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Angustia.

Calor.

Febril.

Cuando comenzó a ver las lágrimas de la anciana caer por sus mejillas, quiso ponerse ella también a llorar. Eva, la chica que fue a su casa, se encontraba sentada en un sillón, mirando a la nada. No podía ni imaginarse cómo se debían sentir. Pensar en perder a su hermana ya hacía que su corazón comenzara a latir rápido, asustado por el pensamiento.

Cuando dejó la caja con las pertenencias frente a la señora, ella por fin la mira. Le rompe el corazón ver sus ojitos rojos, llorando la muerte de su única nieta. Sus labios temblaban sin parar, aún no creyendo lo que había pasado. Su mirada reflejaba confusión y tristeza, sobre todo esa última.

Siempre había sido una persona muy empática, sentía el dolor de los demás como si fuera suyo. El dolor de esa señora era tal, que tenía unas ganas terribles de correr a una esquina en una habitación oscura a llorar todo su dolor.

-¿Por qué a mi pequeñina? ¿A mi niñita?-susurró la anciana abrazando un retrato de Alissa.

Se oyó un sollozo de Eva, que rompió a llorar después de treinta minutos en shock. No sabía cómo sentirse. Por un lado estaba triste por esas personas, acababan de perder a un ser querido y en ese momento debía parecerles el fin del mundo. Se sentía confundida, porque no entendía cual era el motivo por el cual la enviaron a ella a identificar a Alissa.

Le entra una fuerte angustia al pensar de nuevo en el cadáver de Alissa. Tendido sobre la cama metálica, recuerda sus manos sobre el metal frío. Sus labios morados abiertos como si estuviera intentando respirar. Sus largas pestañas descansando sobre sus mejillas blancas sin una pizca de rubor. Su pecho quieto, se quedó mirándolo esperando desesperada por que se moviera, aunque fuera un poco. Nada.

Le había dado mi teléfono a Encarna, la abuela de Alissa, por si necesitaba algo. Se mantuvo reacia a cogerlo, aunque después de mucho insistir lo guardó en un cajón. Eva se quedó con Encarna. Y después, de camino a casa, pensaba en Alissa. No la conocía, bueno, del instituto. Iba a un curso menos que ella, aunque era un poco más alta. No destacaba realmente por su belleza, pero tampoco era fea. Nunca se había fijado mucho en ella, pero parecía tímida y antisocial. Quizás era por eso que no le sorprendió saber que se había suicidado, bueno, la soledad es muy mala a veces. Y ella parecía estar muy sola.
Ahora sabía que no, ella tenía a Eva, su mejor amiga. También a su abuela, que la quería con locura. Aún así, sus padres estaban muertos y seguramente, muchas veces se sentía sola.

No le gustaba como sonaba eso. Cuanto más pensaba en ella, más escenas de ella en el instituto recordaba. Estaba en el club de teatro, en el de literatura, en el de debates. ¿Por qué una persona como ella, viva, feliz, interesada en los estudios iba a suicidarse? ¿No pensó en su abuela y en lo sola que se sentiría ella luego?

Cuanto más pensaba en eso más se enfadaba, y cuanto más se enfadaba, el dolor de cabeza incrementaba. Cuando llegó a casa, se tomó una pastilla y fue directa a la cama.

Alissa la perseguía en sueños. Gritando, llorando, riendo, cantando. Se despertó a media noche. Se sintió temblar, el sudor cayendo por su espalda y frente. Sus ojos se humedecían y rápidamente comenzaban a caer lágrimas. Sentía su boca pastosa y con sabor a sangre. Se asustó. Corrió al baño y escupió. Una gran herida había aparecido en su labio. Cuando quiso darse cuenta estaba corriendo a la habitación de sus padres, tumbándose junto a su madre. Cerró los ojos.

"Alissa está aquí de nuevo. Me pide que la ayude. Llora. Está llorando mucho. Me ahogo. Siento como si estuviera en una piscina. Puedo ver el cielo, pero no consigo llegar hacia el bordillo. Necesito respirar. Me empiezan a picar los ojos por el cloro. Me estoy asfixiando. Voy a morirme, señor. No quiero morirme. Alissa está conmigo, y de repente estamos en una bañera. Una bañera llena de sangre. La miro y me sonríe. Ya no llora. Lleva el pelo recogido en un moño, es mona. Se frota los brazos con la sangre de la bañera y se sumerge hasta la barbilla. Me sonríe desde su lado de la bañera. Miro a nuestro alrededor. Un baho ligero opaca la estancia. Las baldosas de paredes y suelo son completamente blancas. Elevo mis manos y las saco del baño de sangre. Me entran arcadas. Luego la miro. Me está sonriendo.

-¿Es tuya?

Ella niega, aún con una sonrisa pegada en su boca. Miro mis muñecas pero están perfectas. Miro a Alissa y se está señalando la sien. Me levanto confundida y temblando. Salgo de la bañera chorreando sangre. Dios mío, que asco.

Estoy frente al espejo, pero el baho solo me deja ver una imagen borrosa de mí. Paso la mano para limpiarlo, pero se llena de sangre. La cena me sube por la garganta, pero trago con una mueca y lágrimas.

Miro a mi alrededor y cojo una toalla blanca. La acerco al espejo. ¿De verdad quiero verlo?

Necesito verlo.

Mi mano temblorosa pasa la toalla por el espejo, dejándolo más o menos limpio.

Lloro.

Lloro mucho.

La toalla se me cae al suelo. Acerco mis manos temblorosas a mi cara.

Ojeras.

Sangre.

Mucha sangre.

Miro mi frente y en la sien tengo una herida perfectamente redonda.

Sollozo.

¿Estoy muerta?

Me giro hacia Alissa pero ella ya no está.

Mis ojos se nublan, tiemblo.

Nada."

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