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Su tiempo viviendo en Portofino había sido increíble, creció allí, su primer novio fue de allí y toda su vida permanecería en ese lugar. Ante el deseo de desplegar sus alas, con sus ahorros de los trabajos a medio tiempo,con el incondicional apoyo de sus padres y con la maleta llena de sueños Selene parte hacia Roma, la capital de Italia.

— Lo sentimos pequeña pero no estamos buscando personal ahora mismo— le dijo un señor mayor muy amable.

Selene frustrada se sentó en una de las sillas exteriores del restaurante. Pensó que sería fácil encontrar trabajo y una buena casa en una ciudad tan grande pero estaba totalmente equivocada.  Durante tres meses ha intentado conseguir trabajo y un alojamiento fijo. Había conseguido alojamiento en una pequeña posada gracias a que ayudó a una ancianita a cargar las cajas en su furgoneta; la señora fue tan amable de ofrecerle dónde quedarse hasta encontrar un lugar fijo para vivir.

Pensó que con un título de cocina gourmet y repostería con honorarios le servirían para trabajar en algún hotel prestigiosos pero ni siquiera había conseguido trabajar en un simple café. Resignada a su mala suerte regresó a la posada para ayudar a la señora Ferrara.

La posada había sido construida un poco apartada de la ciudad y la verdad, desde el primer momento fue del agrado de la chica. Le recordaba a su hogar.

La arquitectura Toscana cubierta por musgo y enredaderas con pequeñas florecillas componen la posada  y le dan un aire hogareño al local. La señora del hostal había sido muy estricta respecto a su política de "No se permiten niños ni perros" así que se volvió un lugar para descansar en vacaciones sin ruidos ni alborotos.

— Buenos días Giovanni— saludó a uno de los pocos empleados del local—¿ Qué tal esas Hortensias?

— Tan hermosas como tú— le regaló una cálida sonrisa —¿ Tuviste suerte?

Selene negó decaída. Se ha estado esforzando mucho y le queda muy poco de sus ahorros.

— Ya verás que te contrata el mejor restaurante de Roma y quién sabe si podrás abrir tu propio restaurante y ser llamada  Chef  Ricci pero mientras tanto ayudame a transplantar estás rosas. Últimamente hemos recibido unas semillas de muy buena calidad.

—¿ Algún cliente satisfecho con su estancia?— preguntó poniéndose los guantes.

— No lo sé pero las flores que crecen son muy bonitas y vivas— respondió Giovanni sacando la flor de la maceta.

— Eso es porque tú las cuidas con mucho amor— le sonrió con dulzura.

En sus tres meses en la posada se había hecho amigo de los trabajadores entre ellos Giovanni, el jardinero.
De vez en cuando le ayudaba en el jardín cuando no estaba buscando trabajo. Se había acostumbrado a el perfecto equilibrio del ajetreo de la ciudad y la calma de su actual residencia. 

El sol estaba en su punto más alto, el calor se está volviendo insoportable debido al verano. Selene está sentada en uno de los taburetes del bar esperando a que algún cliente venga con la tentativa de servirse una cola bien fría pero la señora se aseguró de que no hubiera nada de comida chatarra.

— Buenos días señorita, me serviría un trago bien frío. El calor me está matando— dijo un hombre de unos treinta y tantos. 

Selene le sirvió un vaso de agua con hielo y se quedó mirándolo, casi como si estuviera hechizada.

— Ya sé que soy alguien atractivo, sin ser egocéntrico pero,¿ Podría dejar de mirarme? Es un poco incomodo señorita— pidió el hombre dejando el vaso sobre la mesa.

Ella sólo pudo musitar un "perdón" y apartar la mirada.

— Hades mi niño— la señora Ferrera le agarró por las mejillas y las llenó de besos—. Debiste avisarme que venías ¿ Dónde dejaste al rubito? Ven, ven vamos a sentarnos. Estás viejas piernas no deberían estar tanto tiempo de pie.

Érase una vez un Dios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora