Una boda de mentiras

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Cuando Elisa abrió se encontró con un hombre alto, calvo y fornido, tenía un traje oscuro con una corbata color rojo. Se mordió el labio inferior sintiendo que debía ser fuerte, si ese señor sería su esposo... se quedó perdida en su cavilaciones y salió del mar de pensamiento cuando él y le tendió la mano. Elisa la tomó con desconfianza y el hombre la apretó con fuerza.

—Yo la llevaré hoy —Elisa se volvió hacia su madre, que estaba un metro más allá mirando al hombre con curiosidad y recelo, luego caminó hacia ella y le dio un abrazo tan fuerte que creyó romper su pequeño y menudo cuerpo.

—Te amo —le dijo a modo de despedida, con los ojos cristalizados, sintiendo una fuerte ganas de llorar, y ella le dio la bendición, trazando una cruz dibujada entre su frente, sus hombros y el abdomen.

—Llámame cuando te instales —le pidió y ella asintió, había prometido no llorar, pero se le estaba haciendo terriblemente difícil contener las lágrimas detrás de sus párpados.

Cuando salió a la calle el hombre le abrió la puerta de un auto negro brillante, se veía realmente costoso. Elisa entró y el auto arrancó, se quedó observando a través del cristal polarizado a su madre asomada en el balcón hasta que al doblar la esquina la perdió de vista, y no le importó que aquel nuevo desconocido la viera llorar, se puso las manos en la cara y sollozó un rato sintiéndose la peor hija del mundo; en cambio, su madre se sentía sumamente orgullosa.

Después de lo que pensó era una eternidad, el auto se detuvo en una salón de belleza del centro, donde un par de mujeres la sacaron con apremio del vehículo, la maquillaron y la enfundaron en un traje de novia de escote corazón y que se arrastraba.

—Se supone que iremos a una registraduría a firmar unos papeles nada más —le dijo al chofer en cuanto la volvieron a meter al auto y él tomó un largo suspiro. Como única respuesta subió el volumen de la radio.

Elisa comenzó a respirar pausadamente para calmar su nerviosismo, sin embargo, todo aumentó cuando el auto se detuvo en un callejón estrecho y el hombre la condujo por la entrada trasera de un edificio.

Entraron al lobby de un hotel que Elisa notó era morbosamente lujoso, con candelabros gigantes y pisos tapizados. En la recepción había una hermosa rubia.

—¡Por fin! —dijo la chica apenas los vio, tenía un maquillaje suave y Elisa pensó que no podría tener más de diecinueve años.

—Había tráfico — le contestó el hombre y la chica lo miró con cara de pocos amigos.

—¿Los vio la prensa? —preguntó ella y él negó.

—Espera, ¿prensa? —preguntó Elisa y la muchacha la miró de pies a cabeza.

—Se supone que no llamaría mucho la atención, mírala —la señaló —parece una modelo de Nueva York, solo que más baja. Mi nombre es Paloma —se presentó — seré tu cuñada.

—¿Podrían decirme qué está pasando aquí? —les preguntó Elisa con poca paciencia y ellos la miraron.

—Ya lo sabrás —la muchacha la tomó de la mano y la subió al ascensor, tenía un vestido de gala que se arrastraba por el suelo de color rojo y lentejuelas que reflejaban la luz.

Cuando las puertas se cerraron sacó su teléfono y envió una nota de voz —Luna, ya estamos subiendo, que pongan la música —luego miró a Elisa con una sonrisa en los labios —, es muchísimo más guapa de lo que imaginábamos, las revistas se van a dar un festín —cortó la nota de voz y Elisa le soltó la mano.

—¿Qué está pasando? —la muchacha miró el indicador de piso en el ascensor y negó.

—No hay mucho tiempo —le dijo —solo actúa normal, como si todo fuera real, dejate llevar por tu intuición —Elisa no pudo decir nada más, las puertas se abrieron y una luz cegadora la envolvió obligándola a cerrar los ojos, y cuando logró ver con claridad sintió que el corazón se le detuvo.

Cruzando DestinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora