Nueva Vida

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"Pipipipii, pipipipii"
Sonaba la alarma del reloj despertador que reposaba solitario en mi mesa de luz.

-Greta, es hora de levantarse -canturreo mi madre cruzando por la puerta de mi habitación cargando una caja.

-Pero si es sábado... -dije entre dientes.

Con demasiada pereza apagué la alarma dejando caer mi mano con todo el peso sobre el reloj hasta que al fin se detuvo. Me di la vuelta en la cama para ignorar al mundo funcional y poder descansar un rato más pero el ruido de corridas, golpes, cajas y muebles dentro de la casa, volvían caótica la situación.

«La mudanza», recordé.



-Buenos días Mamá. Buenos días Papá.

-dije al cruzarlos por el pasillo.

-Buenos días cariño -dijeron al unísono.

Me dirigí a la cocina donde acostumbro a desayunar mis cereales favoritos mezclados con frutos secos pero la nevera ya se encontraba vacía, recordándome por segunda vez que estábamos mudándonos.

El movimiento no parecía perturbarme, había varias personas corriendo y moviendo cosas dentro de la casa, cargando nuestras pertenencias hasta el camión contratado que esperaba fuera, pero los ruidos eran escandalosos.

Oí a mi madre gritarle a uno de los muchachos de la mudanza:

-¡Cuidado con esa caja! Contiene mi loza favorita.

Yo observaba el trajín, despreocupada. La mayoría de mis cosas se encontraban ya listas y embaladas para cargar al camión y como ya no había nada más que fruta en la cocina, agarré una manzana del canasto y me fui a mi habitación dándole una mordida, solo me quedaba recoger la ropa de cama que usé en la noche. Al cabo de dos horas ya nos encontrábamos listos para abandonar esa casa y retomar nuestras vidas desde un nuevo lugar.



Papá manejaba ese Chevrolet Corsa gris del año 2000 que teníamos y puso esa música para bailar en pareja que mis padres solían disfrutar cuando jóvenes.



-Esto es música -dijo-. No lo que escuchan ahora.

-Papa... -exclamé dejando caer mis brazos.

-Ya casi llegamos -agregó sonriendo.

-¡Que bien! O sangrarán mis oídos.

-Que exagerada -reclamó mi madre apretando sus labios.



El viaje no era extenso, al fin y al cabo nos mudábamos a otro barrio de la misma ciudad.

En el camino reflexionamos como familia lo positivo de esta nueva casa, que era lo cerca que quedaba del colegio, mucho más cerca que en dónde estábamos viviendo hasta esta mañana. El no tener que cambiar de colegio me quitaba peso de encima, no tendría que disponerme a empezar de cero y tener que hacer nuevas amistades en otra escuela. Eso ya era muy propicio para conservar mi estabilidad juvenil. Solo debía acostumbrarme al nuevo lugar con nuevos vecinos y eso estaría bien.

La casa nueva era toda una sorpresa para mí, así lo habíamos acordado ya que mis padres fueron quienes vinieron a conocer el lugar con anticipo, en cambio yo prefería dejarme llevar por la incertidumbre y deposité la confianza en que mis padres tomarían la decisión correcta y elegirían la opción más conveniente para los tres.

«Casa nueva, vida nueva», pensaba para mí, mientas vi a mi padre observarme a través del espejo retrovisor, me dedicó una sonrisa.

-Llegamos -dijo.

Eran casi las doce del medio día y el lugar parecía despoblado, pocos vecinos, calles de granizo, muchos árboles y una tranquilidad inmensa que se sentía en el aire que entraba por la ventanilla del coche.

-Greta, ¿no vas a venir? -preguntó mi madre ya parada en la puerta de la casa.

Estaba sorprendida y entusiasmada. Me baje del coche aparcado en la calle y me dirigí hasta donde me esperaban mis padres para conocer el interior. El camión de la mudanza había llegado unos minutos antes que nosotros pero no descargarían nada hasta nuestra llegada.

De frente se veía maravillosa, color crema y un zaguán de madera que combinaba con el marco de las ventanas. Una casa pequeña pero cómoda, perfecta para solo tres personas y un patiecito relajado que suplicaba a las manos de mi madre que lo convertirse en un jardín.



-Woow... -pude decir al entrar-. ¡Me encanta!

-Es acogedora -dijo mi madre convencida, pasando su brazo por mis hombros.

Las palabras hacían eco ahí dentro.


La emoción rebosaba en mis mejillas.

-Y ¿Cuál será mi habitación? -pregunté ansiosa.

-La encuentras detrás de esta puerta -contestó mi padre haciendo gestos graciosos apuntando al lugar.

Estaba emocionada, lo nuevo me emocionaba, aunque la familia era la misma, los muebles eran los mismos y todo seguiría el mismo curso, pero yo estaba emocionada. Quería que se apresuraran los muchachos de la mudanza a bajar las cajas y los muebles para comenzar a organizar todo allí dentro. Los espacios no eran muy amplios pero si en algo mi madre es muy buena, es justamente en eso, aprovechar cada lugar y rincón al máximo para que todo quede perfecto.



-¡Pidamos pizza! -sugirió mi padre antes de dar la orden para que comenzaran a descargar.

-¡Claro! -respondí con entusiasmo.

Entonces todo el trajín volvió a hacerse notar. En primer lugar se colocaron las cosas de primera necesidad, cómo las camas y la cocina, luego el resto de muebles y lo demás quedó todo apilado en cajas para ir acomodando en los muebles con posterioridad.

Cuando llegaron las pizzas todos hicimos una pausa a nuestras labores, hasta los muchachos contratados pararon para comer con nosotros. Nos sentamos dónde podíamos, algunos sobre unas cajas, otros en sillas, y yo me senté en el suelo. Me hacía mucha ilusión todo aquello que sucedía.


Finalizó la descarga del camión con nuestras pertenencias alrededor de las seis de la tarde. La mayoría se encontraba casi en su sitio y solo quedaba acomodar la ropa y demás cosas a guardar en los muebles, lo cual haríamos sin prisa más adelante, porque ya estábamos exhaustos.


Quería hacer muchas cosas, recorrer el barrio, conocer a los vecinos, identificar las almacenes más próximas para hacer compras, pero la noche llegó pronto y el fresco de abril comenzó a sentirse.

Después de cenar mi madre fue la primera en caer rendida en la cama.

«Mañana será otro día», pensé mientras miraba hacia la calle a través de la ventana de mi habitación.

Desde el otro lado alcancé a escuchar:
-Buenas noches, cielo.

-Buenas noches, papá.


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