Seguir viviendo

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Se dejó guiar por sus instintos y, apartando las inmensas ganas de llorar, buscó el olor de su hermana mayor. Laura le pidió que se quedase en Nueva York esperándola. Había sido una orden directa de su alfa, de la única manada y familia que le quedaba. Desobedecer la no estaba sobre la mesa hasta que dejó de responder a sus mensajes y llamadas.

Sintiendo el pánico a flor de piel y el corazón en un puño. Se subió al Camaro, que ella le había regalado las Navidades pasadas, para dirigirse a su peor pesadilla; Beacon Hills.

Ahora, rodeado de árboles y oscuridad, evitaba los agentes de policía en busca de la otra mitad del cuerpo. Lo había visto a lo lejos. La parte inferior del cuerpo de Laura se encontraba en una camilla tapada por una sábana. Quiso creer que todo era una mentira y que estaba oculta en el bosque, pero el inconfundible olor de hierba y tierra mojada tan característico de su alfa, junto a la plata confirmaba que estaba muerta. Los cazadores lo habían hecho, habían matado a su hermana, a su única razón para seguir viviendo. Con su tío Peter en estado casi vegetal, con toda su familia y vida quemada, muerta y destrozada ¿por qué debería seguir?

Lágrimas desesperadas cayeron rasgando sus mejillas. El cabello castaño que tanto había cepillado y trenzado, estaba enmarañado y cubierto de hojas, sus ojos estaban fríos y sin luz. Sintió la ira recorrer cada fibra de su ser como una tormenta abrasadora. La habían tirado como si fuese basura, como si no hubiese importado su existencia cuando, para él, Laura era su mundo.

Abrazó el cuerpo, sintiéndolo demasiado frío y repitió una y mil veces perdón por haber obedecido y permitir que aquello hubiese ocurrido. Todo lo que tocaba, se podría, se hacía polvo y se desvanecía entre sus dedos. No quería seguir viviendo, no se lo merecía. Encendió sus ojos en azul eléctrico debido al dolor de su corazón. Los ojos de un asesino, los ojos de alguien que buscaba venganza a cualquier coste.



Entre la madera quemada y el tormento de los recuerdos, miró el inhalador en sus manos. Lo había encontrado cerca de su hermana y lo guardó creyendo ser una pista. No entendía cómo alguien que dependía de ello para sobrevivir lo había dejado tirado en medio del bosque.

Dos olores desconocidos le alteraron y, con curiosidad, salió de los restos quemados de lo que una vez fue su hogar. Eran olores extraños y miró a los dos adolescentes fijamente. Eran como agua y aceite. Uno con la piel morena y lisa con el cabello largo, el otro con el cabello rapado y la piel pálida cubierta de lunares. Este último se percató de su presencia, le miró con nerviosismo y golpeó a su amigo para avisarle de que no estaban solos. Ambos le miraron con miedo y precaución, pero el de ojos ámbar también desprendían curiosidad.

Se acercó a ellos olfateando con discreción. El de piel café olía igual que el inhalador en el bolsillo de su cazadora; césped, frutas tropicales y un leve toque a médicamento. Como si no los consumirse pero estuviese rodeado de ellos. Además, pudo sentir, de forma muy débil, el olor de otro lobo. El olor del Alfa.

-¿Qué hacéis aquí?-el de ojos ámbar rascó su nuca con nerviosismo. No le gustaba lo tensa que estaba siendo la situación.-Esto es propiedad privada.

-No lo sabíamos.

-Sí, estamos buscando algo pero,...

Lanzó el inhalador de improvisto y Scott lo atrapó en el aire con sorpresa. Aquello tan solo indica a una cosa, el ser un hombre lobo era algo demasiado reciente, lo cual era un problema teniendo la luna llena a la vuelta de la esquina. Se giró sin decir nada más y se alejó.

-Tío, es Derek Hale.

Sonrió al escuchar su nombre salir de los labios del humano y aspiró profundamente. Debajo del olor agridulce de los medicamentos, pudo percibir el olor a bosque y a tierra mojada, el olor de plantas secándose al Sol y de tinta fresca impregnando el papel. Olía a hogar, a familia. Su sonrisa se ensanchó a pesar de entrar de nuevo en las cenizas de su pasado. Había encontrado un motivo para seguir viviendo.

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