"El mal es vulgar y siempre humano, y duerme en nuestra cama y come en nuestra mesa" ―Wystan Hugh Auden.
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VERA
La señora Margo es diferente. Ella se hubiera ido de la lengua con tan solo ojear la carta. Está loca por Carl, lo que significa que estaría dispuesta a hacer cualquier cosa para agradarle.
En este momento, los ojos de mi marido están concentrados en el periódico que la señora Margo le trae cada mañana, mientras que en una mano sostiene un humeante café recién preparado por ella.
Aún no lleva puesta la chaqueta del traje, de modo que su atlético torso se deja intuir bajo la camisa blanca de algodón. De vez en cuando, a la mujer se le escapan furtivas miradas desde la vieja encimera, donde está preparando algo que no logro ver. Pero lo que sí veo bien son sus ojillos brillantes de roedor admirando el porte de mi marido; deseosa de ocupar mi lugar. Si ella supiera.
Él finge que no se da cuenta, pero sé que da por hecho que la mujer lo adora; da por hecho que cualquier ser viviente lo adora. Cuando se trata de amarse a sí mismo, Carl no tiene rivales.
Entre otras de las grandes habilidades de mi marido se encuentra la de ser un perfecto embustero. Lo que significa que la señora Margo creería cualquier excusa que él le dijera, por supuesto. Solo necesitaría poner su bien estudiada cara de falsa preocupación para que ella enseguida frunciera sus cejas pelirrojas y agachara la cabeza ante él para finalmente soltar: << la verdad es que me quedé algo preocupada cuando la vi. Sí, señor Fernsby. Tiene usted razón, señor Fernsby. Lo que su mujer necesita ahora es descansar>>. Y entonces se marcharía a su casa tranquilamente, dejándome sola, y expuesta, con Carl; y luego él me haría tragar la carta trozo a trozo.
No, definitivamente no puedo confiar en esa mujer.
De repente, como un animal que acaba de oler a su presa, Carl ha levantado la vista del periódico y sus ojos negros se han disparado hacia la puerta entreabierta. La piel se me eriza de golpe mientras retrocedo de inmediato: creo que me ha visto.
Huyo hacia las escaleras lo más rápido que puedo sin hacer ruido, pero ya es tarde: escucho a mi espalda como una silla es arrastrada por el suelo.
El sol se está poniendo allá afuera: una luz cálida ha irrumpido en la habitación bañando cada rincón con sus rayos dorados. Pero no es la luz lo que me ha despertado, sino mi estómago vacío.
Me giro sobre el estómago para meter el brazo entre el colchón y el somier, y rebusco bien a fondo hasta por fin dar con la bolsa de almendras. Me las como en silencio de una en una con la mirada perdida en el cielo.
Carl se enfadó esta mañana; aunque por suerte la cosa no llegó muy lejos, pues la señora Margo seguía con sus quehaceres abajo en la cocina.
Si hay algo en esta vida que mi marido odie con toda su alma, eso es la indisciplina. Le gusta el orden y la obediencia, que todo se haga como él dicte sin rechistar; supongo que por eso decidió ser médico.
Aunque Carl nunca me lo haya confesado directamente, yo sospecho que esa obsesión enfermiza que tiene por el control no es más que el resultado de una crianza severa e inflexible por parte de sus padres: señores serios y disciplinados donde los haya. Aunque su padre no está mal del todo; creo que le caigo bien.
Pienso en James, en qué estará haciendo ahora, en si se habrá tomado en serio mi carta después de todo. Quizás ahora esté preguntando por mí en el pueblo, o puede que a Carl. Eso sería terrible, por supuesto.
Arrugo el envoltorio vacío de las almendras y me lo escondo hecho una bola dentro del sujetador; después me desperezo en la cama una última vez antes de levantarme.
Intento abrir la puerta una vez más, pero es inútil, sigue cerrada por fuera, obviamente. Pego la oreja a la madera: fuera todo está en un silencio muerto.
Paseo por la habitación, de una punta a la otra, sin saber bien qué hacer. Cuando me aburro a veces me da por rascarme la cicatriz del antebrazo compulsivamente hasta dejar la piel en carne viva. Por suerte para mi piel, hoy está protegida por la manga del jersey.
La ventana sí que la podría abrir, pero afuera debe de hacer tanto frío que no me atrevo ni a intentarlo. Lo que sí hago es pegarme todo lo que puedo al cristal para mirar abajo: el mar está en calma; las olas se mecen en un vaivén suave contra las rocas y el sonido resulta agradable.
No puedo evitar pensar en qué pasaría si saltara desde aquí: si moriría en el acto, o, si por el contrario me quedaría agonizando sobre las piedras hasta que alguien viniera a recogerme. De ser así, ¿me llevaría Carl al hospital o me enterraría en el jardín sin más?
Creo que por no tener que dar explicaciones optaría por la segunda opción, aunque me gusta pensar que haría todo lo posible para salvarme porque en el fondo le sigo importando de verdad.
Ya es de noche.
Alguien está subiendo las escaleras.
Me siento en la cama de cara a la puerta y observo en silencio la fina franja de luz que se filtra bajo esta.
Unos pasos firmes se acercan por el pasillo.
De pronto siento como mi cuerpo se estremece: tengo mucho frío. Me aferro aún más a la manta que me rodea los hombros con un leve temblor en los brazos.
Los pasos se detienen justo detrás de la puerta y al momento una sombra ocupa el lugar donde antes había estado la luz.
¿Sigo soñando o está pasando de verdad?
Veo como todo sucede a través de unos ojos empañados desde las esquinas; con la cabeza algo embotada a causa del cansancio y el estrés acumulado. ¿O quizás de algo más?
El pomo comienza a crujir: ¿cuánto tiempo lleva abierto?, me pregunto alarmada, ¿ha entrado alguien aquí mientras dormía?
Y finalmente la puerta se abre.
Carl está ahí de pie; tan alto que su cabeza casi da contra el marco de la puerta. Ya no va vestido de traje, sino que lleva su batín y zapatillas de andar por casa. ¿Cuánto tiempo hace que ha llegado?
Me observa impasible: el contraluz le da a su rostro un aire muy serio, pero no veo lo suficiente como para saber si sigue enfadado o no.
Bajo la vista y veo que lleva en las manos una caja grande y rectangular, rodeada por un lazo oscuro.
Es entonces cuando Carl da un paso al frente y entra en la habitación, alargando los brazos hacia mí.
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El Hombre Retorcido
Misteri / ThrillerVera Fernsby es víctima de la perversa mente de su marido, pero todo cambia cuando, una tarde de diciembre, se arma del valor suficiente para entregarle una misteriosa carta al joven que trabaja ocasionalmente en la torre en la que está atrapada. C...