El idioma de los árboles

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Leah ni siquiera podía recordar aquellas noches tranquilas en su hogar, durmiendo en su cómoda cama y el como solía quejarse de compartir habitación con su hermanito menor.

Si tan solo pudiera regresar el tiempo... Añoró en medio del frío suelo.

Entonces escuchó unas pisadas obligándose a despegar su espalda adolorida del incomodo cartón sobre el cual dormía, tomando una roca entre sus manos con la mayor velocidad que le fue posible. Estaba lista para lo peor.

─¿Leah? ─la voz de su hermano la hizo soltar el aire que no sabía que estaba reteniendo. Soltó la piedra también, sintiendo una oleada de paz en su pecho.

─¿Puedo dormir contigo? ─continuó hablando el pequeño. ─Tengo miedo, hermanita...

El corazón de Leah se encogió al escuchar aquellas palabras provenientes de la boca de su pequeño hermano.  ¡No era justo!

No era justo que su hermanito de siete años no pudiera dormir por las noches, no era justo que él debiera vivir con miedo, ¿Por qué? Santiago era solo un niño, como todos los demás.

"Las personas son crueles" le había advertido una vez su padre.

"El mundo es un lugar maravilloso" solía decirle su soñadora madre.

─Ven aquí, Santi. ─lo llamó palmeando el diminuto espacio que quedaba en el cartón debajo de ella, y su hermano no lo pensó dos veces antes de acurrucarse entre sus costillas.

Primero todo era oscuro y tenebroso, y de pronto la luz del sol estaba brillando para todos anunciando un nuevo día lleno de aventuras; para todos menos para los extranjeros que "residían" en aquel país, donde el odio de la gente los había llevado a tener que huir de un grupo anónimo de hombres que los amenazó de muerte a todos.

Nadie creyó que las personas de aquel video en Facebook pudiesen estar hablando en serio... Hasta que se empezó a derramar sangre, sangre extranjera. Ellos eran los cazadores.

"El gobierno no hace nada por nosotros" le había dicho en una ocasión su padre, lleno de rabia.

"En el fondo de sus corazones hay bondad, hija" le había prometido su madre, una mujer que ponía demasiada fe en la humanidad.

La peor parte era que, Leah y su familia ni siquiera estaban ilegalmente en el país, pero la gente no tenía bondad en sus corazones; la gente tenía odio, odio a todo lo que les era diferente a ellos, y por ese simple hecho, creían tener el derecho de destruir a los inocentes.

Leah tomó la bolsa con los pocos suministros que les quedaba y tomó a su hermano entre sus brazos para empezar a divagar por el bosque; permanecer en la ciudad ya no era seguro, incluso si tan solo se trataba de los oscuros callejones. Por suerte, Leah conocía muy bien el camino correcto que la llevaría hasta la rotonda de senderos oculta dentro del bosque, todo gracias a su madre que la traía al lugar para fantasear juntas sobre dos guerreras que tenían grandes aventuras.

Sin embargo, la ya mencionada rotando no estaba muy cerca del inicio del bosque, pues por algo era "la rotonda oculta del bosque", así que luego de un par de horas caminando, Leah y su hermano encontraron lo que parecía ser un "lugar seguro", y cansados de tanto de andar, decidieron tomar una pausa para descansar y repartirse la poca comida que quedaba en la bolsa.

Fue entonces cuando un par de gritos desgarradores llamaron la atención de los hermanos, poniendo a Leah en alerta nuevamente, dispuesta a atacar mientras le concedía algo de ventaja su hermano para escapar, quien con un poco de suerte lograría dar con la salida correcta que lo llevaría a un pueblito tranquilo y amigable, en donde podría crecer y tener una esposa e hijos a los cuales contarles sobre la hermana mayor que tuvo una vez, aquella que dio la vida para que él pudiese morir únicamente el día en que fuese ya demasiado viejo; canoso y en paz en una cómoda cama.

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