Capítulo 18: Apolo

15 1 0
                                    

Algo estaba mal. Perseo podía sentirlo palpitando en su nuca, como un error en las sinapsis de su sistema nervioso cuando transmitían los impulsos. Era como si sus pensamientos lucharan por desinhibirse, atrapados por una especie de cárcel que ni siquiera él mismo podía comprender. Lo supo porque justo en ese momento un recuerdo se estaba proyectando en su mente, y podía sentir cómo éste fluía con más libertad que los anteriores que había tenido.

Tal vez solo estaba alucinando del golpe que se había dado en la cabeza, tal vez tenía un poco de razón, o tal vez estaba irremediablemente roto del cerebro. No estaba seguro de nada. De lo único que tenía certeza era que esas imágenes su subconsciente le mostraba sí habían sido algo real, de hacía un par de días para ser exacto, así que no luchó por despertar, si es que acaso estaba dormido soñando y no en un estado comatoso o muerto.

Perseo se vio a sí mismo en una habitación cuyas paredes estaban ennegrecidas por el moho y los años. La luz que entraba por la ventana era cálida y de un color similar al oro, haciendo resplandecer las pequeñas partículas de polvo que flotaban en el aire.

Enfocó su mirada al frente, hacia una mujer mucho mayor que él. Lo observaba imperturbable, apoyando sus codos sobre un escritorio, con su mentón reposando sobre sus dedos.

Prometeo ni siquiera luchó por cambiar la serie de sucesos que sabía que vendrían a continuación. Por más que se esforzara, cambiar ese recuerdo no cambiaría nada de la amarga realidad que ya estaba viviendo, así que dejó a su yo producto de su mente actuara tan desagradable papel una vez más.

—Haré lo que sea, pero necesito que me ayudes—dijo él. Su voz era suplicante y se advertía de lejos que intentaba no demostrar que estaba a punto de ahogarse en la desesperación.

Alice había mirado a Perseo con unos ojos impasibles desde que lo vio entrar por la puerta de aquel intento de oficina. No estaba sorprendida de verlo ahí, eso era un hecho, por lo que deducir que ella lo había estado esperando resultaba sensato.

Hacía poco habían anunciado el listado de las presas que serían parte del ritual de la ascensión. El nombre de Prometeo estaba ahí, y esa era la única razón por la que Perseo se encontraba en el edificio de Regentes reunido con Alice en privado. De otro modo, estaría en alguna parte de la aldea pensando en estrategias para cazar a su presa, lo que tampoco le emocionaba mucho.

—Cambia esa lista—le pidió sin rodear mucho el problema—. Pon otra presa para mí. No puedes obligarme a matar a Prometeo.

—Nadie te está obligando a nada—le anunció ella sin admirarse por tal petición—. Esto es lo que hay, y puedes negarte a cazar a tu presa si así deseas. Sin embargo, sabes lo que sucedería a continuación.

—¿¡Cómo puedes hacerme esto!? —reclamó Perseo poniéndose bruscamente de pie. Su rostro había pasado de estar forzosamente relajado a crisparse en un instante.

—¿Hacerte qué? —replicó Alice frunciendo su entrecejo—. Desde que tienes uso de razón has querido ascender para convertirte en un buscador. Tienes la oportunidad, pero no quieres pagar el precio.

—¡Quieres que destruya a mi familia!

—¡Prometeo no es tu familia! —espetó ella dando un fuerte golpe con la palma de sus manos en el escritorio—. Persephone lo es, y esta indecisión tuya la está poniendo en peligro.

Con los ojos humedecidos, Perseo ya quería echarse a llorar, pero en vez de eso comenzó a caminar de un lado a otro para no dejar que Alice notara lo afectado que estaba. No podía creer que la persona a la que podía confiarle su vida le estuviera dando la espalda en un momento así.

—Tú eres mi familia, Alice—le dijo, apuntando su rostro hacia el techo. Si no hacía algo las lágrimas comenzarían a bajar de una en una por sus mejillas—. ¿Cómo pudiste?

Prometeo (la ascensión) - Libro #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora