5: El Traidor

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En una oficina oscura, con una gran pantalla proyectando el rostro de la sospechosa que tenía secuestrada a la sobrina del capo, se encontraban unos hombres de elegante vestir, discutiendo la situación. Entre ellos, estaba el infame Ernesto De La Cruz dirigiendo el plan.

—Opino que no deberíamos molestar a La Patrona con esto —Dijo el hombre más mayor en la habitación —Estoy seguro de que ustedes pueden encargarse de esto. Es solo una mujer, mientras la tengan rodeada, podrán con ella.

La joven pandilla asintió. El mayor les indicó a todos irse, menos al joven de tez clara, cabello castaño y ojos celestes.

—Tristan, voy a encargarte algo importante —Empezó De La Cruz, y el más joven se mostró atento —A veces parece que La Patrona desprecia a su sobrina, pero no es así, solo mantiene cierta distancia.

—Estoy consiente señor.

—Que bien... —Se acercó al joven, posando su mano sobre su hombro —Estás consciente de que si algo le pasa a la única familiar directa de Imelda, la patrona estaría devastada —Ernesto tiene un tono de voz muy particular cuando pide este tipo de trabajos —Su familia... Su legado no perduraría.

La mirada celeste del hombre se conectó con la oscura del hombre mayor, comprendiendo sus segundas intenciones detrás de sus palabras. Llevaba años trabajando para él, lo conocía muy bien.

—Asegúrate del bienestar de Micaelita, ¿sí?

—Por supuesto, señor.

El hombre le dio unas palmadas sobre la espalda como muestra de apoyo moral y lo dejó retirarse. Una vez solo, miró a la mujer mostrada en la pantalla. Tenía rasgos asiaticos, cabello largo negro, tez clara con tonalidades rosadas, le recordaban a los pétalos de cerezo. Llevaba tiempo investigandola, y le parecía fascinante lo tanto que ha crecido su antigua vecina, Hiroko Hamada.

. . .

—Quiero ir al baño —Dijo Micaela en cuanto bajaron del vagón del metro.

Hiroko asintió y buscó con la mirada algún baño publico, pero una punzada en su vientre la distrajo. Tocó el costado de su cintura por debajo de su chaqueta, y vio la cantidad preocupante de sangre en su mano.

—Yo también —Gruñó adolorida, mientras llevaba del brazo a Micaela hasta una tienda de abarrotes —Pero antes, necesito unas cosas.

En el local, Hiroko empezó a tomar vendas, gasas, cinta adhesiva y unas tijeras. Rivera la veía con curiosidad, se notaba un poco más débil que antes.

—Buenas noches —Saludó al cajero, mientras este la atendía —¿Tiene gomitas de osito?

—No, ya no hay gomitas... pero hay de otros dulces.

Suspiró fastidiada, pagó por sus cosas y se retiró junto a su rehén. Encontraron un baño en el cual se encerraron. Micaela se metió a un cubículo, mientras Hiroko atendía sus heridas frente al lavamanos.

La asiática retiró su blusa y se quedó viendo a los moretones causados por golpes y heridas abiertas de las pocas apuñaladas que recibió. También notaba los indicios del envenenamiento subiendo desde el pecho hasta la parte izquierda de su cuello. Decidió no preocuparse por eso todavía y se centró en curar sus heridas superficiales. Puso una gasa sobre la herida más abierta que tenía y fue envolviendo su torso con una venda para hacer presión. En eso, Micaela salió del sanitario.

—Wow... —Masculló la menor, ligeramente sonrojada —Esas son... muchas cicatrices... —Observó fascinada el cuerpo ligeramente fornido de su captora, quien, soltaba quejidos por el dolor de sus heridas —Mucha sangre, eso es...

Daño Colateral (Fem!Higuel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora