No hubo mucho impedimento durante el transcurso del día. El camino seguía extendiendose en una curva sinuosa hasta perderse en el horizonte. Las nubes navegaban como canoas sobre un cielo enrojecido por el atardecer. El sol era una moneda de oro que se ocultaba lenta pero inevitablemente. Esa sería la primera noche en el camino, y Clair hacía el mejor esfuerzo para ocultar su malestar.
Clair se encontraba atando su montura a un arbol caído. Luego de varias horas de marcha, se cruzaron con las ruinas de lo que parecía ser un puesto de avanzada, un sencillo cubículo ubicado en la encrucijada del camino, un antiguo puesto de peaje suponía. Lo habían quemado hasta los cimientos, pero la estructura parecía aguantar bien. El musgo crecía en el lado exterior, denotando que llevaba más tiempo abandonado de lo que la guerra se llevaba desarrollando. Aunque no le sorprendía a Clair, la guerra era una constante en su familia, desde una simple disputa familiar hasta... bueno, la actual situación en la que todos se encontraban.
Y a su lado estaba la consecuencia de la misma. Un carro tirado por un caballo, cargando un cajón hecho con tablas de madera de distintos tonos y claveteado tan a las apuradas que algunos clavos sobresalían torcidos de la madera. Clair lo contempló por un rato, asimilando que aquel envoltorio guardaba lo que alguna vez fue su padre. La sensación era alienante, como si aquello no tuviese nada que ver con él. Se le antojaba que estaba viendo una representación teatral, una obra barata, en la que un grupo de hombres debían cargar con su rey, muerto, envuelto en sedas muy costosas, y llevarlo a cuestas como un enorme costal de papas hacia el cementerio. A pesar de haber visto a su padre agonizar, y a su hermana Silou ordenando que construyeran un féretro lo más pronto posible, Clair sentía que todo aquello formaba parte de un sueño, el recuerdo de un sueño, distorcionado por el paso del tiempo. ¿De verdad así habían terminado las cosas? ¿Tan rápido se dio vuelta todo?
Clair desajustó las riendas de su caballo, y se acercó hasta la carreta. Se detuvo a pocos pasos de distancia, contemplando lo rudimentario del féretro. ¿Eso era todo?
—Esto no es el fin—recordó que le dijo Silou.
Su hermana siempre tuvo la iniciativa en todo, la actitud correcta para cada situación, una capacidad de amoldarse a cualquier imprevisto que cualquiera diría que ya lo había anticipado todo. Hasta Clair mismo llegó a creerlo así. Pero él la conocía. Siendo la primogénita estaba primera en la linea de sucesión; a Clair le correspondía ser su príncipe. Gwainenn era una provincia ni muy grande ni muy pequeña, pero tenía una capacidad bélica importante, y su ubicación, en la costa oeste donde las rutas marítimas convergían y los caminos se cruzaban, le daban una posición a nivel de economía poderosa, y eso le sirvió para ascender poco a poco en la aparente jerarquía que estructuraba al Continente. La ambición de su padre era desmedida; al ser el primogénito de una larga suceción de reyes y, muy en la antigüedad, supuestos emperadores, creía que tenía derecho a aspirar alto en la vida. Lo mismo creía su hermana gemela.
Clair no compartía esa misma hambre, y eso debió influenciar en que su padre priorizara más su atención en Silou que en él. No le preocupaba. De hecho estaba agradecido, ya que así se liberaría de una responsabilidad tremenda.
Clair sonrió amargado, contemplando el féretro.
—Así terminaron tus ambiciones, padre—murmuró para sí mismo—. Encerradas en madera mal claveteada.
El caballo piafó como si le respondiera afirmativamente. Clair se alejó de la carreta, y se dirigió al derruido puesto de avanzada.
El capitán se encontraba estudiando el itinerario. Un conjunto de notas marginales sobre un rudimentario mapa dibujado en piel de oveja. La tinta se había casi fusionado con la piel, por lo que cada tanto había que hacerle una repintada y reescritura. A diferencia del papel, resistía más el paso de las estaciones.
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La cabalgata del muerto
FantasíaLa guerra con las provincias del sur se ha extendido por todo el Continente, arrastrando desde la villa más austera hasta el poblado más enriquecido. Las grandes familias se disputan por la regencia del trono, teniendo cada una de ellas su autoprocl...