda a su hermano mayor! — si bien su tono era bastante áspero y severo, podía notarse en su cara sonriente que la emoción y felicidad de verse era mutua.

Mientras los hermanos vivían su conmovedor encuentro, una madre y su yerno pasaban adentro para tener una charla más tranquila.

—Traje esto para usted, espero que le guste— habló Himejima con su calma natural, ofreciéndole una caja color rosa decorada con un pequeño moño verde en una esquina.

—Aw, no tenías que hacerlo— tomó con ambas manos el presente que su adorado yerno le trajo, dando una mirada curiosa debajo de la tapa.

Sus ojos negros brillaron y su amable sonrisa se instaló con más presencia en el rostro de la mujer. Dentro de la caja estaba una bandeja de plástico cuadrada y en ésta, un apetitoso pastel de tres leches con chispas de chocolate adornando su superficie —¡Fufu! Muchas gracias, Gyomei, es un bonito detalle— agradeció, sacando la bandeja de la caja para así meterla en la nevera. Ahora ya tenían un postre para comer después de la cena.

Luego de guiarlos al cuarto que ocuparían por mientras, darse un baño y por fin sentarse a comer, podían entablar una conversación más amena. En la mesa redonda estaban sentados Shizu, la madre, Himejima y Sanemi, Koto y Sumi, el par que los recibió horas atrás y que casualmente eran los menores de la familia, y Hiroshi, que había llegado de trabajar hace no mucho. Cabe mencionar que este último casi llora cuando vio a su hermano, aunque en palabras de él, "¡no estaba llorando!" Tan solo... se le había metido algo en el ojo. He allí el porqué de sus ojos llorosos.

Bastante creíble.

El único de la familia con hebras blancas miró extrañado los asientos vacíos, cosa que su madre notó al instante.

—Los demás vienen más tarde— dijo, anticipándose a la posible pregunta de su retoño —Teiko está tomando clases nocturnas para empezar su maestría, Shuya está trabajando y Genya practica hasta tarde con el arco— explicaba serena en lo que servía más arroz a su tazón.

—Oh— pronunció un poco sorprendido, cambiando rápidamente su semblante a uno totalmente orgulloso —me alegra saber que están manteniéndose ocupados en sus proyectos.

Era gratificante ver cómo cada uno de los integrantes de su familia florecían y brillaban con las cosas que les gustaban hacer. Todo se sentía más brillante y agradable después de que... aquel hombre abandonó sus vidas. Su entrecejo se arrugó por breves segundos ante el mero recuerdo de ese tipejo, recibiendo en respuesta una mirada preocupada de cierto grandote.

—¿Pasa algo? ¿Tienes náuseas de nuevo? — cuestionaba el fortachón, las ganas de vomitar se habían vuelto más comunes por lo que ambos ya estaban acostumbrados a éstas y a cómo actuar cuando esa situación se presentaba.

—¿Cómo que "de nuevo"? — el tono de voz de Shizu se sintió un tanto intimidante —Sanemi, ¿estás comiendo bien? — arqueó su ceja izquierda, los palillos reposaban a un lado del tazón mientras que sus brazos se encontraban cruzados.

Ah.

Koto y Sumi, que también estaban allí cenando con ellos, guardaron silencio y se mantuvieron como espectadores en todo momento. Quisieron incluso buscarse lentes 3D y palomitas para ver la tremenda escena que se estaba por formar.

Sanemi y Gyomei, que pretendían hablar de eso cuando todos se encontraran en casa, estaban siendo acorralados entre la espada y la pared.

—¿Y bien? ¿Estás enfermo? ¿Desde cuándo? ¿Ya viste a un doctor? ¿Estás siguiendo las recomendaciones?

Deja Vu. Ahora que lo recuerda, de esa forma había reaccionado Gyomei cuando estaba comenzando a sentirse mal.

—No es nada grave, mamá— restó importancia el albino, procurando que con eso bajara sus niveles de preocupación —de hecho, de eso quería hablarte hoy.

Por primera vez | Agosto MPREG | HimeSaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora