Cuando el amor gana la batalla, Seiya y Saori inician una relación clandestina, así que, para evitar problemas con el Santuario, deciden que sus encuentros serán antes del amanecer ¿Cuánto tiempo podrá durar dicho amor secreto, o ya todos lo habrán...
Por poco a Saori se le sale el corazón cuando se topó con Dohko al no más haber amanecido. Sólo de pensar en que él haya descubierto su relación con Seiya –la cual pasaba la línea de santo y diosa para transformarse en algo más desde hace un par de meses–, eso sin duda le había hecho perder toda la tranquilidad del mundo, además de comenzar a atar cabos acerca de las extrañas miradas por parte de él y los demás santos.
Todo tenía sentido ahora, pero lo más importante era: ¿qué haría ella ahora que al menos el patriarca lo sabía? Ya se veía las consecuencias para aquel descubrimiento: Ella de manera obligatoria tendría que pedir perdón ante la junta de Santos Dorados y alejarse de Seiya para siempre si quería que los demás lo dejaran con vida en el Santuario. Es más, nada garantizaba que de verdad lo dejaran salir de allí por una falta tan grave.
«¿Qué rayos voy a hacer ahora?", pensó con el corazón afligido mientras sentía la gélida mirada de Dohko, al mismo tiempo que las paredes se encogían a su alrededor; se sentía atrapada.
Sería él quien recibiera el castigo severo, a ella no le pasaría nada, pero a Seiya... Él tenía todo que perder si ese era el caso. Perdería su cloth de sagitario, lo confiscarían de todo beneficio piadoso al ser destituido, pasando a ser un peón "pule armas" o un "carga bultos", si es que bien le iba, y la idea de la muerte lenta no se les cruzara primero por la cabeza. No cabía duda que las leyes del Santuario estaban escritas con sangre y le tomaría mucho tiempo cambiar aquella mentalidad.
Saori tomó compostura y elevó la mirada como si nada estuviese pasando. Ella estaba dispuesta a defender a Seiya a como diera lugar. Evitaría hablar del tema por todos los medios que le quedaran. Nadie podría enunciar palabra si ella no lo demandaba antes. Ambos estarían bien antes de que la acusación saliera de los labios del Patriarca primero. El juego había comenzado y no había vuelta atrás.
—Patriarca Dohko, ahora no... estoy indispuesta. No deseo hablar de nada el día de hoy. Tengo mucho qué ir a verificar en los alrededores. Recuerde que, hoy es el día de la supervisión y quiero estar centrada en mis labores para que todo resulte bien. Con su permiso —finalizó Saori y se encaminó hacia las doce casas, dejando a el patriarca con la palabra en la boca.
«Y ni siquiera me dijo a dónde va a supervisar. Pero qué insolente se está volviendo Athena». Dohko quedó estupefacto ante la cortante palabrería de la diosa. Aun así, él no se detendría y buscaría otro momento para hablarle del asunto que tenía atorado en la garganta desde ya hace una semana.
Mientras Saori caminaba para salir de sus aposentos, su corazón latía con desesperación y miedo del porvenir. Nunca pensó que se fueran a enterar, y más pronto de lo que creyó. Necesitaba hablar con Seiya y sabía que eso era imposible; que a plena luz del día todo el mundo tenía posados sus ojos en ella y en sus acciones. Además de que, a Seiya le costaba demasiado fingir sus sentimientos hacia ella; por eso habían acordado más distancia que nunca y verse a esas horas clandestinas.
Por ir caminando ligero, Saori no se dio cuenta que ya se había acercado a la entrada del templo de Piscis, hasta que se chocó de frente con una dura armadura fría; Afrodita se había sobresaltado también, porque por lo general ella siempre iba con la mirada al frente y ese día parecía distraída.
—¡Auch! —Saori se sobó la frente y Afrodita carraspeó para no evidenciar la risa que le había producido la torpeza de ella.
—¿Athena... se encuentra bien? —hizo una reverencia rápida— ¿Por qué no vio su camino? —inquirió fingiendo preocupación.
—N-no es nada, Afrodita —aclaró Saori—, es que hoy es el día de supervisión, así que debo apresurarme.
—Pero... —balbuceó confundido mientras levantaba su índice para señalar—. Por allí es el camino largo —Para ese instante, Saori había desaparecido de su vista—. Bueno... ya qué. No es mi asunto, de seguro ya el Patriarca le habrá dicho algo sobre ese dilema, por eso anda así de distraída.
Afrodita se quedó meditando por unos segundos y al pensarlo bien se le ocurrió ir hacia donde se encontraba el Patriarca, solo para saber si de verdad ya había hablado con ella; así lo hizo. La casa de Piscis había quedado vacía por tiempo indefinido.
Saori caminó lo más rápido para no darle explicaciones a Afrodita. Además, tenía que permanecer calmada y esperar a que la madrugada llegara para ver la posibilidad de hablar con Seiya, lo malo era que, a penas el día estaba comenzando. Lucir fresca y relajada iba a ser un trabajo arduo para ella desde ese momento.
Por lo pronto, la diosa se iría por un atajo, para evitar toparse con los Dorados. No les dirigiría la palabra más de lo necesario; de igual manera con su amado Seiya, él no correría con mejor suerte si ella quería rescatarlo de cualquier peligro.
Lo que la diosa no tenía contemplado, era que muchos de los Dorados tenían total libertad para recorrer los perímetros de sus propios templos. Fue toda una odisea evitar a toda costa toparse con ellos. Con decir que, tuvo que recoger un pedazo de costal, por si le tocaba fingir ser una bolsa vieja tirada en el camino.
A tiempo alguien se hizo presente y casi la veía; Saori sabía lo que eso significaba.
«Lo que tengo que hacer por amor», se decía Saori, mientras yacía tirada con el costal encima para ocultarse mientras Aioria patrullaba aquel sector.
El Santo de Leo miraba hacia todos lados, sin saber que casi frente a él se hallaba la diosa a quien ofrecía su lealtad. Aunque, en ese instante, Aioria se encontraba un tanto distraído y se quedó parado por demasiados minutos; Saori comenzaba a desesperarse, pero a tiempo escuchó algunos pasos que se aproximaban a ese lugar.
—Al fin llegas —musitó Aioria un tanto eufórico—. Sabes que mi tiempo es limitado.
—Ay sí... Como si sólo tú tuvieras quehaceres —reprochó una voz femenina y Saori abrió sus ojos como platos—. Apresúrate y salúdame bien, que ya no soportaba un minuto más.
«¿Marín? —pensó Saori estupefacta, mientras se cubría la boca para no gritar de sorpresa—. Lo sospechaba, pero si no lo veo no lo creo».
Pasaron un par de minutos en el que la pareja parecía estar en un momento íntimo de abrazos, caricias y palabras melosas del cual Saori no quería ser una testigo, pero tuvo que presenciar aquello. Al final la pareja ni siquiera se dijo adiós, ambos siguieron su camino como si nada hubiese pasado y Saori al fin respiró aliviada.
«Al parecer no soy la única que se siente de esa manera con respecto al amor—se dijo Saori, despabilando —. Bueno... me voy a donde no me puedan encontrar. Todo sea por Seiya».
Al cabo de algunas horas la ausencia de Athena se percibía en el aire. Nadie, salvo Afrodita y el Patriarca, la había visto desde la mañana y eso despertaba murmuraciones en todo el Santuario, las que inevitablemente llegaron a los oídos de Seiya, quien dejó su entrenamiento sin importarle nada y salió casi corriendo en su búsqueda ante algunas miradas juzgonas, entre ellas las de sus amigos Santos de Bronce.
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