Capítulo 2: Salir de casa.

19 2 0
                                    

Era extraño partir de casa. Mi vida estaba completamente organizada y planificada de principio a fin.

Aprender cada regla, función y acción del imperio; colaborar con su crecimiento frente a los demás imperios; casarme con alguien que sepa manejar temas de estado, sin importar si lo aprecio o no, según mi madre primero la herencia imperial; tener hijos dignos de la corona; morir formando parte de la historia y con muchos súbditos lamentándolo.

La vida deseada de cualquier persona, sobre todo de las mujeres del mundo. Nací con muchos más derechos que cualquier otra mujer y aún así vivo aislada, vacía y sola.

Tras la muerte de mi bisabuelo en la guerra contra Trias, el imperio más grande sobre la tierra. Él sultán de Trias se hizo cargo del manejo de mi pueblo, todo Grian estaba bajo sus órdenes y debido a esto todos los hombres herederos al trono fueron ejecutados. Mi abuelo antes de morir tuvo a mi padre, él tenía meses de vida y gracias a eso no fue ejecutado; solo mi abuela y algunas mujeres del palacio sabían de su existencia. Teóricamente "no nacer" le salvó la vida al imperio.

Mí abuela crió al príncipe en una granja alejada hasta sus dieciocho años, cuando el rumor de un heredero aún con vida comenzó a crecer entre los súbditos del antiguo imperio de Grian. Con ayuda del ejército, que fingía servirle a Trias al enterarse que mi padre estaba vivo, Jhos estableció su existencia con un levantamiento contra el imperio Trias y luego de una guerra de ocho años logró recuperar lo perdido; el trono volvió a ser de mi padre, en toda mi tierra, los Trias se retiraron del imperio y mi padre gobernó pacíficamente.

En su primer año de gobernante mi abuela dejó este mundo, sin antes presentarle a mi madre. Una chica de granja que mi abuela había educado luego de que mi padre dejase su hogar de crianza; mi abuela se encargó de "crear" la mejor esposa para mi padre.

Mi madre era inteligente, ingeniosa y valiente. Mi padre se enamoró de ella en días y luego de meses nací yo.

Después de años de paz con Trias mi padre creyó prudente tomar sus tierras, al norte de nuestro imperio. Nada salió como lo planeado, un espía del palacio informó al Sultán de Trias y mi padre fue emboscado.

A los 36 años Jhos, el mejor emperador de Grian, un gran padre y esposo murió.

El pueblo quedó devastado y muy asustado por una posible invasión de Trias, mientras que mi madre planeaba con gran valor tomar el trono.

Solo tenía ocho años cuando mi madre asumió la corona y se convirtió en la primera emperatriz reinante de Grian. Sorprendentemente el pueblo lo tomó con mucha felicidad, apreciaban a mi madre tanto como a mi padre.

Los días tristes y de luto terminaron cuando se logró establecer un tratado de paz con Trias, o eso decía mi madre; mi luto siguió varios años y la tristeza aún persiste en mi corazón.

Soy Adara, hija del emperador Jhos y la emperatriz Haba, tengo dieciocho años, miles de súbditos y ni un solo amigo. Mi alma se fue con la muerte de mi padre y mi corazón late en apoyo a mi madre, en el trono. Mi vida está planificada y debo cumplirla para enorgullecer a la emperatriz.

Jamás cuestioné una decisión de mi madre, hasta que esa carta llegó al palacio. Se acercaba mi oportunidad de salir y conocer el mundo, al menos un imperio cercano; al que de cualquier otra forma solo podría ir una vez casada o junto a la presencia de la emperatriz, pero eso era imposible porque ella no salía desde que mi padre murió.

-Alteza, la emperatriz espera su presencia.- Suspiré y asentí.

-Iré en un momento.- El vasallo se retiró y aproveché para sentarme en mi cama. Pasé ambas manos por mi cara.

Miré hacia la ventana.

-Padre, guíame. Que este viaje sea bueno.

Me dirigí hacia el jardín donde mi madre solía estar por la mañana, antes de tantas reuniones de monarca tomaba aire y pretendía estar en la granja donde creció.

Al verme extendió sus brazos para que me acercara a abrazarla, siempre lo hacía pero hoy era diferente, hoy era una despedida.

-Mi hermosa Adara, no puedo ni pensar que mañana no estarás aquí.- Me aprisionó en sus brazos. Solté el aire y la abracé con cuidado.

-Me iré poco tiempo madre. Por favor no te angusties por mi, esta partida me hace muy feliz.- Sonreí al apartarme y tomé su mano. Viví toda mi corta vida dentro de este palacio, solo dos veces salí. La primera fue con mis padres hacía el palacio vacacional a cinco horas de este y la segunda fue con mi madre, el día que mi padre fue enterrado fuimos hacia el cementerio real; está a media hora del palacio. Mi padre fue enterrado junto a mi abuela y la tumba vacía de mi abuelo, ya que su cuerpo jamás fue traído de vuelta.

Besé la mano de la emperatriz. Ella me atrajo nuevamente a sus brazos y sollozó.

-Ya no eres una niña, lo sé. Cuídate y si necesitas cualquier cosa envía a Ger o una carta. Enviaré a todo el ejército si es necesario.

-Está bien, su majestad.- Me aparté del abrazo. Mi madre besó mi frente y me fui.

Ger, uno de los servidores más leales del imperio iría conmigo, orden de la emperatriz, no había alguien más confiable para cuidarme según sus palabras. Además de los otros diez empleados que irían a mi servicio y cuidado.

Subí al carruaje y me tomó un minuto dejar de ver hacia el palacio. No sentía miedo de irme, más bien un poco de ansiedad, no quería tardar tanto en llegar y temía la reacción del emperador Cail. Nuestros imperios se llevaban muy bien en términos bélicos, no me preocupaba que me asesinara, temía que quiera que sea su esposa.

Reí mirando mis manos al pensarlo. Ger me observó extrañado por lo que tosí para disimular la rara risa sin sentido.

Jamás querría casarse conmigo, la carta ha de haber sido enviada por cortesía hacia mi madre. Las otras cuatro nobles han de ser preciosas y opciones válidas para un matrimonio arreglado, completamente infeliz. Ese no era mi futuro, yo seré reinante, emperatriz consorte sin importar el título de mi esposo; con mucho más poder político y militar que cualquier otra mujer. 

Por el amor del emperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora