➹𝓔𝔂𝓮𝓼

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❝Nadie me dijo que yo era bonita cuando era niña. A todas las niñas se les debe decir que son guapas, aunque no lo sean.❞

—Marilyn Monroe.

Julieta recordaba la primera vez que Mirabel abrió los ojos, lo recordaba como si hubiese sido ayer.

¿Cómo olvidar la primera vez que tuvo a aquella pequeña niña en sus brazos después de que las parteras de Encanto la hubiesen limpiado? Decir que se enamoró de aquella niña por el simple hecho de haber escuchado su primer llanto sería decir poco: Se sintió como si con ella hubiese nacido su nueva razón de vivir y al ver por primera vez los ojos de aquella bebé ese sentimiento no hizo sino afirmarse en su corazón para nunca marcharse.

Alma solía afirmar constantemente que los Madrigal destacaban, aparte de por sus dones, por sus bellos ojos, según ella herencia de su amado Pedro. Pero Julieta siempre había pensado —en secreto, claro— que los ojos de Mirabel eran los más lindos de sus tres hijas, no sólo porque su color marrón fuese un poco más claro y cálido que los ojos de Luisa o de Isabella sino que la manera de mirar de la más pequeña de sus hijas apenas había sufrido cambios con el tiempo pese a todas las dificultades y el rechazo que recibía por parte de la matriarca y su propia hermana mayor. Seguía teniendo la vivacidad, la alegría y ternura que poseía al nacer, cuando era una niñita de cuatro años que soñaba con cuál sería su don y reía cuando Luisa la levantaba con una mano o Isabella le arrojaba pétalos a la nariz, esa vida y brillo que Julieta temía tanto perder producto de la actitud de su madre y que ahora, después del terrible incidente que casi acabó con su magia pero sacó a la luz las grietas en su lazo familiar parecía llamar mucho más la atención de los otros miembros de la familia.

Los ojos de Mirabel resultaban tan encantadores por lo expresivos que eran: Siempre con una diferente emoción que dejaban ver su estado de ánimo —pero de una manera paradójica nunca consiguieron expresar la soledad y dolor que le provocaba verse ignorada por sus propios semejantes—: Cuando estaba animada o feliz destellaban como las mariposas doradas que revoloteaban por el río, cuando estaba triste seguían brillando, pero esta vez a causa de las lágrimas o sencillamente se veían un poco más apagados, cuando estaba furiosa o determinada se podía ver como si en su mirada ardiese una especie de llama que no tardaría en consumir todo lo que encontrase.

Y aún con todas estas mil y un emociones que la pequeña Mirabel podía percibir y que podían atravesarla como si fuesen una montaña rusa jamás dejaban atrás la amabilidad y vida que ya los caracterizaba.

Podría estar frustrada por no tener un don; podría estar incómoda con alguna imprudencia de la gente del pueblo, podría estar peleada con Isabella e incluso estar irritada por una tontería de Camilo o intimidada por los regaños de la abuela, pero jamás dejaba de mirar con amor y orgullo a esa alocada familia por la que literalmente era capaz de dar hasta su propia vida.

Y por eso en opinión de Julieta Mirabel tenía los ojos más lindos que conocía; no por su bello tono, no por las rizadas pestañas que los adornaban, no por lo adorables que se veían a través de sus gafas verdes. Era por la nobleza que desbordaba, cariño incondicional y una voluntad demasiado grande para su delgado y pequeño cuerpo.

—Ma... —Julieta levantó la mirada de su masa para fijarse en su hija menor parada en la puerta, esta tenía una canastilla de múltiples ramos de flores en sus manos que colocó con un bufido en el mesón— Aquí están los arreglos nuevos de Isabella para la casa, se está poniendo un poco abusiva conmigo ¡Me gusta ayudar pero ni que tuviera ocho brazos! —terminó haciendo un divertido puchero.

Julieta rió: —Corazón, tú misma decías una y otra vez que harías cualquier cosa para ayudarla si sólo si lo pidieras. Déjala que está aprendiendo a disfrutarlo, sabes que Isa está acostumbrada a hacer las cosas sola.

El razonamiento de Julieta bastó para que la chica volviese a resoplar y se acomodó los lentes.

—Lo sé... Quizá sea porque no estoy acostumbrada —Mirabel se encogió de hombros para luego caminar hacia la canasta, tomó uno de los arreglos y lo puso en el florero vacío en el mesón—. El primero está listo, debo ponerlos en todos los floreros de la casa y si no lo hago Isa me matará —la menor de las hijas rodó los ojos pero luego sonrió complacida, cosa que pareció iluminar más su rostro y sus ojos, ya de por sí soleados— ¡Te veo luego, mamá! —seguido de esto la joven volvió a tomar la canasta y salió de la cocina, como siempre, dispuesta a seguir ayudando por muy cansado que fuera.

Una sonrisa enternecida se posó en los labios de Julieta; definitivamente su pequeña Mira tenía los ojos más hermosos.

ཻུ۪۪⸙͎𝑩𝒐𝒏𝒊𝒕𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora