Capítulo 1: Kira

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Rantipole: (n.) un joven salvaje e imprudente.


Shake it off, de Taylor Swift, suena a todo volumen en mis oídos y, aun así, no logro quitarme de encima la sensación de que este año va a ser una mierda.

Intento no hacerlo. Pensar en positivo y todo ese rollo, pero, al ver los carteles que pasamos con cada kilómetro que recorremos en nuestro viejo jeep gris, noto cómo el positivismo se me escurre entre los dedos.

En fin, ni siquiera la reina Taylor puede lograr que mi humor mejore, cosa que apesta, porque significa que tendré que fingir y se me da fatal. Llevo ya un rato mirando a la nada por la ventana y, aunque esté en mi mundo, sé que los demás me han dejado este rato para mí y se lo agradezco.

A pesar de tener el volumen a mil, es imposible no oír la risa de fondo de June, la pequeña de la familia. Está sentada atrás conmigo y supongo que se reirá de alguna estúpida broma sin sentido que habrá hecho papá. Nuestras miradas se encuentran en el espejo retrovisor, y su sonrisa hace que se me caliente el alma.

No dura mucho el contacto. Lo dicho, me da mi espacio, y su atención se vuelve hacia lo que sea que Cosima, mi hermana mediana, le está diciendo. Tiene el móvil en sus manos y deduzco que le estará dando alguna dirección, aunque no sé yo si ha sido muy buena idea que sea ella la copiloto. Sin embargo, teniendo en cuenta que yo ahora mismo estaría mejor en nuestra antigua casa y no camino a un «nuevo futuro», como lo llama papá, y que June solo tiene siete años, por descarte es nuestra mejor opción.

Tal vez perdernos por el camino no sea tan mala idea, y haga recapacitar a papá que todo este plan está mal.

Pero cuando veo el letrero de «Bienvenidos a Sunset Bay» pasar ante mis ojos, sé que, una vez más, mi suerte apesta.

—Hemos llegado, tropa. Hogar, dulce hogar —exclama papá después de aparcar frente al garaje de nuestra nueva casa.

Tres palabras que me duelen en lo más profundo. De repente todo se me hace más pesado, más real. Y cuesta respirar. Porque, a pesar de que se supone que los cambios son buenos, este en concreto no me gusta.

Siento a Zarpas retorcerse inquieta en su caja.

Está en mi regazo, una de sus patitas se ha asomado entre la reja que hace de puerta para evitar que escape y se apoya en mi mano, como si quisiera decirme que está ahí, conmigo. Se la aprieto para devolverle la caricia y trato de controlar mi respiración mientras noto cómo mi familia va bajando poco a poco del coche.

La primera en hacerlo, y a la velocidad del rayo, debo añadir, es Cosi, que sale disparada de su asiento. Se lanza hacia la parte del maletero mientras grita que la primera se queda con la mejor habitación.

O eso logro entender. Aún llevo los cascos puestos.

Sé que, cuando ponga pausa a la música y me baje, ya no habrá vuelta atrás.

—¿Estás bien, Hadita? —pregunta mi padre a mi lado. Tiene un mote para cada una y, cuando los usa, sabemos que la cosa es seria.

Cuando me giro, veo que se ha sentado como buenamente ha podido sobre el sillín de June y, la verdad, la imagen sería muy cómica —que a sus cuarenta años esté contorsionado como si fuera miembro del Circo del Sol esperando por mí— si no fuera por la preocupación que veo reflejada en sus ojos.

Odio verle así, sé que no ha sido fácil tomar la decisión de dejarlo todo atrás, nuestra vida y empezar de cero, que cuidar a una universitaria, dos adolescentes y una niña pequeña solo no es fácil, porque, aunque Isla ya sea toda una adulta, como le gusta recalcar siempre, y esté en Edimburgo estudiando, siempre será su niñita. Todas lo seremos y no puede evitar preocuparse por nosotras. Pero tampoco puedo evitar el dolor y la rabia que siento ante todo esto. Ojalá fuera más fuerte.

Mi refugio a la vera del mar (¡YA EN LIBRERÍAS!) *primeros capítulos*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora