Capítulo 1

8 2 0
                                    


Una semana antes

—¡Señorita Ibáñez! —El grito proviene del tabernáculo al lado de mi mesa.

No me malinterpretéis. Llamo tabernáculo a la oficina de mi jefe. ¿Por qué? Muy sencillo: es uno de esos lugares donde se practica ceremonias de culto, en honor a un idiota sin escrúpulos, al que visitan otros idiotas, para mostrarle devoción. Es decir, es un sitio donde no me apetece entrar nunca y al que, para mi desgracia, debo acudir bastantes veces a lo largo del día y por diversos motivos; llevar la correspondencia; entregar los expedientes de los últimos casos, para valorar el trabajo que desempeñan mis compañeros; servir un café; acercarle el periódico –porque al señor no le gusta leerlo online–; informar sobre las notificaciones de los juzgados; servir otro café; prestarle el cargador de mi teléfono móvil, etcétera.

Imagino que os hacéis una idea, pero, para poneros en situación, ahora mismo me encuentro recopilando la información de uno de los últimos temas que ha llevado un compañero al que por desgracia, y según lo comentado en la reunión de esta mañana, me temo que van a despedir.

Sí, mientras mi jefe grita desde su tabernáculo estoy de pie delante de David, un chico rubio, monísimo, de unos veinticinco años y que desde hace unos meses, después de ser nuestro becario, ocupa el puesto de abogado que quedó vacante en la empresa –porque mi jefe despidió al anterior, obviamente–.

No puedo describir lo que siento al ver su carita de pena. Es extraño, parece que tenga frente a mí a un cordero –de un metro ochenta, ojos verdes, labios que morderías hasta la saciedad y un pelo precioso, lleno de ondas entre las que cualquiera querría introducir los dedos– que espera medroso e inocente el momento en el que lo harán entrar en la guarida del lobo.

Y no lo juzgo. Como tampoco esa expresión vidriosa que aparece en sus ojos, porque cualquiera temería estar en su lugar.

De un rápido vistazo al resto de nuestros compañeros, para evitar ver su expresión, me doy cuenta de que ninguno de ellos está reparando en la escena. Como si mostrar empatía hacia él, en estos momentos, te convirtiera en el próximo de la lista de personas a las que van a empujar por la borda. Y es que este barco es tan lujoso e importante como lo fue el Titanic en su época, con la diferencia de que mi jefe y su importante cartera de clientes podrían fundir cualquier iceberg. Por eso aquí prima la confidencialidad y, por lo que me ha comentado Sofía esta mañana durante el café, David no ha sido del todo precavido a la hora de guardar la información, sino todo lo contrario.

***

—David no sabrá guardar secretos, pero está buenísimo. Eso no me lo puedes negar —me insistió esta mañana mientras sacaba el vaso de café de la máquina.

—Vale, no te lo niego —confesé levantando las manos.

Como si existiera alguien que pudiera negarle algo a Sofía cuando se pone en modo «intensa». Además, no me apetecía discutir sobre ese tema cuando acababa de explicarme que nuestro compañero había estado comentando un caso con un amigo suyo que, casualidad o no, resultó ser el abogado de la parte contraria. Si es que... ¡En este mundo no puedes fiarte de nadie!

—Tampoco me puedes negar que alguna vez te has tocado pensando en él.

—¡Sofía! —Esa no me la esperaba.

—Venga ya, Irene. —Sofía elevó sus incrédulas cejas y ladeó la cabeza al mirarme—. No me digas que no te tocas pensando en gente, joder.

—Pero, ¿cómo voy a pensar en él en ese sentido, cuando tú...?

—Que yo me lo haya tirado, no quiere decir que no puedas hacerlo tú. —Al ver la expresión de mi cara cambió el rumbo de la frase—. O tener fantasías con él.

—Sabes que en estos temas opinamos diferente, Sofía.

Y muy diferente. Mi vida sexual parece la de una monja de clausura en comparación con la que ella disfruta. Estoy segura de que el señor Figueras no se hace una ligera idea de con cuántos de sus trabajadores se ha acostado mi amiga, aunque, teniendo en cuenta lo buena que es en su trabajo, no me sorprendería que la animase a seguir haciéndolo con tal de que el ritmo de los casos ganados no decayera. A veces me gustaría ser un poco como ella. Me refiero a eso de ser abogada y ganar casos. Lo demás... Bueno, lo demás a veces también me da un poco de envidia, para qué negarlo.

Mi amiga empezó a mirarme con sus ojos de gata tras apoyar su despampanante cuerpo sobre la máquina de café, al tiempo que removía el contenido de su vaso con parsimonia, en un intento por descomponer mi cerebro y mis creencias con la mirada. Sé que no le gusta que me menosprecie; es más, si por ella fuera yo estaría ejerciendo de abogada a su lado, tras cursar la carrera de Derecho. «Con todo lo que has visto y aprendido en este tiempo, estoy segura de que lo harías mejor que esos cretinos» me ha dicho en varias ocasiones. Y es que Sofía es de esas personas que parecen hechas de otro material: fría como el hielo, capaz de mantener la calma en cualquier situación y con un corazón enorme cuando quiere. Y repito «cuando quiere», porque como te tenga entre ceja y ceja... Aunque lo que más detesto de ella es la tranquilidad con la que se toma la vida. Vale, puede que yo necesite practicar la disciplina de la paciencia, pero su templanza es de otro planeta.

—Vamos a llegar tarde —resoplé mirando el móvil—. La reunión empieza dentro de cinco minutos.

—No me extraña que solo te permitas tomar un café por la mañana. Te pasas nerviosa el resto del día.

—No estoy nerviosa, pero tengo que tomar notas de lo que explique el señor Figueras. Ya sabes cómo se pone si no...

—Vale, vale. —Dio un trago a su café—. Vamos ya y así podré escoger el mejor sitio para observar a los tíos buenos de la oficina.

—Eres incorregible —afirmé mientras ponía los ojos en blanco, tras lo que corrí hacia mi mesa y cogí lo que necesitaba para asistir a la reunión.

—No entiendo la devoción que le profesas a ese hombre.

Me giré hacia Sofía con la boca abierta. ¿Devoción? ¿Había dicho devoción? ¿Yo? ¿Devoción por ese gilipollas trajeado que lo mejor que hace en su vida es pagarme a final de mes? Respiré hondo antes de responder, para no estrangularla.

—Sabes que necesito el dinero, Sofía.

No hizo falta decir más. Podría jurar que mi amiga agachó ligeramente la cabeza mientras miraba hacia el suelo con los labios apretados. Me sentí culpable por recordarle mi situación personal. De hecho, estuve a punto de decir algo para aliviar su malestar, pero en ese momento vi aparecer al señor Figueras, con su habitual séquito de perros guardianes trajeados.

Qué asco les tengo.

—Oye —Sofía apuró su café—, esos tres son nuevos.

Eché un rápido vistazo y, de los diez hombres que andaban detrás de mi jefe, varios de ellos no me resultaron familiares, pero si mi amiga decía que solo tres eran nuevos... tampoco estaba yo como para fijarme en el sexo opuesto –ni en el propio– con la cantidad de temas importantes de los que tenía que preocuparme.

—Vamos, anda —dije apretando mis trastos contra el pecho y dándole un golpe con el hombro—. Que al final nos quitarán los sitios buenos.

Le guiñé el ojo y la carcajada de Sofía retumbó por toda la planta consiguiendo que los tres únicos perros guardianes nuevos –según mi amiga– que andaban pegados a mi jefe, se girasen en nuestra dirección. Y vaya con los perros guardianes...

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 18, 2022 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Habitación 501. Your secret is mineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora