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«El perder de dos almas que se conocieron y amaron en el peor momento, fue lo que sintió el cosmos; perdió el orden del que había gozado».
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Al observar el paisaje me invadía una sensación de dolor, vergüenza, ira, impaciencia, asco y aborrecimiento, y por ello no me extrañó que un momento después las lágrimas se asomaran por mis ojos. ¿A qué venía aquel súbito ataque de ligero llanto?
—La paz, queridos amigos— emitió sin esfuerzo alguno el enmascarado —Reinará para ustedes, tal y como siempre lo han deseado— barrió con su mirada debajo de el a todos los soldados, a lado suyo, la mayor preocupación de todos; Madara.
—La guerra cesará, pero volveremos.
Peleamos, tanto como nuestros cuerpos lo permitían, pero contrario a nuestra voluntad, ya no podíamos más. Sucumbí, oculta entre algunos cuerpos, después de recibir un sucio ataque por la espalda. No logré identificar con claridad la sombra que se interponía ante mi, pero logré identificar su marca —A ella no.
—Alejate de ella— vociferó una voz más a mis espaldas, lo suficiente cerca para poder escucharlo, y lo suficiente lejos como para hacer nada.
Alcé la mirada, encontrándome con el, con la peor de las sonrisas posibles. La expresión de este sufrió una transformación, a mí parecer, perturbadora. Duró solo un momento, pero me sobresaltó. La apariencia artificial de la piel de sus mejillas se contrajo y estremeció, y sus ojos perdieron toda cualidad humana posible. Cómo si alguien hubiera apagado una luz tras ellos y encendido una roja.
Había perdido el conocimiento
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𝐈𝐍𝐃𝐈𝐂𝐄 (en edición)
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