La casa de al lado

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Han pasado tres meses desde nuestra mudanza y podría decirse que ya estamos bien adaptados a los cambios de ubicación. Me pasó varias veces salir del colegio en dirección a mi antigua casa, y he tendido que hacer varias cuadras de más al no darme cuenta a tiempo.


Hoy he salido del colegio en la dirección correcta, aunque estuve muy distraída durante toda la mañana.

—Deberían asfaltar estas calles —grité frenando mi bicicleta— ¿No cree vecina?

—Ay mi niña, ten cuidado de no lastimarte las rodillas en estas calles o te quedarán manchas.

Doña Mercedes era la vecina de enfrente, su voz sonaba un tanto entrecortada y temblorosa, era una señora mayor ya viuda que viva sola, siempre a la espera de que alguno de sus hijos la visite. Sin duda una vecina muy gentil y horneaba unos pancitos de lino muy deliciosos, con ellos nos dio la bienvenida al barrio.

Entrando a casa me quedé mirando a la casa de al lado, es más grande que la nuestra pero parecía estar abandonada. Daba una sensación de tristeza y desolación.


—Ya llegué mamá.

—¿Qué tal el cole? —me besa en la frente.

—Meh, regular.

—¿Y eso, que ocurre?

—Antonia y sus amigas, eso ocurre.

—¿Te han vuelto a molestar? —mi madre entrando al enfado mientras servía el almuerzo—. Iré a reunirme con tu directora.

—Olvídalo mamá. Ya se aburrirán.

—No es el caso, deben disciplinar a esas niñas, no pueden pasársela molestando a los demás.

—Olvídalo ¿Si? —y lancé mi mochila sobre mi cama—. ¿Qué huele tan bien? ¿Es mi guisado favorito?

Mamá tenía una habilidad tan maravillosa para trabajar con sus manos y hacer todo bien, ojalá yo fuera como ella en ese aspecto, soy del tipo de persona que todo lo que toca se rompe y eso es algo frustrante en mi día a día pero mientras la tenga a ella como mamá, nada podía estar mal.

—Aquí tienes cariño —dijo mi madre poniendo mi plato en la mesa.

—¿Tu no vas a comer?

—Me han llamado del trabajo, debo cubrir el turno de una colega. Espero no te importe quedarte sola en lo que regresa tu padre.

Ella trabaja de enfermera en una residencia para adultos mayores y de vez en cuando sus turnos son modificados a la ligera obligándola a ajustarse a los horarios, es algo incómodo a veces pero ella ama su trabajo y lo hace con mucha dedicación, por eso es que muchos abuelitos de la residencia le tienen tanto cariño y solo se dejan atender con ella. Mamá siempre hace todo más bonito.

—Si, descuida. Estaré bien —respondí.

«No está siendo un buen día hoy», pensé.

Desde que volví de la escuela me he sentido mas melancólica. Vi las calles sin asfalto, vi a doña Mercedes sentada sola al sol en frente de su casa, vi la vacía casa de al lado y para completar termino compartiendo mi almuerzo con un diminuto rayo de sol que entraba por la ventana del comedor. Me invadió la soledad por un momento pero solo quedaba esperar que papá volviera a las 4 p.m. de su trabajo en la escribanía.



La música techno podía escucharse por fuera de mis auriculares con orejas de gato que me regalaron el año pasado en mi cumpleaños número quince. Me encontraba tumbada en mi cama que daba frente a la ventana donde podía ver la casa de doña Mercedes, quien ahora estaba arreglando sus crisantemos amarillos que decoraban la entrada. El sol era tibio pero el invierno en julio se hacía cada vez más intenso. Cerré mis ojos para concentrarme en la música y de pronto...

—¡Greta! Vas a quedar sorda —gritó mi padre mientas me aventaba una almohada.

Apenas me percate de la sorpresa, le miré riendo y pregunté—: ¿Con que quieres guerra? —me quité los audífonos.

—¿Tu que crees? -volvió a golpearme con otra almohada.

Y finalmente la guerra se desató esparciendo almohadones por doquier y dejando el cuarto desarreglado, pero el momento de risas, adrenalina y diversión no me lo quita nadie. La llegada de mi padre ha hecho que desaparezca ese estado nostálgico que me tenía sumida y pensativa.



—¿Cómo te fue hoy en el colegio? —preguntó mientras se recuperaba del palizón con almohadones.

—Bien.

—¿Segura?

—Si.

—Es que tú mamá...

Le miré de reojo apretando mis labios—¿Si ya te lo ha dicho para qué me lo preguntas?

—Porque quiero que tú me lo cuentes jovencita.

Mis padres siempre están al pendiente de mi y cómo me siento, a veces hasta podían ser agobiantes pero siempre se preocupan por mi.

—Estaré bien papá —sonreí.

—Okey —asintió él, revolviendo mi pelo— al parecer pronto tendremos vecinos acá al lado —dijo repentinamente.

—¿Qué?

—Si, la escribanía ha enviado una carta para que se acondicione el lugar y pueda ser vendida.

—¡Que bueno! —me alegré.



La casa de al lado ya no se verá tan triste en cuanto la arreglen y la habiten. Quien sabe quiénes serán los vecinos que vendrán, este barrio está bastante despoblado, no viene mal gente nueva. Espero que pronto se muden más personas de mi edad para poder compartir cosas, no quiero decir que doña Mercedes no sea divertida pero... no puedo invitarla a aventurarnos en los campos cercanos al barrio. De momento ella es la única vecina con la que tenemos conexión. Y espero que pronto acomoden estas calles de granizo suelto.


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